Hay que parar la despoblación galopante y las estrategias de maquillaje que se aplican desde las administraciones, ese presentar la zona como viva por fuera, pero muerta en su interior.

Recuerdo cuando llegaba del colegio y mi madre me esperaba en su dormitorio con el barreño de latón y dos cubos de agua calentada al fuego. Eran épocas en las que no había ducha en casa, era un anhelo y una quimera en aquellos tiempos. No hace tanto de eso, por cierto. Mi abuelo murió y su velatorio se celebró en casa. Sobre la cama en la que dormía cada día se presentaba su cuerpo amortajado. El bar de al lado nos surtió de sillas para poder acomodar a la multitud de personas, cercanas o no, que acudieron a ofrecer sus condolencias a la familia. A partir de ese momento dos hermanos y yo, en una cama mueble que se recogía durante el día, comenzamos a pernoctar en esa misma alcoba. Se me vienen a la mente los gritos de mis amigos llamándome para que bajase a jugar a la pelota o a lo que tocara ese día. Tampoco había telefonillos en aquella época, de la que no hace tanto tiempo que pasó. Recuerdo la puerta de casa siempre abierta y los vecinos llegando hasta la cocina para charlar con mi madre. En las navidades, en un salón que por entonces era más pequeño que una habitación de un bebé en la actualidad, se juntaban más de veinte personas, incluyendo niños pequeños para los que aún quedaba espacio suficiente para correr y jugar a la vista de todos los adultos.

Cuando las fiestas no eran sinónimo de cenas forzadas y momentos familiares que muchos desean que pasen lo más rápido posible, se percibía la alegría y la felicidad al comprobar que todos cantábamos, comíamos y bebíamos unidos. Fueron momentos en los que lo peor de la posguerra y la dictadura habían pasado, pero en los que los televisores de las casas humildes, como la mía, emitían en blanco y negro. Tiempos en los que sólo se comía jamón y langostinos una o dos veces al año, como mucho. Tiempos, en fin, en los que jugábamos en la calle, vivíamos en la calle e imaginábamos el mundo desde la calle. Si preguntamos a nuestros padres o abuelos, que tan mal lo pasaron afrontando hambrunas y penurias inimaginables para nosotros, recordarán esa relación vecinal y familiar como uno de los aspectos más felices de su existencia. Y comprobaremos que esa percepción es así de manera unánime, sin entender de ideologías políticas y aspectos de la vida totalmente superfluos que en aquellos tiempos ni existían. Sin duda es un ejercicio loable de positivismo, en el que sus mentes sólo se han impregnado de lo bueno y desechando, que no olvidando, todo lo malo que les pudiera haber ocurrido.

Publio Ovidio Nasón fue un poeta romano de época clásica, uno de los poetas universales de la literatura latina. Y ese poeta dejó para la historia la siguiente cita: “Feo es el campo sin hierba, el arbusto sin hojas y la cabeza sin pelo”. Y un centro histórico sin vecinos, añadiría yo. Porque eso es precisamente lo que está ocurriendo en la actualidad: obviando todo lo bello que representaba esa vida abierta a todo y a todos que disfrutábamos no hace tanto tiempo, despoblamos nuestros centros históricos y nos encerramos en nuestras casas de periferia bajo cuatro vueltas de llave. Denostamos los derechos de los residentes priorizando unas dudosas razones económicas y convertimos las zonas históricas en decorados, en meros parques temáticos, pero sin conseguir ocultar el vacío, la desolación y la ruina que reside en su interior. Armados con las espadas del consumismo y el egoísmo que, creemos, nos protegen, hemos arrasado con todo lo bello, ese patrimonio social que habitaba en los centros históricos, incluso con aquello que los todavía jóvenes alcanzamos a recordar.

Por ese motivo hemos buscado sinergias con otros vecinos de los centros históricos de otras ciudades andaluzas. Por eso se ha constituido una nueva federación que nos represente, porque esa destrucción de lo bello de la convivencia que sufrimos aquí, ese desprecio que la sociedad parece amparar sobre las condiciones de vida de los residentes, sucede exactamente de la misma manera con nuestros paisanos y vecinos de barrios históricos del resto de poblaciones de nuestra comunidad. No se trata de volver a la vida en la calle ni a vivir con la puerta de casa abierta durante todo el día. No, eso hoy día es una quimera como lo era pensar en una ducha mientras me bañaban en el barreño metálico. Pero sí pretendemos devolver la dignidad a los vecinos y procurar que se den unas condiciones de vida óptimas para que los hijos y nietos de los que siguen siendo vecinos de los centros históricos puedan seguir habitando la zona, si lo desean. Hay que parar la despoblación galopante y las estrategias de maquillaje que se aplican desde las administraciones, ese presentar la zona como viva por fuera, pero muerta en su interior. Revertir la dinámica que un día se instaló en nuestra sociedad y propiciar que los centros históricos emanen vida desde dentro, sin necesidad de tener que importarla desde fuera. Apartar lo feo para tratar de acercarnos a lo bello: ese es nuestro objetivo. Y lo vamos a conseguir, no lo dudéis ni por un solo momento.

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