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Cuando pensamos que algo es natural, es porque creemos que su razón de ser no obedece a nuestra voluntad, y es normal su existencia.

Que las mujeres tienen unas capacidades y los hombres son diferentes, que a los hombres nos compete ser fuertes y las mujeres son débiles y llorar es cosa de ellas, y por eso tienen que darnos hijos y cuidarnos, y nosotros mantener y proteger a la familia.

Cuando está prohibido que expresemos lo que sentimos, parecer vulnerables y ser menos hombre.

Cuando esos son los modelos que nos han dado, y lo diferente nos parece excesivo, pretensioso, cuanto menos equivocado, e intentamos marginarlo mediante su menosprecio.

Cuando está demostrado que los hombres disponemos al día de una hora y media más que las mujeres para nuestro ocio, y el futbol, los deportes, las peñas y los clubes recreativos y culturales, se inventaron para dar ocupación a nuestro tiempo libre, sin apenas espacio para ellas.

Cuando la población reclusa por asesinatos, violaciones, abusos, y robos con violencia, es en su mayoría masculina, los accidentes de tráfico por imprudencias lo protagonizan en un porcentaje similar hombres, y los andaluces vivimos de casi siete años menos que las andaluzas, sin que exista razón para ello.

Cuando sentimos pavor ante una sexualidad que no sea la nuestra.

Cuando existe un techo de cristal, una brecha salarial, un suelo de barro, la conciliación familiar y laboral es en exclusiva femenina, y cada año aumenta el número de mujeres asesinadas por hombres con quienes mantenían una relación sentimental, a pesar de los muchos millones de euros públicos invertidos en campañas y programas, diseñados por hombres, que olvidan sistemáticamente la necesidad de promover un cambio entre los hombres.

Cuando los delitos de abusos sexuales a mujeres, niños y niñas continúan, se dispara la pornografía entre los y las más jóvenes, aumenta la prostitución y la trata de personas, y uno de los mayores miedos de las estudiantes de ESO y Secundaria, es encontrarse a solas con un hombre por la noche en una calle oscura.

Cuando el lenguaje oficial visibiliza al cincuenta por ciento de la población, ignorando al otro cincuenta, bajo excusas de oficialidad, economía del lenguaje, usos del genérico masculino, la Real Academia Española de la Lengua rebosa testosterona, y la presencia de académicas es anecdótica.

Cuando ser mujer y pobre es sinónimo de desigualdad y discriminación social, laboral, y de género.

Cuando de las tareas de casa y los cuidados se ocupan ellas, por mucho que nosotros digamos que hacemos lo que no hacemos, y somos especialistas en el escaqueo, en el luego lo hago, o el hacerlo mal a sabiendas, para que nos digan, “déjalo que ya lo hago yo”.

Cuando todo eso pasa, y no sentimos vergüenza, y no somos capaces los hombres de pensar en la parte de responsabilidad que nos corresponde, y miramos para otro lado, y el silencio nos hace cómplices.

Cuando creemos que con unos minutos de silencio por cada asesinato de una mujer, y decirnos y decir que apoyamos la igualdad, es suficiente.

Entonces es obligatorio que nos reseteemos, paremos, y repensemos el modelo de masculinidad en el que nos sustentamos, y el hombre que vamos a dejar a las próximas generaciones. Que busquemos con honestidad las razones por las que todo esto sucede.

Que es urgente y necesario ponernos las gafas violetas como dicen las feministas, y ver al feminismo como es y no como queremos verlo, un enemigo que busca reemplazarnos en el poder, sino una reivindicación necesaria y de justicia ante la desigualdad que sufren mujeres, homosexuales, lesbianas, y transexuales.

Los grupos de hombres por la igualdad pueden ser un primer paso en esa dirección, son esas gafas violetas que necesitamos para ver bien. Espacios para la reflexión entre los hombres, donde hablar y expresar aquello de lo que no solemos hablar entre nosotros porque el patriarcado nos lo prohibió, masculinidad, amistad, sexualidad, género, paternidad, feminismo, mujeres...

De esta forma los hombres iniciamos un proceso de cambio hacía nuevos modelos que nos alejan del hombre viril y violento, temeroso de sí mismo y del poder de los demás, reprimido en las ternuras y los afectos, acercándonos a un hombre humano, donde las diferencias de género no implican poder, violencia, desigualdad ni discriminación. A un hombre que vive, llora, sufre, ama, y de vez en cuando es feliz.

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