Los musgos son los antepasados vivos de todas las plantas terrestres. Su capacidad de resistencia a las adversidades les ha hecho sobrevivir victoriosos hasta nuestros días.

En esta época del año, poco antes de la Navidad, es común ver a gente caminando por los numerosos solares abandonados de nuestra ciudad, transitando por vías por las que hace tiempo que ya nadie anda, entre los escombros de las viejas estructuras industriales y atravesando parques públicos desatendidos en busca musgo para decorar los belenes.

Los musgos son los antepasados vivos de todas las plantas terrestres. Su capacidad de resistencia a las adversidades les ha hecho sobrevivir victoriosos hasta nuestros días.

Sin verdaderos tallos, ni hojas, ni raíces, ni semillas, los musgos son organismos pioneros en la colonización de la tierra, cumpliendo un papel muy importante en los procesos de resiliencia ecológica.

El término resiliencia designa originalmente la capacidad de un metal para resistir y recuperar su forma después de un golpe. Teniendo en cuenta esto, es fácil imaginar porqué este término se ha puesto tan de moda actualmente.

Hoy se usa en los ámbitos de la psicología, de la sociología y de la ecología para invocar, respectivamente, una estrategia para alcanzar la paz interior, una virtud social ligada al éxito y, en fin, la capacidad de un organismo, una población o un ecosistema para recuperar el desarrollo normal después haber sufrido una grave perturbación.

Ayer, mientras observaba  a una señora arrancando musgo entre las ruinas de una nave industrial desmantelada en la carretera Madrid-Cádiz, recordé aquellos versos del poema Invictus de William Ernest Henley que cantan: “Estoy de pié, aunque herido. En este lugar de cólera y de llantos se perfila la sombra de la muerte. No sé qué me reserva la suerte, pero no tengo miedo ni lo tendré…”.

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