El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, momentos antes del inicio de la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. FOTO: MONCLOA
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, momentos antes del inicio de la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. FOTO: MONCLOA

Hay que estar precavido. Votar no es ni será malo jamás. Es evidente que la ineficacia de la izquierda para formar gobierno condena a los progresistas al cansancio. Pero no hay que fiarse de los que desde la transición votaron a la derecha. Con el mantra de la insistencia más casposa de que "todos son iguales".

Ellos son los herederos, tibios con la dictadura, del no a cualquier cambio y forma de revolución en sus constantes mutaciones que no entienden ni quieren entender. Ya sea en la calle como en las urnas. Precaución con los que empiezan a sentirse gozosos en el descrédito a la política, empieza a estar de moda, porque no son más que idiotas. Idiotas que recogen los frutos de partidos, políticos, asociaciones y asambleas que eligen a sus miembros de forma democrática y que NUNCA, fíjense, rechazan un derecho conseguido por ellos.

El descrédito a las urnas es un síntoma fascista. Es entregar el destino de la economía y la gestión de los problemas humanos a una élite que solo quiere más dinero. Que precisamente quiere que todo consenso o urna desaparezcan para mantenerse en el tiempo. No confundan la falta de acuerdos puntuales para echar por tierra el Socialismo, el Comunismo, la socialdemocracia y los distintos y dispares, más que necesarios, enfoques para resolver los problemas de la clase trabajadora. Son, observen, los que dicen ser "salidos de la nada y sin ayuda del colectivo", los que sólo creen en el individualismo y la meritocracia, los que te venderán el humo de la ineficacia de los políticos con sus impuestos y los que hacen política.

Jamás te darán una alternativa sino una crítica tóxica, sin saber que desde su enfoque despolitizado hacen más política que nadie, pero a favor de los que no creen en lo común. Sin política sólo hay totalitarismos. El gobierno de unos tiranos, ya sea en nombre del pueblo o de unos pocos elegidos. El sistema capitalista se siente cómodo con la falta de parlamentos que les pongan freno. O encantado con los partidos y los ciudadanos que ven en la repetición de elecciones un lastre, una torpeza o simplemente la pereza. No votar es un acto pueril, salvo en un contexto anarquista y utópico, que no te puedes permitir si a tu hijo lo han

echado del trabajo porque en la reforma laboral despedir cuesta una mierda o cierran líneas de colegios públicos mientras invierten en el sector privado.

¡Cuidado! O en menos que canta un gallo oiremos que la tiranía es la única solución porque no nos fiamos de nosotros mismos. Ejemplos hay muchos tras crisis económicas y guerras. Tras potencias colonizadoras que fueron humilladas por otras que hicieron o hacen lo mismo. Pero jamás el culto mesiánico a un tiránico líder, las emociones, las jerarquías y destinar, sin opción a debatir, a la sociedad ha salido bien para alcanzar finalmente un bienestar adecuado. El triunfo de la derecha es el falso confort de delegar. Creerte integrado en una clase social a la que no perteneces y dejarte llevar por el plano de las emociones y la fe.

Sin aplicar el antídoto de la renovación constante en la reflexión, la ideología y el ensayo y error. ! Cuidado! O dejarán de votar no sólo esta vez por ese, quizás, legítimo cansancio, sino que no lo volverán a hacer nunca. Aplicando trivialidad a algo que, y es mi opinión, debería ser casi obligatorio. La perversión y la creencia en el destino funesto del ser humano, la irremediable vulgaridad de las masas, todo eso es carne fresca para el tigre que te dice no voy a votar más.

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