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Que aprendan y disfruten de cada experiencia. De vestirse de esqueletos con guadañas pero también de comer pan de higo y disfrutar de que es tiempo de castañas, membrillos, boniatos… Que sepan de lo pagano y lo divino. 

Llevo toda la semana oyendo a unos y a otros. Leyendo artículos a favor y en contra. Hasta el hartazgo. Y harta como estoy y después de llamar al cielo y que no me oyera, voy a insistir en el tema. Y de este artículo no responde el cielo, sino yo.

A los niños les encantan las fiestas, los disfraces, las golosinas…el éxito de Halloween entre el público infantil en los últimos años es fácil de entender. Trucos y tratos entre sustos es un planazo cuando además al día siguiente no hay cole. Y no me parece mal, en este mundo global que nos ha tocado y en el que han nacido las nuevas generaciones, la mezcla de tradiciones es inevitable. Y buena. Permite conocer, saber de otras culturas y entender que cuando en la película uno ve a ET saliendo a la calle cubierto con una sábana no están celebrando los carnavales.

Lo que no me gusta es que estos mismos niños cuando les toque no sepan de Tenorios y Comendadores, de ánimas de templarios penando por los montes o de Tosantos en el mercado de Cádiz. Pensarlo me deja la misma cara de terror que se le puso a la Beatriz de Bécquer cuando encontró la banda azul ensangrentada encima del reclinatorio.

No me molesta Halloween. Si me “chirría” esa insistencia en justificarlo como una fiesta que ha venido para quedarse porque siempre estuvo, porque es una tradición ancestral que nos viene de los celtas. Tal como se celebra la fiesta aquí y ahora, muy celta no es. ¿Celta de Detroit? Celta en origen y forma es el Samaín gallego. Y tradicionales las castañadas, el magosto, los tosantos…se llame como se llame.  Y lo que menos me gusta de toda la parafernalia que rodea a Halloween es ese tufo comercial que acaba imponiéndose en cualquier manifestación festiva que se celebre. 

El que los niños ahora tengan más oportunidades de conocer debería aprovecharse para sumar, no para perder cosas por el camino. Que aprendan y disfruten de cada experiencia. De vestirse de esqueletos con guadañas pero también de comer pan de higo y disfrutar de que es tiempo de castañas, membrillos, boniatos… Que sepan de lo pagano y lo divino. De muertos vivientes y respeto a los muertos. De cementerios y mercados adornados.

Muchas de las fiestas tradicionales se articulan alrededor de los cambios de estación. Para mí, cuendo era niña, los tosantos eran el otoño. De mi infancia recuerdo en estos días los cestos llenos de fruta de temporada y frutos secos. Lo que me gustaba partir las almendras… ¡con un martillo!. Y recuerdo también el Tenorio en la tele. Tenorios en blanco y negro, Tenorios en color. Ahora hay niños que no han visto nunca una almendra con cáscara y como no televisan el Tenorio no lo conocen. Pero han salido a la calle pidiendo chucherías al grito de truco o trato, vestidos de draculín. Que no digo que esté mal, ni que sea ofensivo. Es además divertido, pero lo otro también tiene su gracia. ¿Y si fueran posibles las dos cosas?

Como todos los años desde hace muchos, esta noche volveré a leer “El Monte de las Ánimas”. Y como todos los años volveré a pasar mucho miedo. Es lo que tienen las tradiciones, se repiten todos los años.

Como todos los años, amenazo con salir a la calle disfrazada de doña Inés. Lo admito, es un truco para ver si alguien hace un trato conmigo y se ofrece a vestirse de Tenorio. Que ustedes lo pasen bien y cuidadito con la santa compaña.

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