Suspenso general

La ministra de Educación, Isabel Celaá, en rueda de prensa. FOTO: PSOE

—¿Ha visitado usted algún colegio?

—No he tenido tiempo.

Esta fue a respuesta de la ministra de Educación ante la sensata pregunta de un periodista. Pobre señora, no tiene tiempo para conocer, de primera mano, la realidad de la Educación obligatoria en nuestro país. La misma señora Celaá reconoce su inutilidad.

Es el gran problema de la política española, la cantidad de inútiles que llegan a los cargos más altos como recompensa a su afinidad política o por su trayectoria servil dentro de un partido. Da igual su currículum en el terreno donde desarrolle el cargo. Los ministros pasan de una responsabilidad a otra demostrando así el poco reconocimiento a la formación o al prestigio profesional, y confirmando que, la mayoría de ellos —los de ahora y los de antes— son solo inútiles con el carnet de un partido. Pero todos tranquilos, que nuestro presidente Sánchez dice que los colegios serán lugares seguros porque desde el Ministerio se dieron una serie de recomendaciones al final del estado de alarma. De la coordinación y del control sobre si las distintos gobiernos autonómicos hacen su trabajo que se ocupe la Santa Providencia. Visto lo visto, me pregunto ¿para qué demonios queremos un ministerio de Educación?

Sabíamos que la Educación pública en este país —al igual que la Sanidad— está abandonada a su suerte. Pero no todo el mérito lo tienen nuestros gobernantes cortoplacistas, una sociedad dormida, a la que solo le importa saber si Messi se queda en el Barcelona, también tiene su parte de responsabilidad.

En España nunca se ha afrontado la Educación como una necesidad primordial para el progreso de nuestro Estado. Quizás por eso, a todos esos salvapatrias de banderas rojigualdas en los balcones y las muñecas, casi nunca los verás en una manifestación de la Marea Verde. Pero tranquilos amigos fachitas, no os exaltéis aún. Con respecto a este tema, todo parece indicar que a los del otro bando también les importan un pimiento estas cuestiones. Un ejemplo de ello es ver la actitud de Podemos. Hace una semana, el señor Iglesias y su grupo se mostraba muy crítico con la señora Celaá. No les faltaban razones, pero se les olvida que su ministro de Universidades, el señor Castells, ha estado desaparecido durante todo este tiempo. Está claro que, salvo en casos excepcionales como la ministra de Trabajo Yolanda Diaz —¡qué buena líder está dejando escapar la izquierda!—, parece que los del ¡Sí se puede! hace meses que se han acostumbrado a la buena vida y al buen yantar. No sé, quizás sean cosas de este pituffo perroflauta y mamarracho, pero prefiero un político zarrapastroso y honrado a uno acomodado que en pocos meses es capaz de traicionar todos sus principios.

Pero, volviendo al tema que hoy me preocupa, está claro que lo del Pacto por la Educación es una quimera. No les conviene, ni a unos ni a otros. Ni siquiera una pandemia mortal les anima a realizar una verdadera inversión en personal y recursos, unidos en un proyecto educativo a largo plazo. A nuestros políticos se les llenan las bocas con grandes cifras pero la realidad en los colegios públicos es alarmante.

Desgraciadamente, nuestra Andalucía no es una excepción, más bien todo lo contrario. Aquí tenemos al señor Imbroda, quien se muestra empeñado en tratar al sistema público educativo con un solo objetivo: desmantelarlo y dejar que se convierta en centros para niños y niñas con problemas o patologías —sí, a esos mismos chavales que muchos colegios religiosos rechazan o aíslan con total impunidad— y de clases sociales bajas. La solución de nuestro consejero para los colegios públicos ante la pandemia del Covid se resume en las siguientes palabras: “Que los centros se las apañen como puedan”.

El marrón para los equipos directivos, trabajadores y padres. El plan de la Consejería de Educación consiste básicamente en mascarillas, gel hidroalcohólico y ventanas abiertas. Ni rastro de las aulas burbujas, ni rastro de la diversificación de horarios, ni rastro de una bajada de la ratio. Tampoco se sabe nada del aumento del número de docentes. Bueno rectifico, algo si se sabe, que es un timo. ¡Ah! Y por supuesto lo del personal sanitario en los centros se deja para las películas de ciencia ficción. Pero no acaba aquí el esperpento: si en un centro hay sospecha de algún caso, el coordinador COVID, un maestro sin medios y escasos conocimientos, debe aislar al niño e informar a progenitores, servicios médicos, etc… mientras todo sigue tan normal. El protocolo de actuación es un disparate, un sinsentido propio de los hermanos Marx.

Pero poco o nada parece importarle al señor Imbroda, del que me hubiera gustado ver su reacción si, cuando entrenaba basket, su equipo hubiera tenido que jugar con balones pinchados, canchas agujereadas y botas de tres kilos. Se olvida que sus jugadores, ahora, son los profesores y profesoras de la enseñanza pública y lo único que hace con ellos es dejarles tirados y desprotegidos, mientras se vende al equipo rival. Lo siento por los trabajadores de la educación pública, pero vuestros jefes os están dejando vendidos. No sé cómo demonios aguantáis, y junto a unos padres y madres- a los que se amenaza con abrir expedientes de absentismo- no tomáis medidas serias. En esto deberían implicarse todos. La salud y el futuro de la comunidad educativa está en juego. Ustedes mismos.

Archivado en: