La imagen no podía ser más reveladora: un tipejo (el calificativo podría ser el peor del mundo) orinando en el recodo que se forma en la fachada de la iglesia de San Mateo a las seis de la mañana del pasado viernes. A su lado, un coche azul con las luces encendidas lo espera. En la foto lógicamente no se pueden deducir ese tipo de detalles, pero podemos imaginar ese coche con el motor encendido y la música a todo trapo por las calles empedradas y estrechas de la vieja medina musulmana.

Según cuenta el vecino que realizó la foto, que a esas horas se dirigía a su trabajo sin haber pegado ojo durante toda la noche y sin que su hijo, un bebé de cinco meses, hubiera podido dejar de llorar en toda la madrugada, en ese coche iban cinco tipejos. Pues bien, los cinco fueron turnándose para mear justamente en ese mismo lugar. Si le preguntásemos por la noche en sí a ese vecino o a cualquier otro desde la Ronda del Caracol a la Alameda Vieja, nos diría que todo giró en torno a gritos, peleas y bolsas de botellón. Y muchos chavales, que más de uno aseguraría que eran menores de edad, bebiendo como cosacos, gritando como bajunos y comportándose como si estuviesen en un polígono industrial, eso posiblemente sea porque en un polígono industrial es donde deberían estar, si quieren comportarse de esa manera.

Si le preguntásemos por la noche en sí a ese vecino o a cualquier otro desde la Ronda del Caracol a la Alameda Vieja, nos diría que todo giró en torno a gritos, peleas y bolsas de botellón.

Hace seis años (es importante este dato porque estamos hablando del paso de dos gobiernos diferentes de signo político, se supone, totalmente opuesto) se erigió una plataforma para hacer frente a ese fenómeno, el del botellón, que consiguió que se implantara un dispositivo policial que, a base de constancia y de continuas denuncias, terminó con un fenómeno que estigmatizaba toda la zona intramuros y que se extendía y provocaba en el barrio una especie de metástasis demoledora que se lo llevaba todo por delante y ante la cual parecía que nada se pudiera hacer. Se organizaron patrullas vecinales durante meses e incluso los inspectores de la Policía Local se echaban las manos a la cabeza al comprobar in situ lo que ocurría en la plaza del Mercado y sus alrededores. Esa plataforma fue el germen de lo que sería al poco tiempo la Asociación de Vecinos del Centro Histórico.  

Desde entonces, se ha actuado como los bomberos cuando dan por extinguido un incendio: intentando controlar las brasas y los nuevos conatos de incendio, que los ha habido y muchos. Y el denominador común ha sido siempre solicitar un dispositivo policial especial para la noche de los jueves en verano y salir de patrulla vecinal para ver lo que sucedía sobre el terreno. Como aquí se lleva mucho eso de esperar a tener el problema encima para arreglarlo (la prevención debe ser una palabra ininteligible para algunos), este es el sexto año consecutivo en el que tienen que ser los vecinos los que salgan a patrullar y los que denuncien públicamente lo que está sucediendo.

Mejor dicho, lo que se está consintiendo que suceda. El fenómeno del botellón ha regresado en su forma más salvaje, más incívica y más dañina. Se sabía que podía suceder, pero aún así se ha consentido que suceda. Y ahora a ver quién es el guapo que dice que no hay dinero para un dispositivo de la Policía Local viendo lo que cobran los altos cargos del quinto ayuntamiento más endeudado de España.

El foco de infección lo encontramos en algo que urbanismo sabe y conoce perfectamente, pero ante lo que mira hacia otro lado por unas razones que aquí me las callo, pero que son de todo menos limpias. Por eso uno se sorprende cuando sale la alcaldesa diciendo que si mesas del ruido, que si conjugar derechos, que si bla bla bla. Sobre lo de que “son cosas que trae el verano” o “también ha pasado en la Avenida de Nazaret” mejor ni opino, porque demuestran una mediocridad y un desconocimiento de la situación tan grandes, que no merece la pena ni entrar a valorarlo. Lo que sí está claro es que sigue escurriendo el bulto y sin asumir su responsabilidad que, junto con la Policía Local, es toda en este asunto.

No han hecho nada, salvo dejar pudrir la situación y posicionarse en contra de aquellos por los que deben velar.

Existen unas leyes y normativas que hay que cumplir, y están ahí precisamente para garantizar la convivencia y la preservación de los derechos de todos, seamos vecinos, hosteleros o lo que diablos queramos ser. Y es el ayuntamiento quien debe garantizar su cumplimiento. Ni este ni el anterior han hecho absolutamente nada en esa dirección, no han querido, no les ha salido de sus mismísimos despachos hacer nada por resolver un problema del que se conocen causas, síntomas y remedios. No han hecho nada, salvo dejar pudrir la situación y posicionarse en contra de aquellos por los que deben velar. A partir de todo esto, mesas para qué, sentarnos para qué. Si es para negociar en qué términos se incumplen las normas, para que dos se sigan enriqueciendo con el quebrantamiento de los derechos de los residentes, desde luego que no asistirá nadie.

Cuando uno toma posesión de un cargo público, jura o promete cumplir y hacer cumplir la Ley. Cualquier acción que conscientemente vaya encaminada a amparar su incumplimiento puede acabar con más de uno o una en un lugar del que Pedro Pacheco podría escribir a estas alturas un libro de viajes.

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