Estatua de Centauro.
Estatua de Centauro.

Una mujer es una mujer y un hombre no es nada más que un hombre.

Son inalterables los géneros con los que convivimos y que asumimos como “natural”, lo masculino y lo femenino. Hasta hace poco había pensado que sí, o puede que fuese porque ni siquiera lo había pensado. Homosexualidad, bisexualidad, transexualidad, lesbianismo, rompían esa idea, y de alguna forma nos venían a enseñar los peligros, y a decir que no todos y todas cabemos en esos dos cajones, y que por tanto los compartimentos inalterables y hegemónicos podían no ser ciertos, pero preferíamos pensar que constituían las raras y anormales excepciones a la regla general de nuestra amada y admirada heterosexualidad hegemónica. Pero seamos valientes y repensemos algunos de estos mitos que hoy asumimos. Desmontemos la masculinidad. Para ello, transitaremos por los siempre intranquilos e incómodos caminos de la heterosexualidad, el androcentrismo, la teoría Queer, las Muxes, el patriarcado, sus violencias, y el machismo. Adelante, vamos, sin miedos. La palabra patriarcado viene del griego y significa gobierno de los padres. Desde antiguo el término viene siendo utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el hombre, jefe y cabeza de familia, dueño del patrimonio. Patrimonio del que formaban parte los hijos e hijas, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia es una de las instituciones básicas de este orden social. Lo masculino, que es sinónimo de hombría y virilidad, es también según la creencia popular la esencia propia de los hombres, lo que nos corresponde por naturaleza, lo consustancial a nuestro sexo biológico. Pero esta idea no siempre es así, y existen muchos estudios sociológicos, antropológicos y académicos, que nos demuestran lo contrario, que el género, entendido como el conjunto de atributos, comportamientos y roles asignados a hombres y mujeres, es una definición o construcción social y cultural que poco tiene que ver con nuestro sexo biológico. En esta línea se pronuncia también el feminismo y los estudios de género, cuando afirman que la masculinidad es una construcción cultural que determina el rol de los hombres en las sociedades patriarcales. Simplificando, que los hombres no tenemos porque ser siempre fuertes, violentos y viriles, ni las mujeres sensibles, débiles, y cariñosas. La palabra androcentrismo que nos coloca a los hombres en el centro del universo, tiene mucho que ver con lo masculino, con lo femenino también, y con la desigualdad existente entre mujeres y hombres. El androcentrismo hace referencia a la práctica de otorgar al hombre y a su punto de vista una posición central en el mundo, y desde esta perspectiva los hombres se constituyen en sujetos de referencia, colocando a las mujeres en un plano de subordinación, que las invisibiliza y excluye de la vida pública. Rousseau el gran filósofo francés autor de el Emilio, o De la Educación, un libro que han leído generaciones y generaciones de docentes y es considerado como la base de la educación, en el capítulo donde se refiere a Sofía, escribe la siguiente asombrosa afirmación “A las niñas hay que contradecirlas siempre. ¿Por qué? Porque si tú les dices que una cosa la ha hecho bien, ella creerá que tiene criterio propio. Y, por lo tanto, le será más difícil obedecer. Y ella tiene que aprender que siempre tiene que obedecer a un hombre. Con lo cual, no puede creer en sí misma, no puede tener criterio propio. Hay que contrariarla siempre para que entienda que ella no tiene criterio”. Estos roles, esta visión, y estos mensajes de un mundo pensado y diseñado por y para los hombres, no son únicamente imputables a las personas, sino también al lenguaje y a las instituciones sociales. La primera mujer en ingresar en la Real Academia de la Española de la Lengua fue Carmen Conde en el año 1.979, en una institución que tiene más de tres siglos de existencia. Tampoco es una interpretación del mundo solo de los hombres, sino de la sociedad, hombres y mujeres que han sido socializadas desde esta visión. La familia, la iglesia, el estado, la cultura, son en este sentido importantes agentes socializadores. Recordemos aquello de “en la mili te harás un hombre”, o lo que dijo la madre de Boadil a su hijo ante la pérdida de la ciudad de Granada, “no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”, o la cruel expresión “mi mujer no trabaja”. El androcentrismo que diferencia y separa a mujeres y hombres, afianza los estereotipos de unas y otros según los roles de género que deben cumplir en los distintos ámbitos de la vida pública y privada, y que les han sido asignados cultural y socialmente según su condición de hombre y mujer, por las sociedades patriarcales. Así desde antes de nacer nuestras vidas ya están orientadas según el sexo que nos sea asignado. Mensajes, actitudes, gustos, y comportamientos que se nos exigen, colores rosas, y juegos de muñecas y enfermeras para ellas, colores blancos y juguetes bélicos, y de oficios para los niños. Fuerza, virilidad y autoridad para ellos, belleza, debilidad y ternura para las niñas. En el mundo rural estas asignaciones de roles son más evidentes, injustas y profundas. Por supuesto esta visión de otorgar al hombre el papel central de la sociedad, de pensar el mundo según y para él, es claramente artificial e intencionada, y en nada responde a parámetros “naturales” o biológicos. Para el filosofo francés Pierre Bordieu en su libro El dominio de la masculinidad, “la mujer responde a esa concepción androcentrista interiorizando su esquema, y por una creencia “natural” que no se piensa, y que no logra echar fuera de sí, dándole su consentimiento, a causa de la violencia simbólica que se ejerce hacía ella, y que la hace sumarse sin siquiera darse cuenta.” También señala Bordieu, el daño que esta masculinidad nos hace a los hombres cuando afirma que “la visión androcéntrica es también un atentando contra el hombre, que lo obliga a ser viril, y que este se encuentra atrapado en la trampa del privilegio masculino, provocándole sufrimiento, y una vulnerabilidad particular.” Queer es una palabra inglesa, usada por anglófonos hace casi 400 años. En Inglaterra había una “Querr Street”, donde vivían, en Londres, los vagabundos, los endeudados, las prostitutas y todos los tipos de pervertidos y disolutos que aquella sociedad podría permitir. El término ganó el sentido de maricón, tortillera, mari-macho” con la prisión de Oscar Wilde, el primer ilustre a ser llamado de “queer”. La Teoría Queer sostiene que la orientación sexual y la identidad sexual o de género de las personas son consecuencia de una construcción social y que, por lo tanto, no existen papeles sexuales inscritos en la naturaleza humana, sino formas que pueden variar socialmente, y que cada persona puede desempeñar uno o varios papeles sexuales. Por eso rechaza la clasificación de las personas en categorías universales como homosexual, heterosexual, hombre, mujer, sosteniendo que éstas esconden un número enorme de variaciones culturales, ninguna de las cuales sería más fundamental o natural que las otras. Esta visión hegemónica de la masculinidad que impone la idea de que existe una relación natural entre el sexo masculino y la detención social del poder, especialmente en lo que refiere a su posición relativa respecto de las mujeres, es la ideología que conocemos como machismo, y que nos condiciona a los hombres para desarrollar conductas caracterizadas por el riesgo y el ejercicio de la violencia, que soportan y padecen las mujeres. Cisgénero significa de este lado, opuesto a "trans" que significa del otro lado. Una persona cisgénero es una persona que no es transgénero. En otras palabras, cisgénero es alguien cuyo sexo al nacer e identidad de género coinciden. Otro término que también podemos encontrar ahora en los diccionarios de género, es genderqueer, alguien cuya identidad de género no es solo masculina ni femenina. Una especie de mezcla de las dos. Los Muxes son una comunidad en Osaka México que desafía los conceptos tradicionales de identidad y género. Textos académicos y artículos periodísticos definen a esta comunidad como “hombres que presentan características femeninas, “travestis”, mujeres transgénero o transexuales, o como un tercer género. Si un hombre adopta características femeninas no deja ser hombre, solo escapan de la heteronormatividad, Por otro lado, si una muxe aspira a ser mujer o se identifica como mujer, entonces no es un género distinto. En la muxeidad hay muchas capas y no todos se identifican o son identificados de la misma forma”. Llegados aquí hemos de concluir que la masculinidad es un concepto falso y engañoso, que pretende hacernos creer que determinados comportamientos, y roles, son consustanciales a nuestra condición de hombre, y que alterarlos es en cierta manera transgredir esa línea biológica, y el sexo con el que hemos nacido. Estas ideas han llevado a una posición de superioridad absoluta del hombre sobre la mujer, reservándose para sí todo el poder en las distintas esferas, económica, social, cultural, política, militar, el tiempo libre, el espacio público, y la servidumbre de las mujeres. Servidumbre y desigualdad, que solo ha podido hacerse efectiva mediante el ejercicio sistemático de la violencia, violencia con los demás hombres, y violencia sobre todo violencia hacía las mujeres. Violencia simbólica, laboral, social, familiar, afectiva, económica, y la más cruel de todas, psicológica y física, con cientos de miles de mujeres en el mundo asesinadas a manos de hombres. La ONU estima que el 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo han sufrido violencia física y/o sexual por parte de su compañero sentimental o violencia sexual por parte de una persona distinta a su compañero sentimental en algún momento de su vida. Sin embargo, algunos estudios nacionales demuestran que hasta el 70 por ciento de las mujeres han experimentado violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental durante su vida. Que el género no es “natural”, y sí fruto una construcción cultural y social queda demostrado, y no existe teoría o estudio científico serio que avale lo contrario, y que por tanto podemos y debemos alterarlo libremente, no existiendo justificación aceptable a los comportamientos violentos y de poder de los hombres. Que hay sociedades donde las mujeres adoptan roles que se según la concepción patriarcal corresponden a los hombres, y otras donde es a la inversa, o comunidades donde los femenino y masculino es asumido por ambos sexos. Que el patriarcado, es consecuencia de esa visión central del hombre, que implica dominio, poder, y violencia sobre la mujer. Que conviene recordar también, la intima relación entre patriarcado y capitalismo, ambos sistemas de dominación y explotación de unas personas sobre otras, y el aliado perfecto que este encuentra en aquel, para la implantación y desarrollo de su tenencia del ilegítima del poder por unos pocos en detrimento de la mayoría, mediante el ejercicio estructural de la violencia. Quizás, como dice la socióloga Marina Subirats, “el futuro esté en la desaparición de los géneros, y en la construcción de una cultura andrógina que una lo que se atribuye a los hombres, y lo que se atribuye a las mujeres, lo ponga al alcance de todo el mundo”, para que cada persona luego elija libremente su identidad, orientación sexual, roles, comportamientos y actitudes, sin que estos deban ser vinculados al sexo de origen o a nuestra identidad sexual, ni supongan el establecimiento de jerarquías. Vivimos en una sociedad que miente y manipula intencionada y sistemáticamente, y es nuestra tarea, si aspiramos a un mundo justo y mejor, desmontar las estructuras que generan y perpetúan las injusticias y desigualdades, entre las que destacan sobremanera, capitalismo y patriarcado. Esa creo que es la misión que en este tiempo nos toca, como mujeres y hombres comprometidos con las ideas de la izquierda, y que ahora con urgencia nos apremia. Tengamos el valor de afrontarla.

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