Una fotografía de archivo de unas elecciones pasadas.
Una fotografía de archivo de unas elecciones pasadas.

El omnipresente patriarcado ha sido y es tan hábil que logra que no veamos su existencia. Nos negamos a ver la realidad que tenemos ante los ojos. Hemos aceptado de tal forma la anormalidad de la normalidad de las cosas que nos rebelamos e incluso nos sentimos ofendidos, si alguien intenta mostrarnos nuestro error. Como en el cuento del traje del emperador, creemos aquello que nos interesa y no lo que realmente sucede. En este reparto los hombres también llevamos las de ganar, y por eso somos los que con mas contundencias nos oponemos al cambio.

Que vivimos en una sociedad desigual que no trata con iguales medidas a hombre y mujer es algo que salta a la vista. Pero eso sigue sin ser un problema. Como tampoco que sesenta mujeres sean asesinadas cada año en España, por la violencia machista. Que las cúpulas de los partidos políticos, sindicatos, empresas, asociaciones empresariales, clubes deportivos, gobiernos estatales, autonómicos y locales están monopolizadas por los hombres. Que vivamos en un mundo de modos y formas varoniles, donde lo masculino está supravalorado, y lo femenino infravalorado, cosificado, y marginado.

Que en nuestro país se practique ilegalmente a cientos de niñas la mutilación de sus genitales, en condiciones de absoluta inseguridad. Que la mujer siga teniendo que prostituirse para ganarse la vida. Que acomodadas parejas opten hipócritamente por comprar y mercantilizar el cuerpo y el vientre de mujeres pobres para satisfacer sus deseos. Nada de eso parece inquietar ni preocupar a políticos y ciudadanos, ni figura en las listas de preocupaciones de la población española en las encuestas.

Como tampoco que dos de los principales candidatos a presidentes del gobierno representen el machismo, y la idea de una masculinidad hegemónica donde el hombre está por encima de la mujer, y hasta que no tengan reparos en presumir públicamente de feminismo, y al mismo tiempo proponer medidas que las discriminan aún más.

Que la pobreza y la marginación sigan teniendo rostro  infantil y de mujer, que el sol no salga igual para todos ni todas, sean las mujeres las que sigan siendo violadas y acosadas por los hombres, o que sus vidas tenga tan poco valor que ya ni tan siquiera nos concentramos cinco minutos en señal de repulsa y protesta ante una nueva atrocidad machista.

Que políticos, medios de comunicación, y juzgados sigan generando información, noticias, sentencias, que de forma increíble ignoran la violencia de género, confundiendo a la sociedad sobre cuál es la verdadera raíz de esta tragedia que padecen las mujeres, ni mucho menos parece alterar nuestros ritmos vitales,

Tampoco nos interesa que el salario mínimo sea decente, haya una renta básica, se blinden las pensiones, la sanidad y la educación pública, y sí que nuestro país no se rompa, que somos muy españoles, porque hay algunos que quieren votar para destruirlo, bajar los impuestos a los que más tienen, los toros, lo que pasa a miles de kilómetros de aquí, las tradiciones que nos definen, e importan más que las cosas de comer.

Ahora más que nunca hemos de saber seleccionar muy bien nuestro voto, y no hacerlo por el pasado, el desprecio, la violencia, el machismo, y las desigualdades. Por esos que encumbran un poder masculino que a lo largo de la historia ha demostrado con creces su inhumanidad, ineptitud y peligrosidad.

El próximo 28 votaré contra la prostitución, las mafias del sexo, el patriarcado, el machismo, las desigualdades, los privilegios, y los vientres de alquiler. Votaré por el sentido común, la ilusión y la felicidad. El domingo votaré feminismo.

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