La Granja es una de las barriadas que se han quedado sin luz en uno de los días más calurosos del año.
La Granja es una de las barriadas que se han quedado sin luz en uno de los días más calurosos del año.

No sé si este diario está para transmitir lo que quiero hacer desde mis torpes palabras, porque esta vez me guían más las emociones que la razón; esta vez no son cuestiones políticas ni de crítica, ni mucho menos de nuestras posibilidades y nuestras obligaciones con la sociedad . No sé si todo columnista que se precie puede tener esta opción de ensalzar la bondad y la nobleza tras la muerte de un vecino y de quien será una leyenda en el imaginario colectivo de un barrio y de su mitología de seres especiales y queridos, no lo sé. En estos tiempos de crispación, debate, soberbia, imposiciones en que nos encontramos. En este momento donde las tensiones están a flor de piel y donde algunos estamos más distantes de lo que nos merecemos.

Pero se ha de hacer, porque no somos animales y porque habría que enterrarte como a un poeta. Porque eso es lo que eras, un poeta de lo inmediato y de lo cotidiano, incapaz de negar una sonrisa a nadie y regalando el corazón por donde solías ir con un monopatín en busca de los obstáculos que la barriada podía regalarte. La barriada se está derritiendo, Cala, los ladrillos amarillos de La Granja vieja están sudando ese rojo que como si fuera su sangre delatan tristeza. En un barrio donde sus primeros pobladores también se están despidiendo, por ley de vida. Pero no, no tocaba, y por eso estamos sin habla. Porque más allá de lo injusto que es cuando alguien en la flor de la vida se marcha, tú, querido poeta de lo inmediato, tú, ser de luz y de las charlas con las vecinas, el de los abrazos eternos y tus gorras estrafalarias, tú, querido grafitero y el de la mirada limpia y de niño no tenías que haberte ido tan pronto.

Pero quién sabe de los planes de esta vida o de este dios al que es imposible no juzgar o regañar por tanto. No, querido David, no es justo. Pero pasarán los planetas y las generaciones se marchitarán pensando en aquellos veranos de plazoleta, de la piscina, de la verbena y del campo de fútbol. De los recreos del colegio, de sus talleres y su sirena. De todos los que compartimos tu clase y de todos los maestros que entendieron a la perfección quién eras y cómo eras y ahora te lloran desconsolados. Porque así hay que llorarte, querido David, desconsolados. Como se lloran a lo héroes griegos y como sólo los barrios de gente buena y humilde llora a sus ídolos. Nada hará que tu nombre se borre, porque la memoria perdura y es el alma de los hombres. Nadie será quien no te guarde como se guardan las flores en los libros y las llaves de los cofres.

Querido David: los veranos pasaron, los otoños nos hicieron hombres, y los inviernos nos llevan al ocaso pero el anhelo de tu alma estará siempre instalada en la primavera de nuestros corazones. Maldito tiempo, malditos dados de la suerte y malditas travesuras que hace el diablo. Nadie muere del todo, eso dicen, si nos sale una sonrisa al recordar su cara. Dulce, claro, profeta en la plazoleta y capitán de la verdad. Todo dura un suspiro y todos de luto están. El corazón de la Granja nunca volverá a ser igual, ha muerto un niño travieso, un totem de la ingenuidad. Heridos de muertes estamos más nunca dejes de soñar. Se acabarán las eras de mundo pero tú siempre estarás, a quien de verdad llora un barrio, como el olor de la lluvia y como la sal en el mar nunca desaparecerá. David Vidal Cala, querido hijo de nuestra sangre: descansa en paz.

A la memoria de David Vidal Cala. 

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