La Medalla de Andalucía.
La Medalla de Andalucía.

La distinción... Qué palabra. Lo que nos hace únicos, dicen. Nuestras costumbres, música, lengua y lo que comemos... Curioso eso de la lengua, si trazáramos un tiralíneas para conformar un estado en cada parte del planeta donde tengan una diferente sería un despropósito.

Soy andaluz, dicen unos ya con intenciones exageradas. Pero se nos tuerce la cara con la parte oriental y en la intimidad vemos que son otra cosa. Y en nuestro triángulo de la uva Palomino y el cante, en esas tres provincias del occidente fenicio, ahí ya no partimos pera y al de Jaén le damos un sí pero... umm.. no. Entonces es cuando caigo que hace ya diez años yo sí tenía que ver con uno del Aljarafe. O con el clon de la estética del señorito de Bristol que diseñó aquí en el siglo XIX las "jechuras" de los más puros a través de sus bodegas.

Pero sigo cayendo, por eso de ver documentales en La 2 para poder sobar, donde la gente come, canta, siente, viste, pinta el piso y hace caca como aquí. Veo con estupor y sorpresa que tengo que ver ya más con un chavea, en mi ocio, de Tel Aviv o Estambul que con mi vecino. Más con ellos, ahora, que con uno de la calle de la Sangre. Yo, que era tan flamenco y perro bodeguero. Yo, ahora, en la cuarentena, me despego sin esfuerzo y por evolución, en lo inevitable de los cambios, cuando uno lee y viaja por televisión, de esos dos jambos tan de aquí aunque el inglés viniera tan de allí.

Y cojo el móvil y en un clic estoy en Yakarta y en otro en México capital. Con un manito más flamenco que yo. Y con un indonesio que sabe y siente más cosas por Asta Regia que el conserje que trabaja, mirando el reloj, en el museo de la plaza del Mercado. Un clic, señores, donde fronteras, tiralíneas, papeleos, trámites médicos y una receta de un dulce del Tayiquistán se instalan en mi despensa, por YouTube, hecha con harina de fuerza de Alcalá de los panaderos. Y de Sanlúcar a Veracruz, donde los jareños mexicanos se regustan en la vuelta al mundo de Elcano. Y ahora para combatir a los que quisieron aunar a todos en un solo dueño y para dar a la izquierda un matiz más de izquierda, si cabe, nos volvemos sensibles para dejar claro que enarbolando la bandera de la distinción en nombre del "anticapitalismo más internacionalista" venceremos a la derecha.

Pero si aquí por más que hayamos importado todo lo beneficioso no hemos olvidado nada. Que por tener Netflix no va dejar de salir el Gran Poder, y porque Rambo hiciera diez películas no se ha dejado de cecear en Prado del Rey. 

¿Dónde termina la patria andaluza? Y, ¿dónde empieza? Porque es imposible sin el imperialismo. Imposible sin tartesos, vándalos, íberos, cartagineses, romanos, de los Godos, de los de los ochocientos años ( lgún mandamás de un califato con una abuela vasca), fijénse. En eso de lo heterogéneo buscamos lo homogéneo. Es para pensar.

¿Dónde fijamos el principio fronterizo y cultural de Andalucía y dónde ponemos el aviso del ¡Hey! Tú, bienvenido a nuestro nacionalismo internacional e inclusivo pero esto, churra, lo que tú haces o dices, ya no es andaluz. 

La patria, esa, la que me gusta, Andalucía, está en el gitano de Osaka, porque se siente más gitano que Rubichi. Y para ganar a la derecha, y a la ultraderecha fascista que tiene un partido legal, que dará la llave al PP, el camino del nacionalismo internacional incluyente o vestido de penitente y por bandera a Enrique Morente, no nos servirá. Por más que lo vistan de lo que no quieren que sea, a priori.  No suma, no vale y en un mundo con otros convenios cognitivos a la vuelta de la esquina, por la inevitable globalización tecnológica, no cuela. No hay nada nuevo bajo el sol.

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