Así que caminaron hasta que venció el frío y la fatiga, hasta que decidieron parar para no alejarse mucho de casa y acabar con los pies mojados por la lluvia.
Caminaron agarrados del brazo, bajo el paraguas, con el abrigo abrochado hasta el último botón. Llevaban bufanda y pañuelo y un andar lento y pausado como la vida y los años. Caminaron sin banderas, sin gritos ni pancarta. Sólo con la presencia y la sonrisa provocada por las ocurrencias de quienes cargaban con el megáfono y soltaban sus proclamas.
Caminaron porque sí, porque había que caminar. Sin prisas. Por convicción. Porque la Sanidad se trata de una necesidad, y más a estas alturas, en la que los contratiempos siempre llevan la forma de bata blanca y receta. Caminaron por los suyos que no acudieron y por los suyos que en un día se fueron y no pudieron caminar esa mañana de domingo de cielo gris y viento frío.
Caminaron por las listas de espera, que cansa más cualquier caminata, y por las horas muertas mientras aguardan consulta. Caminaron por la médica saturada, el enfermero de ojos agotados y la auxiliar de trato amable. Anduvieron por las madrugadas en vela, por los sustos que quedan en eso y por los miedos que tienen sustento.
Caminaron porque pudieron. Porque caminar es un derecho y no habrá ley mordaza que arrebata en su vejez el camino que en su juventud prohibió el tirano y sus fascistas. “Parece que vamos para atrás”, dicen a veces con el amargo conocimiento de la experiencia.
Caminaron por los nietos, por los hijos, por las hermanas y los hermanos. Caminaron porque la salud lo permite y llevan medio siglo así, uno del brazo del otro, con pasos más o menos ágiles, con conversaciones susurradas entre dos confidentes. Caminaron, a estas alturas, cuando pensaron que ya no haría falta, que la travesía estaba hecha y era tiempo, si acaso, de pasear.
Así que caminaron hasta que venció el frío y la fatiga, hasta que decidieron parar para no alejarse mucho de casa y acabar con los pies mojados por la lluvia. Dos gotas de una Marea Blanca e infinita que se salieron del tumulto de la misma forma que entraron, sin ruidos ni estridencia. Media vuelta y se marcharon. Y una mirada con más admiración que orgullo se clavaba en las espaldas de ese caminar parsimonioso que sólo regala la vida. Como la que ellos me regalaron a mí.