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Las palabras que usamos para nombrar las cosas no tienen un efecto neutro. Por eso decidí que esas personas que vienen por mi consulta iban a ser mis clientes, y no mis pacientes. 

Les voy a contar un chiste malo. ¿Cuál es el negocio donde el cliente nunca tiene la razón? La psicología. Ja. Aparte de la poca gracia del chiste, no estoy de acuerdo con la afirmación que lleva implícita. Según mi experiencia en consulta, el cliente tiene una demanda, digamos un problema, o varios, pero casi nunca tiene perdida la razón o la facultad del juicio. El desconocimiento cultural de nuestra profesión sigue identificando, persistentemente, nuestra profesión con la psiquiatría, y que ambas se dedican en exclusiva a tratar “locos”. 

El Carnaval, como reflejo de la sociedad y de la cultura, ha mostrado en ocasiones lo que entiende por esto de la psicología o la terapia, estando siempre presente el concepto de majara o loco. Como se pudo ver en dos (grandes) chirigotas recientes: Los Psicolocos y El que entra no sale. En esta última, unos clientes con mucha gracia acuden a consulta para desintoxicarse de la “locura del carnaval”, con un enorme Cristóbal Cornejo en el papel de terapeuta.

En cualquier caso, los que vienen a una consulta de psicología, estén locos o no, ¿son clientes, o pacientes? Hombre, en un sentido estricto no son ni una cosa ni otra, son simplemente personas, pero de alguna manera habrá que llamarlos, ¿no? Hace ya tiempo descubrí que rara vez las palabras que usamos para nombrar las cosas tienen un efecto neutro. Por eso decidí que esas personas que vienen por mi consulta iban a ser mis clientes, y no mis pacientes. ¿Y por qué? Primero, porque un paciente viene a ser curado, normalmente de una dolencia o una enfermedad. Y yo no creo que mis clientes estén enfermos o deban ser curados de nada. Segundo, porque un paciente no puede hacer nada por sí mismo, salvo ponerse pasivamente en manos de un profesional que lo pueda sanar, y seguir ciegamente sus indicaciones. Y yo puedo constatar que solo las propias personas tienen el poder de efectuar los cambios necesarios en sus vidas para sentirse mejor, de forma activa. Tercero, porque un paciente puede ser curado aunque él mismo no quiera. Con aplicarle el tratamiento farmacológico o quirúrgico adecuado, sanará. Aunque ni entienda, ni se entere, o ni desee dicho tratamiento, el resultado será el mismo. Y en la psicoterapia, tal como yo la entiendo, el cliente no solo debe comprometerse en la aplicación de la solución, sino en la propia construcción de la solución.

Llamar clientes a mis clientes implica varias cosas. En primer lugar, lo que todos sabemos, que el cliente es el que paga. Intento que no se me olvide esto durante las sesiones, velando por la eficacia de un tiempo por el que esa persona que tengo enfrente ha pagado. Además, al llamarlo cliente le otorgo un poder activo y de decisión que la palabra paciente no le da. Un paciente vendría a ponerse en mis manos, en cambio un cliente viene a que yo me ponga en sus zapatos.

En definitiva, como bien saben los informáticos, un cliente requiere de un servidor. Mis clientes vienen a un servicio, y eso me coloca en el papel de servidor, algo mucho más coherente con la ética profesional que sigo. Ser servidor consiste en ofrecer servicios, esto es, cosas que sirvan, útiles, prácticas, para las personas. No hacer eso sería no hacer bien mi trabajo.
Ya que mis clientes son no pacientes, se puede decir que son clientes in-pacientes. ¡Y vaya si lo son! Más que nada porque no tienen tiempo que perder en encontrar o construir las soluciones necesarias. Quien viene a terapia normalmente lo hace porque no puede más, no porque tenga tiempo para perderlo. Y en Cádiz, tampoco suelen tener mucho dinero… así que, ¿cómo ofrecer procesos terapéuticos eternos y farragosos en los que, entre otras cosas, no creo? Pero de eso ya hablamos en otro momento.

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