Detalle del interior de una bodega gaditana. FOTO: MANU GARCÍA.
Detalle del interior de una bodega gaditana. FOTO: MANU GARCÍA.

—¿Cómo hemos llegado a ésto, María? —se preguntaba —. Estaban los dos en la cama y no podía dormir. Las largas jornadas en la bodega de doce horas, muy ajenas ya a los ocho horas de trabajo conseguidas por los sindicatos y amparadas por los gobiernos de izquierdas quedaron atrás. Pitt, tras su estancia en la cárcel, estaba taciturno, silencioso y completamente traumatizado. A María, de pronto, le habían caído encima veinte años y en su pelo negro las canas se notaban más de lo habitual. La delgadez adquirida en prisión y las ojeras todavía dibujaban la silueta de quién no podía asumir que España moría en una cruel guerra entre hermanos. Andalucía, Extremadura, la cornisa cantábrica, Madrid, Cataluña y Valencia.

El plan estaba claro para el ejercito nacional y rebelde que contaba con el apoyo de los potentados y los ciudadanos, como ellos se auto denominaban, de bien. No podía creer que Durruti en Barcelona se enfrentara a los comunistas y mucho menos las noticias llegadas desde Guernica sin que la comunidad internacional, entre ella su país y Francia, no movieran ni un solo dedo. Él sabía , evidentemente, las causas. Habían identificado la posible deriva estalinista en la república por simple miedo y recelo a que otro país entrara en la élite soviética y disolviera su modelo de vida capitalista, pero en realidad primaban los intereses de los de siempre. No comprendía las cuitas internas y los debates de retaguardia, mientras, a una y con paso firme, los que iban en nombre de Dios arrasaban pueblos y perpetraban matanzas selectivas que rozaban el genocidio. Nombres como el General Yagüe, Mola, Franco y Millán Astray se hacían fuertes frente a intelectuales sensibles asesinados salvajemente como Lorca o exiliados para morir alejados como Machado. “Venceréis pero no convenceréis” dijo Unamuno y eso le costó su encierro en su casa hasta que le llegó la muerte.

¿Estaba preparado el ser humano para la democracia? O quizás todas esas libertades le vinieron grandes al pueblo de Caín, analfabeto y demasiado temeroso de Dios y de los curas; ese que llevaba en la sangre a los Austrias y a los Borbones. La mejor remesa de políticos imaginada condenada al exilio dentro de su patria: Dolores Ibárruri, Indalecio Prieto, Manuel Azaña y el general Rojo, que hacía todo lo que podía sin medios, gasolina, ni la España que tenía el grano. Ya en poder de los fascistas.

—No puedes llevar el peso del mundo a tus espaldas. No puedes pasarte todo el día pensando si el ser humano está diseñado para vivir en libertad o si las jerarquías son irremediables. Tú y tus fantásticas expectativas sobre el individuo en sociedad. Tú y tu concepto de la masa. Esa que un día grita libertad y otro día vitorea a dictadores exultantes y triunfantes. El bien, el mal, la política, la religión, el poder, la envidia, la propiedad privada, la educación —todo eso se repetía en soledad—.

Esos eran sus pensamientos en los ratos que estaba libre en la bodega. Como el que recita un mantra venenoso en un acto obsesivo compulsivo que exprime las meninges y las lleva a un estado de catalepsia. ¡Para Pitt! se decía, hemos perdido. España ha perdido y el mundo está en manos de líderes que ya sea en nombre de unos pocos o del todo el pueblo tiranizan y humillan a los de siempre, a los pobres.

1 de abril de 1939. La guerra concluía y todo había sido en balde. ¿ Dónde quedaron aquellas asambleas? ¿ Todos los compañeros torturados, humillados y fusilados en las tapias de los cementerios? La España de los poetas, de Miguel Hernández y Alberti sustituidas por las cartillas de racionamiento y la misa obligatoria. Tiempos duros para gente como él. Desubicada y pensando en que le habían arrancado los cojones y el corazón. María dormía en la cama, a su lado, quizás saboreado el mejor momento del día. Cuando los sentidos no sienten y la cabeza no piensa. Salvo en los sueños. Mañanas amargas de café sin azúcar. De ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres y de ilusiones rotas.

Se incorporó y abrió el cajón de la mesita de noche. Dio cuerda a su reloj y encendió un cigarrillo. Pero se juró ante la memoria de los que ya no estaban que se vengaría del capitán Eton, sin prisas. María tosió con el humo del tabaco y se despertó. Miró a Pitt de reojo y esta vez no le peguntó nada. Sabía que nada iba a ser igual que antes. Se volvió a su postura inicial para meterse las sábanas en la boca y empezar a llorar. No era el mejor momento para decirle que estaba embarazada.

 

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