Una caja de guantes, en un contenedor. FOTO: MANU GARCÍA
Una caja de guantes, en un contenedor. FOTO: MANU GARCÍA

"Esto no va de política", dicen algunos mientras en una ilusa creencia obvian que detrás de cualquier gestión existe una idea que da forma a la manera de llevar a cabo las decisiones que transforman un país. Ya sea en tiempos de pandemia, en una época de bonanza económica o incluso en un periodo de guerra, repiten ese mantra sin inmutarse.

Es curioso como los más cercanos a las banderas y a la derecha o los que con feroz antifaz defienden en las redes que no son de derechas ni de izquierdas, te invitan a la colaboración en el puesto de trabajo pero sin meterte en política. Eso me recuerda a frases nauseabundas como la del dictador que nos condenó durante 40 años al aislamiento internacional y a un sistema casi feudal, de doctrina de convento y de servilismo crónico. Pero todo en nombre de que "no nos metiéramos en política", ¿recuerdan?

Me tendrán que reconocer que detrás de esa visión de su Estado hay una idea política. Porque, queridos lectores, política es todo. Ya sea desde arriba o desde un concepto horizontal para transformar la sociedad está un enfoque político. Las ideologías que a través de la historia han modelado la sociedad. En momentos de décadas ominosas o de revoluciones sangrientas.

No caigáis en la suculenta trampa de etiquetar a todos los políticos como iguales. Porque si esta crisis está desmontando algo es el concepto liberal de la economía. Es decir, a una parte de la derecha que odia a los Estados que puedan controlar el gasto público y privado o las leyes que puedan controlarlos a ellos y a sus inmorales beneficios. En realidad no me causa ya pavor, a estas alturas, ver cómo una multinacional reclama pasta gansa al Estado, cuyos intereses y ganancias no seguirán aumentando, que no perdiendo, con esta crisis. O de un banco que odie los aranceles que un Gobierno con intenciones progresistas y sociales quiera imponerles. Ese cinismo, que no es más que falta de bondad y por lo tanto el mal más absoluto ya está tan asumido que pocos son los que se atreven a discutir su legitimidad.

Por supuesto, por haber comulgado con piedras de molino y una falta de astucia de la izquierda cuando ha tenido el poder desde que nuestro Rey emérito fue el “héroe justiciero” de la Constitución. Sí amigos, ese que presuntamente ha amasado una fortuna multimillonaria que, presuntamente, según dicen los diarios digitales, ya tanto de derechas como de izquierdas, tenía en paraísos fiscales y aglutinaba ya preparada para dejar a su heredero.

Lo que me cuestiono ahora es si todos esos apolíticos y liberales, esos que odian a los dirigentes de cualquier signo político, esos que han votado a la derecha y con filigranas no quieren asumir que el sistema necesita un reinicio basado en la cooperación, van a retirar la mano cuando el Estado y su Gobierno los proteja, haciendo política y desde una ideología progresista. No habrá ninguno, porque dejarán de ser liberales precisamente en ese momento que de los impuestos de todos reciban lo necesario para subsistir.

Pero quizás me esté creando una película demasiado optimista sobre el poder de conversión de toda esta gente que no es capaz de ver que su mujer que trabaja en un hospital echa un turno elevado de horas porque no se refuerza con más personal el sector público o le recortan derechos. Pensándolo bien creo que, en un estado de normalidad, volverán a su ansia por la distinción y no por la fraternidad.

Volverán a creer que emprender es hacer lo que sea y con quien sea, en algunos casos, y sobre todo a odiar y a despotricar de la política. No se engañen, detrás de esa frase sólo hay frustración, desconocimiento y evidentemente una mentalidad que se basa en la creencia de que son mejores que el resto, nada más.

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