Imagen de unas urnas en unas elecciones recientes
Imagen de unas urnas en unas elecciones recientes
Manuela puede ser vd o ella misma. Manuela tiene 54 años, dos hijas y un marido que también se llama Manolo. Nunca le ha interesado la política porque ni siquiera ha tenido tiempo de meterse a entenderla. Votaba por fidelidad y una fe ciega en el esposo que ama, lo que Manolo votaba, ella también. Así dijo no a la OTAN, sí a Felipe, no al Aznar, sí a Zapatero, no a Rajoy y finalmente no lo hizo por Sánchez. No quería taparse la nariz como hacía su Manolo.

Se asustó y se sintió culpable cuando en Andalucía ganó la ultraderecha. Algo se le removió por dentro. Algo le decía en su interior que esta gente que grita contra los emigrantes, que quieren volver a la mujer a épocas pasadas ni merecían ni debían estar sentadas en un parlamento. Se arrepintió no haberle hecho caso a sus hijas cuando en la andaluzas le pidieron que votara a Adelante Andalucía.

El caso es que estuvo a punto de hacerlo. Algo se estaba removiendo en su interior cuando casi forzada acompañó a su hija menor a un encuentro feminista. No era lo que ella esperaba. Pensaba que las feministas eran unas radicales, con rastas, mal vestidas y que solo iban en contra del hombre y por ahí no pasaba. Su Manolo se había dejado la piel para sacar la familia adelante y no era justo que las feministas fueran contra él.

Al contrario, mas bien lo que vio eran chicas jóvenes, mujeres de su edad e incluso abuelas con un algo en común: Ser mujer y no tener los mismos derechos que los hombres. Se pasó horas y horas hablando con sus hijas sobre el feminismo y con cada duda que aclaraba otras dos que se presentaban, cosa que no le importaba porque se daba cuenta de que eso de la política no era solo de los diputados sino también de la gente que como ella no entendía nada. Manolo miraba con recelo y solo le decía que lo mejor de todo era votar seguro a caballo ganador.

El sentimiento de culpa por no haber votado a la mujer que la estaba encandilando con las cosas tan bien dicha y tan claritas hizo que empezara a hablar con su Manolo de política. Las comidas eran tan amenas que ya la tele no se encendía y hasta que un día, con mucho esfuerzo, logró lo impensable: Manolo y ella fueron a una manifestación feminista contra la violencia machista. La foto con su hija y su marido en la “mani” como ya le gustaba decir, la puso de salva pantalla en el ordenador de la casa.

Manolo también empezó a recuperar la ilusión perdida. Se sentía culpable por haber votado al PSOE “ con la nariz tapada” como con vergüenza decía, y pasó del desgano al activismo. Asistía a las reuniones de los pensionistas donde se dio cuenta como los que habían gobernado desde Felipe habían ido menoscabando poquito a poco las pensiones. Todo nuevo descubrimiento se lo contaba a Manuela y esta a su vez le transmitía lo que aprendía de feminismo. Así entre pensiones, derechos y alguna que otra manifestación, la ilusión política entró en casa de Manuel y Manuela.

Hoy en día Manolo ya tiene decidido a quien votar. Ha pasado de pensar que lo práctico es votar al PSOE a creer firmemente que hay que apostar por quienes dicen la verdad, no viven de la política, no le piden dinero a los bancos, están al lado de los taxistas, de los trabajadores de las bodegas, de los que desahucian y de la gente que mas lo necesitan. La foto que se hicieron los tres con la papeleta de Unidas Podemos en el colegio electoral se convirtió en la foto de la ilusión recuperada.

Esta columna de José Abeledo responde a El disputado voto del señor Izquierdo, de Alfonso Saborido

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