El Secretario General de Vox, Javier Ortega Smith, en el hotel Guadalete,
El Secretario General de Vox, Javier Ortega Smith, en el hotel Guadalete,

Cantaba Amy Winehouse con esa magnífica voz que el alcohol nos arrebató en 2011. Pero este estribillo continúa estando de moda para la derecha española. Desde la llegada de la democracia, el PP, antes Alianza Popular, se ha opuesto a leyes como el divorcio (1977) o el matrimonio entre personas del mismo género (2005). Esto ha originado situaciones tan curiosas como ver votar contra el divorcio a Álvarez Cascos que, a día de hoy, se ha divorciado dos veces; o asistir perplejos a cómo Mariano Rajoy daba la brasa, recurso ante el Tribunal Constitucional incluido, contra el matrimonio gay para después asistir a la boda de su compañero de partido Javier Maroto con otro hombre.

Debe ser que su Dios lo perdona todo, más aún si eres rico. Ni el relevo generacional les hace cambiar. Peor aún, ya que el liderato de Pablo Casado ha supuesto un retroceso. La llegada de VOX, una oportunidad única para que los populares se conviertan en un verdadero partido de centro derecha, les ha dejado más desorientados que una brújula en una lavadora. El último ejemplo lo tenemos con la ley que regula la muerte digna, en cuya votación en el Congreso tanto PP como VOX se han quedado solos. Ni el partido más corto de miras de la historia de la política mundial, Ciudadanos, los acompañó esta vez. Lo más lamentable es que no hablamos de convicciones sino de un oportunismo político que, si bien no es solo propio de la derecha, en los partidos de este espectro es recurso habitual cuando hablamos de leyes básicas para la igualdad y los derechos del ser humano. Aburre ver a estos adalides de las libertades argumentar contra la eutanasia. Su idea de la libertad se podría resumir en la premisa “ser libres para prohibir a los demás lo que me convenga”. Triste y voxmitivo.

El concepto de libertad de este pituffo Gruñón es ligeramente distinto. Para explicarlo voy a utilizar a uno de mis cómicos favoritos al que, casualmente, VOX puso de ejemplo para criticar al gremio del cine español en la última gala de los Goya. Se trata de Ricky Gervais. No quiero dejar pasar la oportunidad de recomendar a los simpatizantes del partido de extrema derecha algunos discursos del irreverente cómico británico sobre las corridas de toros, los límites del humor o la religión. Algunas de sus perlas suponen un faro para el concepto de libertad. Sirvan de modelo algunas citas del cómico de Reading para el que “el matrimonio homosexual no es ningún privilegio, es una simple cuestión de igualdad de derechos. Un privilegio sería que los homosexuales no tuviesen que pagar impuestos, como ocurre con la Iglesia”. Según Gervais, “si te sientes amenazado u ofendido por la gente que disiente, desafía o incluso ridiculiza tu fe, entonces tu fe no puede ser tan fuerte”. Esta última cita es especialmente válida para la Asociación Española de Abogados Cristianos, más parecidos a Anás y Caifás, aquellos sacerdotes saduceos que se rasgaban las vestiduras mientras Jesús ponía la otra mejilla y perdonaba a los que lo ofendían.

Luchar por la libertad consiste en oponerme a las leyes de ofensa contra el sentimiento religioso o a las que penalicen la apología, me da igual que sea del terrorismo o del franquismo. Yo crecí en los años de plomo de la asquerosa y asesina ETA. En los noventa viví en Sevilla, justo al lado de la cárcel donde la banda terrorista- o Movimiento de Liberación Vasco, según palabras del presidente Aznar- atentó matando a cuatro personas en 1991. También pasaba con frecuencia por las misma zona donde el matrimonio Jiménez Becerril fue cobardemente asesinado. Incluso, si mi memoria no me engaña, creo recordar haber visto los restos de sangre de la pareja en una calle cercana a uno de los bares que solía frecuentar con mis amigos. Y, sin embargo, en esos años se hacían chistes sobre terroristas, se cantaban canciones de grupos- como Soziedad Alkoholika- que “alentaban” en sus letras a ETA y todo ello mientras Herri Batasuna- esta sí era el brazo político de ETA- se sentaba en el congreso sin que nadie le diera, literalmente, la espalda. No hacían falta leyes prohibiendo apología alguna, y la comedia la utilizábamos- como hace Gervais- para ridiculizar a estas alimañas.

Curiosamente, 30 años después, nos encontramos con personas sentadas en el banquillo por hacer chistes, parodias o publicar tuits. Para atrás, como los cangrejos. Vamos a ver, señoras y señores, EL MAL GUSTO NO SE PUEDE PENALIZAR. El límite lo pone cada cual, y que te rías según de qué cosas no significa que las apoyes. Una hermosa lección sobre este tema la dio, no hace muchos años, una víctima de ETA, psicóloga para más señas, llamada Irene Villa. Mi colega, cuando muchos ponían el grito en el cielo por un chiste que Guillermo Zapata, concejal de Podemos en Madrid, tuiteó y que hacía referencia a su minusvalía, le “quitó hierro al asunto” y reconoció no solo conocer esos chistes sino también ¡haberse reído con ellos!

Siguiendo esa misma línea, declaro delante vuestra que, como Pituffo Gruñón, defiendo la libertad en su máxima extensión. Defiendo la libertad de expresión del bocachancla de Willy Toledo y la libertad para hacer humor de Broncano, Quequé e Ignatius- responsables de shows como La Vida Moderna y La Resistencia- o de la chirigota del Cascana. Por cierto, a esta agrupación carnavalesca de lo único que se le puede acusar es de poca originalidad, basta con ver en el mismo concurso a Los tontos de capirote llegando a la final en 1986. Está todo inventado.

Pero voy más lejos. Luchar por la libertad supone también defender a ultranza la libertad de expresión de fachas, extremistas religiosos o trolls sin demasiadas neuronas y aburridos de sus tristes vidas. Defiendo, incluso, el derecho de tipejos que usan las redes sociales o los comentarios de un periódico digital para insultar escondidos bajo el anonimato, o decir todas las estupideces que consideren. Por muy asquerosamente machistas, racistas o antediluvianas que sean sus palabras, no deben prohibirse. Llevo ya algunos años en el mundo de twitter para que me afecten sus vómitos. Lo siento pero, respetando la opinión de otros articulistas, yo nunca dejaría de escribir mi columna por los insultos de unos berzas. Creo que hoy en día tenemos la piel muy fina. Aunque me parezca muy cobarde el hecho de refugiarse en el anonimato de un nick mientras yo pongo mi carita cuando salgo en medios de comunicación o firmo con nombre y apellido en redes sociales, artículos o libros; estos imbéciles también tienen derecho a expresar su mezquina intolerancia.

¿Pero, entonces que hacemos con estos especímenes? Pues en esos casos yo me reservo el derecho de responderles, ridiculizarles o incluso, en casos muy evidentes, extremos, graves y con una amplia repercusión pública- como las burradas de Ortega Smith sobre las Trece Rosas- utilizar mi derecho de denunciarles por difamación. Pedir límites a un cobarde troll de internet es ridículo, sería como esperar que un mono babuino entendiera la mecánica cuántica.

Por favor, no más leyes en contra de apologías de lo que sea, ni en contra del derecho de cada cual a vivir como quiera. A los opresores y sus lacayos no se les prohíbe, se les combate; principalmente con educación, cultura y ciencia, pero también ridiculizando su necedad. No hay mayor error que convertir a estos carajotes en víctimas. No contéis con el pituffo Gruñón para esto.

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