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José Ignacio García Sánchez, miembro de Podemos Jerez

Voy a hablar de algo feo. Algo incómodo. Para caer bien y que este artículo se comparta debería críticar los recortes, la corrupción de nuestro Ayuntamiento o el rescate a los bancos. Pero no, hoy debo hablar de represión. De represión a los que pelean por un mundo mejor. Y es feo e incómodo no sólo por las consecuencias personales que conlleva para el que la sufre sino porque detrás de cada noticia sobre detenciones o juicios a activistas hay un halo oscuro que lleva a pensar “algo habrán hecho”, “se lo merecen” o el pretendidamente neutral de “bueno… es que no son las formas”. Pero esta vez resulta que lo viví en mis propias carnes y sé lo que pasó.

Hace casi cuatro años ya, en septiembre de 2010, el 15-M aún no había llegado, las mareas no existían, gobernaba el PSOE recortando y las resistencias a las políticas de austeridad eran aún débiles. Los que salíamos a las calles éramos menos que los que lo hacemos ahora (¡menos mal!) y aún éramos unos bichos raros.

En aquella época yo participaba en el movimiento estudiantil sevillano, en la organización estudiantil MAE, y cuando los grandes sindicatos convocaron una huelga general después de ocho años, muchos lo vimos como el principio de un ciclo de movilizaciones. Teníamos razón.

Mi generación era la generación del “No a Bolonia”. La que dijimos que los nuevos grados universitarios precarizaban, privatizaban y elitizaban la universidad. Ojalá hubiéramos estado equivocados. Pero no es ese el tema de hoy.

Nos habíamos movilizado mucho por reivindicaciones estudiantiles y aquel septiembre era la primera vez que nos organizábamos para movilizarnos desde dentro hacia más allá de las vallas de la universidad. Esta vez contra la reforma laboral del PSOE, por nuestro futuro. Después llegaría el 15-M y muchas ocasiones más, pero esta era la primera.

Y ese día, el 29 de septiembre de 2010, fue el día que nos hicimos mayores. Recuerdo que tras semanas de actividad, quedamos de madrugada, recuerdo que paramos la universidad, que la manifestación fue masiva. Y también recuerdo que la policía entró en la universidad, nos pegaron, arrastraron (literalmente) a una compañera, maltrataron a otros, nos insultaron. Tuvimos miedo y, sobre todo, mucha rabia. El rector dijo que la policía nunca había entrado en la universidad aún cuando lo habían grabado las cámaras de varias televisiones y la mayoría de medios y muchos compañeros nos tildaron de violentos. Y no era verdad pero hicieron parecer que nos lo merecíamos.

Días después fue peor. O al menos yo lo viví como peor. Empezaron a detener a compañeros del movimiento estudiantil en sus casas. Al más puro estilo Cuéntame cómo pasó. Fue el día que vimos que dedicar gran parte de nuestras vidas a construir un mundo mejor nos conllevaría consecuencias personales. Siempre lo habíamos escuchado, esas batallitas románticas de los grises se hicieron reales, y ya no eran ni tan bonitas ni tan heroicas ni tenían música de fondo. Eran reales y como todo lo real estaba lleno de claroscuros que nos hacían sentir y pensar. Me di cuenta de que los que de verdad corrieron delante de los grises no lo cuentan tan contentos, porque la represión tiene poco de cuento de hadas. Duele, no sólo físicamente, y te hace sentir impotente.

Ahora vivimos tiempos en los que escuchamos y leemos cómo reprimen a los que pelean. Los dos chicos del 22-M en Madrid, Carlos y Carmen en Granada, etc. Y ahora los compañeros de Sevilla. En esta ocasión yo estuve delante, fueron ellos como podíamos haber sido cualquiera de los demás. Sé lo que pasó porque lo viví. Y sé que son inocentes.

Por eso hoy escribo esto. Porque me acuerdo de todas las compañeras y compañeros con las que viví esos momentos. Y, sobre todo, porque mañana jueves irán a juicio compañeros a los que admiro y respeto por el simple hecho de defender los derechos de todos y todas. Les piden años de cárcel. Y necesitan, necesitamos, que se sientan arropados y que todo les vaya bien. Somos muchos y muchas los que mañana estaremos con vosotros. Tenedlo presente.

Y es que, en el fondo, a partir de ese día, los que vivimos aquello, somos un poquito más libres. Ya sé lo que puede pasar, ya puedo decidir si seguir peleando o retirarme. Pretendían que dejáramos luchar, que tuviéramos miedo. Pero decidí seguir. ¿Y por qué? Porque no puedo no hacerlo.

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