La revolución digital, cuando se queda en titular, no transforma. Cuando se viste de eslogan, no gobierna. Y cuando se ejerce sin alma ni ética, se convierte en una amenaza.
Las comparecencias habituales del consejero de la Presidencia, Antonio Sanz, en el Parlamento andaluz para hablar de digitalización, de nuevo, han resultado una performance. Un teatro de la grandilocuencia, del entusiasmo impostado, de las frases prefabricadas que ocultan una verdad incómoda: la digitalización en Andalucía se está construyendo más desde el marketing que desde la utilidad para los andaluces y andaluzas.
Porque no se puede digitalizar una comunidad con pantallas si se ignoran sus problemas reales. No se puede hablar de eficiencia cuando las páginas de la Junta colapsan para pedir ayudas básicas como el bono joven de alquiler. No se puede alardear de inteligencia artificial mientras se olvidan a las personas dependientes, que esperan el doble que en el resto de España una valoración. Esa es la Andalucía virtual que proyecta este Gobierno: una que presume de algoritmos mientras ignora a la gente.
Y lo más grave es que esta digitalización se ejerce sin control. Sin auditorías, sin comités éticos, sin defensoría ciudadana. Una revolución tecnológica sin la necesaria armonización con la igualdad, sin fiscalización, sin preguntas ni garantías. ¿Qué pasa cuando una decisión automatizada comete un error?, ¿Quién responde?, ¿Quién protege al ciudadano?, ¿Quién gobierna al algoritmo?
La inclusión tampoco forma parte de este relato digital. Los colectivos vulnerables están fuera del mapa, las personas con discapacidad no existen en los planes, los pueblos siguen sin conectividad, las mujeres, sin presencia en el sector tecnológico. Y el talento joven, desaprovechado y expulsado, como ha ocurrido con la Universidad de Granada, ninguneada por un Gobierno que traslada titulaciones clave a universidades privadas, convirtiendo el conocimiento en privilegio.
Andalucía necesita una transformación digital, sí, pero una que humanice, no que mercantilice. Una que escuche, no que imponga. Una que priorice derechos, no contratos millonarios con consultoras. No se puede construir el futuro con códigos vacíos de ética ni con discursos desconectados de la realidad.
La llamada “Agencia Digital Andaluza” no es hoy motor de progreso, sino un espejo de lo peor del Gobierno de Moreno Bonilla: propaganda, opacidad, ausencia de alma pública. Y lo más preocupante: un narcisismo institucional que confunde liderazgo con protagonismo.
La digitalización es uno de los grandes retos de nuestro tiempo. Pero para ser un verdadero instrumento de justicia social necesita más verdad, más humildad y más humanidad.
Porque, como decía Séneca, “el alma noble se apasiona por las cosas honestas”. Justamente lo que este Gobierno ha olvidado, aprovechando la disrupción tecnológica para cambiar de manos lo que es de todos y todas. Qué contentas deben estar las corporaciones sanitarias con el regalo que la Junta de Andalucía les realiza: los datos de los pacientes andaluces. Datos, la materia prima que favorece la ventaja tecnológica y, por consiguiente, las venideras desigualdades del siglo XXI.


