Esta generación ya no hace colas a las puertas de las oficinas de empleo. No se ven esas filas de desesperación.
En la generación del pan de molde sin corteza y de la leche sin lactosa; en la del yogour de soja y la ginebra aliñá; en esa que vapea cigarrillos electrónicos, con un like dice te quiero y unfollow cuando deja de follar. En la que lo trend' y lo it es consumir cosas que parecen pero que no son. A la que le venden algo que no existe y hacen creer ser algo que no es. Esa es la misma a la que prometieron todo si se esforzaba y la que poco recibió: sólo eufemismos y medias verdades maquilladas con sombras de banalidad.
Esa, ya no hace colas a las puertas de las oficinas de empleo. No se ven esas filas de desesperación. Ni el ceño fruncido de la larga espera. Ya no se monta el pollo porque el último se quiere colar. La tecnología facilita el tramite y suaviza la grotesca estampa, poniendo orden en el caos. Llegó el progreso y la digitalización. Los sistemas telemáticos suavizan el drama del desempleo: solicite cita previa y acuda en la fecha y hora citada, espere su turno. Tampoco hay que acercarse siquiera físicamente, ya que se puede renovar la tarjeta de desempleo por internet o en cajeros repartidos por decenas de centros públicos.
El plasma no sólo ha llegado a las ruedas de prensa de la Presidencia de Gobierno, también a las oficinas del SAE. La larga cola de desempleados se ha convertido en una lista de apellidos que pasan por un monitor que les adjudica mesa. Y como si fuera el turno de la carnicería van corriendo nombres por la pantalla de plasma: nombres, vidas y mil historias, con o sin prestación.
Esa generación, que tampoco tiene cursos de formación, ni formación profesional para el empleo, ni escuelas talleres, ni fundación de empleo libre de pecado. Y... si me apuran, pronto casi ni diputaciones donde mandar a los díscolos. La lista corre pausada pero a buen ritmo por el plasma. Con suerte puede que pronto les den de alta: un contrato de un par de horas, cuatro, con suerte un día o dos, acumulando más tipos de contratos que tiempo de cotización. Y entonces, cualquier día aparece un estudio que afirma que en Cádiz hay seis de los municipios con más paro del país, y aún así habrá gente que se preocupe más por el alumbrado de navidad, la cantidad de albero que lleva este año la feria o el pipí-can del barrio.
El mensaje recibido desde más allá de Despeñaperros también cae en el eufemismo. Se ha justificado la necesidad de una "reforma estructural" para "flexibilizar el mercado laboral", minándonos con "copagos" y un "gravamen adicional" por tal de evitar solicitar más crédito de apoyo financiero y el consecuente crecimiento negativo. Y para ello, a unos se les ha facilitado la indemnización en diferido o incluso se ha promovido que el Estado se haga con la "titularidad indirecta" de sus negocios. Sin embargo, a otros se les ha empujado a la "movilidad exterior", obligados a un "cese temporal de la convivencia" con su país, aprovechando ese "impulso aventurero de la juventud". Parrafada para decir que han abaratado despidos, hecho recortes, subido impuestos, pedido rescates y sufrido recesión; amnistiando fiscalmente a los ricos y nacionalización sus negocios, y expatriando a los pobres con la consecuente fuga de cerebro.
Pero que no decaiga la fe, hay que apuntarse a los servicios de empleo, no por las oportunidades que puedan ofrecer, sino porque sólo así reza que esa generación está en 'búsqueda activa de empleo'. Y si no lo hace, que no cunda el pánico, ya vendrá otra Encuesta de Población Activa con la que sonrojarnos.


