Rupert Murdoch sabe muchas cosas. Quizás por eso el verano pasado lanzara una oferta de 80.000 millones de dólares por su competidor, el gigante mediático Time Warner (que incluye cadenas como la poderosa HBO, los míticos estudios de cine Warner Bros o la revista Time), y quizás también por eso la retirara poco después. El pasado le recuerda que las grandes fusiones en el terreno empresarial no siempre han cosechado el éxito esperado, aunque los magnates de la Forbes se las prometieran muy felices en la primera década de los 2000. El pasado es importante. El conocimiento de lo ocurrido alumbra un poco en lo sombrío, facilita la toma de decisiones y minimiza la indefensión ante el siempre imprevisible mañana. Es, paradójicamente, y como le ocurriera a la lírica ─¿cómo saber ya si le sigue ocurriendo?─, un arma cargada de futuro. 

Hace ya más de una década, la cadena estadounidense Fox —propiedad del grupo mediático estadounidense News Corporation, o lo que es lo mismo, del todopoderoso señor Murdoch— estrenó la serie de televisión «John Doe» (Regency Entreprises y Fox Television Studios). En ella, el protagonista era un hombre sin pasado conocido. Sufría una especie de amnesia que le impedía recordar cualquier cosa acerca de su propia identidad. Por si fuera poco, ni siquiera contaba con familiares o amigos que le pudieran ayudar a reconstruirse a sí mismo en la memoria. El popular actor Dominic Purcell alimentaba así el mito de lobo solitario que ya nos ofreció en la exitosa serie «Prison Break» entre 2005 y 2009, también por cuenta de la Fox. Bastantes más años atrás, el genial Frank Capra dirigió el largometraje «Meet John Doe» (EE.UU., 1941). En la cinta, Gary Cooper interpretaba a un vagabundo elegido por un gran periódico para asumir la identidad del autor de una sobrecogedora carta al director. La epístola ─redactada en realidad por una periodista del medio, como es condenadamente habitual en esta sección─ presentaba a un hombre desesperado que, acuciado por su situación económica, amenazaba con suicidarse el día de Navidad. Aquel “Juan Nadie” podía prestarse al engaño ante la opinión pública ya que nadie conocía su pasado. Él sólo vagaba por una fría y gran ciudad sin que prácticamente ningún ser vivo hubiese reparado en su presencia.

La historia lejana y reciente de la industria audiovisual ha jugado en muchas ocasiones con la figura del “hombre sin pasado”. El ayer desconocido ofrece tantas posibilidades que resulta sumamente atractivo, ya que, por así decirlo, se puede construir al gusto. Hace algún tiempo, sin ir más lejos, me topé con una versión publicitaria del actual «John Doe». Un popular centro comercial había puesto en marcha la promoción “Buscamos Homo Sinhipotecus”. En ella, la empresa se comprometía a asumir el pago de la hipoteca o el alquiler de los cuatro afortunados que resultasen agraciados en el sorteo. Para participar, los clientes tenían que presentar sus tickets de compra o entrar en la página de Facebook del centro comercial.  El diseño publicitario de la campaña constaba de un montaje fotográfico en el cual podía verse a una familia prehistórica, ataviada con pieles de animales y huesos en el pelo. Una madre, un padre, una hija adolescente y un niño, todos ellos portando bolsas y modernizando su look con unas estilosas gafas de sol, un pañuelo de moda o un pequeño teléfono móvil. Más allá de lo jocoso de la imagen y de su aparente carácter inofensivo, no podemos despreciar el significado sutil que encierra. Esa familia, compradora, estilosa y unida alrededor de una mesa del McDonalds, está también «hipotecada». Al parecer, ni siquiera nuestros ancestros podían librarse de la losa crediticia sobre su techo de pedernal. El ser humano libre de cargas se presenta pues como un espejismo, como una especie diferente y desconocida. Ese eslabón perdido, esa rara avis, es poco menos que una ilusión utópica a la que todos los mortales aspiramos, por lo visto, desde el principio de los tiempos.

Al presentarnos a esa familia cavernícola ya sometida de por vida al yugo bancario, se consigue identificar el consumismo desmedido y neoliberal con el germen de la especie humana. Si los ciudadanos siempre hemos sido compradores, si siempre hemos gozado la cultura del centro comercial, si siempre hemos dedicado más tiempo al teléfono móvil que a hablar con nuestros congéneres, sin duda siempre hemos sido idénticos, siempre hemos sido el target. Somos como los funcionarios anónimos que rodean al Don José de Saramago en Todos los nombres, tan desprovistos de apelativo propio como de singularidad. Dolientes de falta de pasado, carentes del método que nos permite interpretar el ayer, nos descubrimos a nosotros mismos incapaces de trivializar, de conceder la importancia indicada (y no más) a cada pequeña tragedia cotidiana. Si desconocemos que otro tiempo fue mejor (o al menos distinto), asumimos la inmutabilidad del sistema y su carácter atemporal. Así, perdidos en la inhóspita metrópoli del vagabundo anónimo, carentes de historia y de contexto, nos tranquiliza pensar que al menos las grandes empresas estén dispuestas a proporcionarnos un pasado. No sé a ustedes, pero a mí me reconforta saber que los tipos como Murdoch sí que saben cómo crearnos el ayer. Una ilusión comercial para una frágil memoria. 

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