Susana Díaz, en una visita a Aracena recientemente.
Susana Díaz, en una visita a Aracena recientemente.

Hacía ya algún tiempo que se rumoreaba entre los críticos del socialismo andaluz que el cese de Sandra García, delegada del Gobierno de España en Andalucía, sería la señal inequívoca de que la ficticia e interesada luna de miel entre Pedro Sánchez y Susana Díaz había acabado como el rosario de la aurora. Eran miles los militantes interesados en la renovación del PSOE de Andalucía que cada víspera de Consejo de Ministros escrutaban los teletipos de las agencias esperando encontrar la buena nueva del cese de la delegada y con ello el principio del fin del susanato.

Es verdad que Sánchez es un maestro a la hora de cocinar las venganzas y que el fuego lento es el secreto de cada uno de sus platos. Pero la inquietud viajera de Susana Díaz, que le ha llevado a hacer en los últimos dos meses más kilómetros que en medio año de su etapa presidencial, había despertado las alarmas de Ferraz hasta el punto de que Sánchez, en contra de su tradición culinaria, se olvidara del fuego lento y del plato frío y ordenara a Ábalos sondear a los cuadros intermedios y líderes provinciales del Partido para ver cuánta agua había en la piscina en la que iba a tener su bautismo de fuego amigo el alcalde sevillano Juan Espadas.

Al tiempo que Susana hacía kilómetros por esas tierras de Dios pequeños grupos de alcaldes y alcaldesas socialistas de Andalucía hacían peregrinaje hasta la Meca de la renovación de la madrileña calle de Ferraz, sin levantar sospechas y con el pretexto de alguna gestión en algún ministerio la mayoría de las veces, y en otras ocasiones con la única motivación aparente de conocer el Congreso o el Senado, sobre todo éste último a diez minutos paseando de Ferraz. El hecho de que el propio Ábalos haya sido el interlocutor de estos cargos municipales andaluces da una idea de  la minuciosidad con la que Ferraz ha estado preparando el desembarco en Sevilla y la importancia de la operación Tormenta del Guadalquivir.

Una vez comprobado que la tropa era importante sólo restaba poner rostro humano a la renovación deshaciendo así las dudas que se habían generado en torno a quien lideraría las fuerzas sanchistas en la conquista del sultanato. Y es verdad que la elección, de confirmarse el nombre de Juan Espadas, ha sido acertada por cuanto el cambio en Andalucía no podía convertirse en un mero cambio de nombres, era necesario sobre todo un cambio de talante y el alcalde sevillano lo encarna a la perfección

Espadas, con quien tuve la suerte de tratar temas importantes para mi municipio y la provincia de Cádiz en algunas de sus tareas en el Gobierno de la Junta de Andalucía, es un político cercano y sin artificios coyunturales interesados, una condición ésta muy valorada no sólo por la ciudadanía sino también por  sus interlocutores en el día a día de la gestión, una persona alejada de las dicotomías tan de moda en la política española actual repleta de enfrentamientos estériles en el nombre del padre. Su elección como alcalde de Sevilla le sacó de las tinieblas de la trastienda para ponerlo en el escenario que merecía y que le ha permitido dar a conocer su ADN político donde el consenso, la búsqueda del acuerdo en la solución de los conflictos, la ausencia de estridencias innecesarias y el carácter mesurado brillan con luz propia. 

Nunca se me olvidará aquella ocasión en la que sufrió una fractura de una de sus piernas que le llevó a guardar reposo durante un buen tiempo. En aquellos momentos necesitábamos de él y desde su casa nos atendió en más de una ocasión. Aunque tan sólo fuera por eso considero un acierto apostar por él porque gente así resulta difícil de encontrar en los tiempos que corren, suerte Juan.

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