Pilar Plá junto a su hija, la historiadora Carmen Borrego Plá. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Pilar Plá junto a su hija, la historiadora Carmen Borrego Plá. FOTO: JUAN CARLOS TORO

Hay artículos que salen casi solos, y otros que se atascan y que te atoran la garganta y te nublan la vista una y otra vez. Éste es de esos. Así que discúlpenme por adelantado y no esperen mesura ni objetividad. Es absolutamente imposible, al menos para mí, hablar de Pilar Plá Pechovierto desde la distancia, porque si te acercabas a ella, tenías que admirarla y quererla. No te cabía otra opción.

No se trata de si era adelantada a su tiempo o estaba fuera de él. Era una persona, simplemente, extraordinaria.

Su pérdida tan reciente, por un lado, nos apena profundamente pero, por otro, no puedo evitar una medio sonrisa que se me escapa y un ¡chapó! Su jugada maestra de desaparecer justo en la jornada en la que se conmemoraba el Día Internacional de las Mujeres es justamente eso, maestra, brillante.

Era uno de los tipos de golpe que tenía doña Pilar que te daba una lección magistral sin despeinarse. Una frase de titular como si fuese algo cotidiano y casi como si no fuera para tanto, que provenía de una inteligencia natural y de un saber que tenía mucho de lógica, pero también mucho de aprendizaje vital.

El secreto es ser inteligente y parecer tonto, decía. Estoy segura de que la fórmula le ayudó a crecer empresarialmente en un espacio terriblemente inhóspito para una mujer, donde ella misma reconoció más de una vez que no la querían.

Por supuesto, es de justicia hablar del legado que deja, que es enorme, porque no es que Pilar Plá consiguiese mantener la bodega familiar; es que bajo su mando, con la colaboración del equipo de bodega y la complicidad de su hija, sus extraordinarios vinos –que ya lo eran- comenzaron a trascender, a embotellarse y hacerlo con su propio nombre. En ello, su personalidad y su manera de entender el negocio y también la vida tuvieron mucho que ver.

Y eso que para iniciarse necesitó casi una pértiga en este Jerez bodeguero que se lo puso muy difícil y que, ciertamente, intentó aprovechar su inexperiencia y la enorme pérdida de su esposo. Porque hubo muchas zancadillas y trabas, y aunque esté mal decirlo, también es de justicia recordarlo. Sólo así se puede valorar el inconmensurable esfuerzo del camino recorrido. Fue una intrusa que llegó, vio, venció y, encima, convenció.

Doña Pilar fue una corredora de larga distancia, que ha estado en la carrera del negocio – yendo a la bodega cada día- casi hasta el final y con un poquito de tacón, porque no llevarlo era inconcebible para ella.

Yo me rendí a su luz hace muchos años. Tenía un aura especial, que rápidamente envolvía a quienes entraban en su órbita, a quienes hacía sentirse “especiales”. Cuidaba de manera exquisita el trato. Y eso es algo que apreciaban mucho quienes llegaban y se encontraban, tras las puertas de Maestro Sierra, a una bodeguera singularísima, cercana, que siempre tenía una palabra agradable con un afecto que le salía de verdad.

Una mujer que lo mismo posaba con la naturalidad de la gran señora que era, para una publicación extranjera, que cortaba etiquetas para sus vinos viejos o salía a saludar personalmente y del brazo de su hija a quienes visitaban la bodega en una jornada de puertas abiertas, porque eran personas que venían a verla a su casa. Así era ella.

Jerez y yo estamos desde este domingo mucho más tristes.

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