Iglesias, en una imagen reciente. MONCLOA
Iglesias, en una imagen reciente. MONCLOA

Este primer sábado del Carnaval, que pudo haber sido y no fue por mor de la pandemia que nos azota como si de una tempestad se tratara, puede ser el momento oportuno para repasar algunos comportamientos políticos que seguro no escaparían al ingenio de los autores del carnaval.

Por respetar la jerarquía sería bueno empezar por el Vicepresidente Iglesias, un outsider oportunista de la responsabilidad de Gobierno, empeñado en sorber y soplar al mismo tiempo de manera permanente. La última de sus excursiones mentales por la otra orilla ha sido su reflexión, por llamarlo de alguna manera, sobre la normalidad democrática de nuestro país en un contexto de electoralismo catalanista en el que sólo ha podido superarlo el Presidente del Partido Popular con su renuncia en diferido al modo en que el Gobierno de Mariano Rajoy hizo frente al referéndum independentista del 1-O.

Lo de Iglesias sólo puede entenderse en esa dinámica en la que ha entrado en los últimos tiempos Unidas Podemos de hacer oposición al Gobierno desde el despacho de vicepresidente del mismo Gobierno. Si no fuese por el respeto que se debe a tan alta instancia gubernamental le mandaría la dirección de un buen especialista en salud mental que le ayudara a salir de esa contradicción permanente en la que vive y por la que cobra un buen salario público y  si le va bien que se lo recomiende a Echenique que tampoco lo veo muy normal a tenor de los tuits que publica que tienen más peligro que los de @real Donald Trump.

 Y otro que se merecería un buen cuplé es Pablo Casado al que puede que se lo escriban los poetas de la extrema derecha que le han convertido en musa predilecta de sus desvaríos de campaña. Lo de Casado, visto en la perspectiva histórica de los últimos cinco años, no tiene perdón de Dios ni de una buena parte de sus compañeros y compañeras de partido que según cuentan han empezado ya a prepararle su particular hoguera de las vanidades con leña catalana que es la que le van a regalar mañana en el día de San Valentín, convencidos como están, después de oír sus declaraciones, de que amor  con amor se paga.

A todo esto, y bajando a la política más cercana, la andaluza, uno tiene la percepción de que los desvaríos son una enfermedad congénita de las Vicepresidencias. Sólo eso explicaría ese viaje permanente entre el Yin y el Yang en el que vive su ansiedad el Vicepresidente andaluz, el señor Juan Marín, poliglota conceptual donde los haya y para quien el valor de lo dicho se rige, sin escrúpulos, por el famoso aserto popular de “donde dije digo, digo Diego”, y cuanto menos tarde en hacerlo mejor. Sus contradicciones viajan a la velocidad de la luz por las redacciones hasta el punto de que en ocasiones ha llegado antes la rectificación que la afirmación que la ha motivado. Cuentan las malas lenguas que a Marín le quedad dos telediarios, pero de los de Mariló Montero que son los más cortos de tan rápida que va, que pareciera que siempre tiene ganas de terminar para que empiece el show de Bertín.

Son muchos los que piensan que su indigencia intelectual y política sólo se ha visto superada por el Consejero del “culillo”, otra musa carnavalera donde las haya, hasta el extremo de que en sus últimas comparecencias parlamentarias ni Canal Sur se ha atrevido a poner el sonido directo siendo el locutor el encargado de resumir sus palabras, simple prevención en tiempos de Covid.

Al Presidente Moreno y su brazo armado Bendodo mejor los dejamos para el Domingo de Piñata dada su habilidad por propinar palos de ciego a la hora de gestionar las medidas para la contención de la pandemia y también de sus argumentarios que como los diez mandamientos se resumen en dos, la culpa es de Sánchez que no nos manda más vacunas, como si el hombre las tuviera en un cajón de su despacho, y la culpa es de Pedro que no nos da libertad para tomar medidas, cosa esta que nos es cierta pero que ojalá lo fuera por el bien de los andaluces y andaluzas.

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