A pesar de su edad tenía cuerpo de gladiador. Sus músculos habían sido esculpidos por el esfuerzo, no en un gimnasio sino trabajando de sol a sol por un modesto jornal. Llevaba toda la vida luchando, había aprendido a fajarse con las dificultades mirándolas directamente a los ojos. Así había sacado adelante honradamente a una familia de tres hijos a los que había inculcado que el estudio era la clave para tener una vida mejor que la suya. Y ellos, siguiendo su ejemplo de sacrificio habían finalizado sus estudios. Hoy estaban todos en paro y vivían de la escasa pensión de su padre y de unos menguantes ahorros.
Aquel día, cuando el viejo luchador acudió al cajero automático y este sólo le permitió sacar sesenta euros, sus piernas, todavía recias como las columnas del Partenón, temblaron por primera vez en su vida. Había votado OXI (no) en el referéndum. Cerró los ojos y recordó aquella historia del gladiador tracio Espartaco, el que protagonizó la rebelión de los esclavos contra el imperio. Apretó los dientes y cerró sus puños tan fuerte que sus uñas empezaron a clavarse en las palma de sus manos. Abrió los ojos y lo intentó de nuevo. Introdujo la tarjeta, tecleó su código pin y el importe a retirar. La pantalla del cajero, insensible, le devolvió el mensaje: Operación denegada. Límite diario superado. Se sintió más esclavo que nunca.
