Donald Trump, en una imagen de archivo.
Donald Trump, en una imagen de archivo.

Cualquiera diría que a los españoles, con la llegada de Donald Trump al poder, nos ha dado tal ataque de amor hacia la lengua castellana que hasta los huesos de Cervantes deben estar vibrando de gusto allá donde se encuentren. La mismísima Susana Díaz ha salido como una fiera en las redes sociales cuando se enteró de que el nuevo presidente de los Estados Unidos había decidido prescindir del idioma español en la página web de la Casa Blanca (a partir de ahora White House), por más que el asunto no esté nada claro. “Un desprecio a la comunidad hispana y un ataque intolerable a la segunda lengua en Estados Unidos”, clamaba en un vehemente tuit la dirigente andaluza, que parece haberse tomado el tema como un asunto de Estado. Y en el mismo sentido y con similar contundencia se han manifestado desde ministros —el de Exteriores, el jerezano señor Dastis, en el tono diplomático que corresponde a su cargo— hasta cualquiera que aspira a ser algo en el putiferio de la política española. Todos, de buenas a primeras, convertidos en defensores de nuestra lengua y cultura gracias a Donald Trump, quién iba a imaginarlo.

Por lo que vamos viendo el muro que Donald Trump pretende levantar entre la América anglosajona y la hispana —un muro cuyos primeros 1.000 kilómetros ya se construyeron en los años 90 a instancias del presidente demócrata Bill Clinton, conviene recordar—, va a ser algo más que una simple valla de hormigón y ladrillos. De momento parece que se intenta levantar también un muro lingüístico y, por tanto, cultural, que será como ponerle puertas al campo. Con todo, no creo que ni siquiera la administración Trump llegue al extremo de los nacionalistas catalanes, y empiece a multar a quienes rotulen sus negocios en lengua española, ya que tales coacciones y ataques a la libertad de expresión, salvo en la acomplejada España, resultan intolerables en cualquier país democrático, y más aún en la cuna de la democracia moderna y del liberalismo.

Pero, en fin, dado el amor inusitado hacia nuestra lengua que ha desencadenado el trompazo de Trump, y suponiendo que no se trate de un amor platónico o de una simple aventura de fin de semana, se me ocurre que, en defensa de nuestra lengua y de nuestra cultura, más allá de pomposas declaraciones podríamos empezar por hacer algo tan sencillo como es llamar a las cosas por sus nombres en español. Por ejemplo, al Hontoria Garden le podríamos llamar Jardín del Hontoria, que resulta por lo menos igual de bonito, pero sobre todo menos pretencioso y hortera. Mas me temo que en esta ciudad el prurito británico viste mucho, y va a ser difícil erradicar esta muestra de catetismo y de complejo de inferioridad que es llamar a las cosas por sus nombres ingleses, como si así fuesen mejores. Nos quejamos de Trump, cuando los propios jerezanos no tratamos mejor a nuestra lengua. Así, paseando desde la plaza del Caballo hacia el centro, por la calle de Santo Domingo, me encuentro con una clínica de medicina estética que se llama Make Medic; a continuación el supermercado Super Market; una tienda de regalos infantiles llamada Watson Lab House; el gimnasio Any Time Fitness; una Sherry copier; un PC Box... y, por fin, ¡milagro! una tienda con nombre español —el Bazar Sol— que, lógicamente, resulta ser... ¡un establecimiento chino!

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