Pan con aceite. Tostada y café caliente. Las manos manchadas y correosas con la sangre que se extrae del olivo. Un estampa idílica que refleja aquellos campos de mi Andalucía, jornaleros de piel y sudor. El desayuno andaluz es ese que cuando los políticos quieren decir que hacen Andalucía lo sirven en los colegios a los niños, mostrando la imagen tópica del pobre andaluz, labriegos esclavizados con el lomo reventado gracias a un señorito. Un señorito que, como buen político, no se baja de su caballo para con su grandeza postiza, heredera de una riqueza de sodomizar doncellas y reventar tierras, hicieron de mi Andalucía, una Andalucía de sudor, sangre, pan y aceite. Manos manchadas, agrietadas por el paso del sufrimiento.
Pero el andaluz también estaba en la mar, cortando con una navaja sus tristeza, a golpe de migote y café con leche. La humedad se cala, no hay manta que la guarde. Y así, noches y noches, con la mente puesta en la mar y sus golpes que no acaben con sus sueños, meditando en silencio con las redes del tiempo. Y así fue como el andaluz se forjó su sello. Pobre como las ratas y en silencio. Hasta que no hubo más trabajo y llegó el destierro.
Maletas cargadas de ilusiones se montaban en los trenes de la vergüenza. Palomas que volaban para levantar otra tierra, pensando en la suya, recordando sus problemas. Huían de los señoritos andaluces, para refugiarse en la piel de cordero burguesa. Cataluña levantaban, pero no era su tierra. Y así se encargaban de hacerlo saber en los colegios. Cataluña es de los catalanes. Y los andaluces… o lo asumes o puerta. Las colonias andaluzas se hicieron fuertes apoyándose entre sí, pero sus hijos obedecieron a los burgueses.
El desayuno andaluz no es pan con aceite, rico manjar, es lomo en manteca hecho con el mimo y recetas de ensueño. Con su toque de sal, su orégano. Es una tostada con una sábana de Jamón de Huelva, bien cortada. Una manteca colorá expandida a conciencia. Un toque de atún metío en manteca, sin abusar, que luego trae consecuencias. Y para los más osados, boquerones en vinagre, no se comen los madrileños los calamares, pues a ver quién me compara el profundo sabor del mar en la mesa.
El desayuno andaluz es un buen mollete de Utrera, regado con esencia, con su harina de sombrero y su migajón de corteza. Pero también el desayuno andaluz, es el que nos recuerda a cuaresma, que sabe a incienso y sabe miel según conveniencia. Unas torrijas o un picatoste gaditano, con el pan recibiendo una buena ajogaílla en leche y canela. Acaso no es de Andalucía, el olor a chocolate caliente con los tejeringos de la Guapa o los churros de la Manuela.
Que no os engañen, ávidos lectores, el desayuno andaluz es lo que el andaluz quiera. Es la pasión por lo suyo y el amor por su tierra. El desayuno andaluz más hermoso que dará esta mesa, será el día que nos levantemos con el pie izquierdo, buscando nuestra independencia. Una independencia no de banderas, ni de fronteras, sino de políticos de dentro y de fuera, que algún día se le atragantará el migajón, al ver como Andalucía enseña los dientes y exporta valía, no a su gente, siendo patria del esfuerzo y el corazón.