'La Edad de Bronce' de Rodin

Quizás Rodin propone que, como en una hoja, una vasija o un brazalete de 'La Edad de Bronce', la belleza puede sumar elegancia con una ornamentación sobria, sin alardes.

'La Edad de Bronce', de Rodin.
'La Edad de Bronce', de Rodin.

Hay días en los que el azar sacude la memoria. Y una chispa fortuita da lumbre a los recuerdos.

Pensaba en un viaje de hace unos años, cuando pasé unos días en París y estuve en el Museo Rodin.

De Rodin se dice que es el padre de la escultura moderna, por su dinamismo, por sus rugosidades y sus formas de expresión realistas, en contraste con otras partes más bastas o de menor detalle - esculpidas así intencionadamente, por supuesto.

El pensador, El beso o La puerta del Infierno son obras ampliamente conocidas; las disfruté mucho en persona después de haberlas visto en imágenes. Pero me gustaron también las sorpresas, la belleza inesperada de un Zuloaga después de subir unas escaleras; o una escultura de bronce que, sin que aparentemente tuviese nada especial, encerraba un susurro de misterio en su firmeza.

Me refiero a La Edad de Bronce, una escultura que, apoyándose en su nombre, nos habla en sus silencios, cerrando los ojos, desnudo de aderezos.

Es un muchacho atlético, de pie, con los talones alzados y una leve flexión en las rodillas, con la cadencia de Praxíteles en sus caderas, el bíceps izquierdo flexionado y el puño encogido; levantando su brazo derecho para dejar reposar su mano en la cabeza.

Prestando atención al rostro, vemos una cara relajada, pero con concentración, como buscándose tras sus párpados, como si, desprovisto de lo mundano, hubiese puesto rumbo hacia su centro, hacia lo que lo hace un hombre de carne - incluso con pellejo de metal.

¿Por qué ese título? ¿Por qué La Edad de Bronce? ¿Son el desnudo o la meditación solo del Mundo Antiguo?

Quizás Rodin propone que, como en una hoja, una vasija o un brazalete de La Edad de Bronce, la belleza puede sumar elegancia con una ornamentación sobria, sin alardes. También, aunque hoy parezca casi clásica, era una escultura rompedora en su momento; Rodin podría querernos decir que hay que salirse de los moldes, pero siempre mirando hacia quienes ya han dejado su estrato, como los pueblos de esa edad, sabiendo que el pasado puede ser moderno, que el futuro puede brotar de una fuente silenciosa, como el cubismo a partir del arte africano.

Me reafirmo en esto porque La Edad de Bronce fue revolucionaria, tanto en tecnología, como en el desarrollo de la cultura (como en la escritura y la cantidad de construcciones monumentales), como en la organización de la sociedad y en el comercio.

Pero no hay cambio más difícil que el que sucede corazón adentro. La reflexión y la introspección nos incomodan, necesitan que nos paremos, que analicemos y que nos abramos al esfuerzo y a la transformación, a la mudanza. Al igual que la posición del cuerpo de la escultura no es cotidiana, también nos saca de nuestra pose cómoda ese cerrar los ojos y mirar los espejos interiores.

No es más que un trozo de metal labrado por un hombre, pero es nuestro semejante, contemporáneo nuestro, todo lo que nos dice quiénes somos y nos da una dirección hacia la que deberíamos dirigirnos, incluso si es una fuente callada que mana la misma agua desde hace siglos.

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