'El Cabrero', en una imagen retrospectiva.
'El Cabrero', en una imagen retrospectiva.

Un terremoto de 7,8 grados en la escala Richter asoló las costas del país, pero se sintió en todo el interior. Y no fue como los anteriores.

El Cabrero. O José Domínguez Muñoz. Nacido en Aznalcóllar el 19 de octubre de 1944. Cabrero. Cantaor. Poeta. Un extraño hombre de campo y, al mismo tiempo, una voz inapelable del flamenco. Lleva más de cuarenta años subido a los escenarios. Su voz es un torrente desgarrado y, al mismo tiempo, le acompaña la letra de sus fandangos. Una mirada inapelable. La barba por la que corre el tiempo. Controvertido para los más puristas. Enemigo de medallas, premios y reconocimientos.

Sólo conozco al Cabrero en la distancia. Es decir, al otro lado del océano. En Andalucía es muy respetado. Y quienes emigramos, nos lo llevamos dentro, como parte de equipaje reducido a la mínima expresión. Así me lo llevé yo a Quito. Para las noches en que tenga mucho que pensar. Para los días en que tenga que justificar mis sentimientos a través de la letra de una canción o del cante jondo de una voz.

¿Saben? Es muy difícil escribir algo convincente cuando sientes el corazón como un puntapié. Yo quería hacerlo esta mañana. Me hacía ilusión contarles algo sobre el Cabrero. Padezco de admiración por el flamenco. Por las letras que esconden muchos de sus palos. Así sean “soleares” o tarantos. Tenía esa alegría para contaros algo que os llegara muy dentro, a todos esos lectores de Jerez, o de otra parte.

Sentarme en la mesa con un café. Sentir el humo que asciende de la taza. Dejar que el sol brille sobre la superficie de la misma. Mirar por la ventana las hileras de los edificios en diferentes alturas y posturas. El volcán Pichincha, allá al fondo, envuelto en llamas. Pero me pudieron la tristeza y el desasosiego. Me pregunté qué tan útil es escribir acerca de la felicidad o de un hecho sonriente ante lo que se nos vino encima.

Muchos de ustedes también estarán pasando lo suyo. Tendrán familiares en situación de desempleo. Problemas inquebrantables de salud. Padecerán de insomnio. Les lloverá la rabia ante el Gobierno tan incapaz y turbio que tienen. Mirarán al campo como si los olivos estuvieran muertos. O echarán un vistazo al mar Mediterráneo. Los problemas de la inmigración forzosa. Los refugiados. La insoportable crueldad del terrorismo. La eterna visión de aquel niño sirio ahogado y revuelto entre la arena. De todo ello os bombardean a diario los medios de comunicación, y surgen movimientos de solidaridad hipócrita para ponerse una bandera en los perfiles. Y pensamos que, a río revuelto la ganancia es para los pescadores. ¿No es así?

Y yo aquí, escribiendo sobre un cantaor flamenco. Enfrentándome a la suerte que me tocó. El sábado 16 de abril, estaba más tranquilo que una botella de vino en el gaznate de un borracho. Todo empezó a temblar. Los libros. Los estantes. Al principio de forma apenas perceptible. Como en otras ocasiones. Unas leves oscilaciones de izquierda a derecha. Pero después de veinte segundos, aquel movimiento sísmico no se detenía. Se hizo más incómodo y violento. Desconfié de ese instante. Y salí a la calle con algunos vecinos. Comentarios. Cuchicheos. Algún amago de broma, pero una honda preocupación. Los medios de comunicación tardaron más de la cuenta en hacerse eco de lo sucedido, mientras que a través de las redes sociales y del boca a boca, nosotros empezamos a tener conciencia de la gravedad del asunto.

El resto ya lo habrán adivinado. ¿No es cierto? Un terremoto de 7,8 grados en la escala Richter asoló las costas del país, pero se sintió en todo el interior. Y no fue como los anteriores. Tuvimos que esperar pacientemente las informaciones oficiales, y dejar a un lado las diferencias. Por encima de todo hay una solidaridad mínima, la cual consiste en estar callado y ser discreto con las emociones.

El fin de semana transcurrió con la oreja pegada al transistor. La radio todavía conserva esa bella inmediatez. No hay que esperar hasta el día siguiente. Algo sí puedo afirmar: el pueblo ecuatoriano es noble y generoso. Si supieran de qué forma han empezado a movilizarse y a querer ayudar sin protagonismos. Las poblaciones afectadas en la costa están totalmente devastadas. El verdadero alcance del sufrimiento no lo sabemos quienes estamos en otra provincia. Aunque hay cierta desorientación en cuanto a cómo ayudar, nos carcomen las ganas de hacerlo. Solo me queda un detalle: somos insignificantemente mortales.

Otro día escribiré sobre el Cabrero. Aquí les dejo con un soneto de Borges al que el cantaor puso guitarra y voz:

Bruscamente la tarde se ha aclarado 

Porque ya cae la lluvia minuciosa. 

Cae o cayó. La lluvia es una cosa 

Que sin duda sucede en el pasado. 

 

Quien la oye caer ha recobrado 

El tiempo en que la suerte venturosa 

Le reveló una flor llamada rosa 

Y el curioso color del colorado. 

 

Esta lluvia que ciega los cristales 

Alegrará en perdidos arrabales 

Las negras uvas de una parra en cierto 

 

Patio que ya no existe. La mojada 

Tarde me trae la voz, la voz deseada, 

De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído