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Aquí me encuentro, pensando si primero se da el abrazo y luego los dos besos, si te despides por la noche y también por la mañana.

El otro día una buena amiga me pasó una especie de ensayo anónimo en el que se hablaba de la despedida. Hacía especial repercusión al hecho de llevar toda la vida despidiéndonos y, sin embargo, aún no sabíamos cómo hacerlo.

Ya sabemos que adiós, hasta luego o nos vemos son las palabras que solemos utilizar. Pero, ¿qué es la despedida?, ¿cuánto dura?, ¿quién nos garantiza volver a vernos? Recuerdo que cuando era pequeña, al pasar del colegio al instituto, hicimos una excursión a Isla Mágica. A la vuelta, me entristecía pensar que ya no iría nunca más de viaje con mis compañeros porque al próximo año seríamos divididos entre los dos institutos que hay en mi pueblo.

Han ido pasando los años y he tenido que dejar mi entorno muchas veces: terminé el instituto, dejé a mi familia al irme a estudiar a Sevilla, luego me fui de Erasmus, más tarde tuve que decir de nuevo adiós a mi vida en Italia y así sucesivamente. Llevo toda la vida despidiéndome y pensé que sabía hacerlo, pensé que no era tan difícil despegarse, romper ese vínculo que nos une a los que más nos atan, pero resulta que conforme voy creciendo, más me cuesta.

Me di cuenta hace un año, cuando me iba alejando de la capital andaluza, la que había sido mi cuna durante mis años universitarios. De la noche a la mañana, ni su gente, ni sus bares, ni su Triana, ni sus atardeceres, ni su Alameda, ni su nada pasaría a formar parte de mi todo. Ya no, ya se había acabado el tiempo. Mis amigas y yo llevábamos todo el curso hablando de que era el último año, de que debíamos de exprimirlo al máximo, pero no. Nunca saboreas las cosas al máximo, siempre te quedan lugares por descubrir, gente por conocer, rincones a los que volver. Porque eso es lo que ocurre: no sabemos cómo dejar el lugar, persona, cosa o, qué sé yo, comida que nos gusta. Siempre está esa necesidad de volver y sentirse como en casa otra vez.

Y ahora, después de un año, tras haber dejado Sevilla tengo que decir de nuevo adiós. Pensé que ya había aprendido. ¡Qué ilusa! ¡Como si hubiese libros de autoayuda para eso! Claro que no aprendí, estoy a dos semanas de despedirme de Rumanía, mi hogar durante nueve meses y me encuentro como aquella niña de 11 años, pensando que también voy a dejar gente aquí y que a lo mejor me reúno en un futuro con ellos.

Pero como dije líneas arriba, las despedidas no se tratan de un simple “hasta luego”, así que aquí me encuentro, pensando si primero se da el abrazo y luego los dos besos, si te despides por la noche y también por la mañana, si se envía un mensaje o se deja una carta o si estoy, sin ser consciente, ya despidiéndome de esto. Sea lo que sea, mejor rectifico porque al final va a resultar que la despedida es un simple “hasta luego, ya te llamaré, te echaré de menos”. 

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