Una mascarilla en el suelo, en una imagen reciente.
Una mascarilla en el suelo, en una imagen reciente. MANU GARCÍA

Define el diccionario el adjetivo impostado como algo que es falso, ficticio o simulado, aunque parece real. Y nada mejor que esta palabra para definir la Navidad que estamos viviendo no ya sólo por los temores a la expansión del virus, el presentimiento casi certero de la llegada de una tercera ola, sino también por el estado sicológico colectivo con el que hemos llegado al final de este año en el que vivimos peligrosamente.

No cabe duda alguna de que el espíritu navideño, esa especie de cara oculta de la condición humana que nos hace reconciliarnos durante estos días con lo mejor de nosotros mismos, existe y reaparece cada final de diciembre para tranquilizar nuestras conciencias y reafirmarnos, aunque sea sólo de manera impostada, en la bondad del ser humano. Pero este año nuestro intento anual por ser mejores tiene mucho de ficticio o simulado aunque pudiera parecernos real.

Y todo ello porque algo impensable, cuando en la Nochevieja del 2019 nos deseábamos feliz año nuevo, ha vuelto del revés aquel deseo y ha puesto patas arribas nuestra placentera existencia. La aparición del Covid, por aquellos días tan sólo una amenaza lejana y casi exótica, trastocó nuestros planes individuales y también los colectivos para llevarnos a vivir sumidos en una espiral de desazón, desesperanza, dolor y sufrimiento, algo que por desgracia no podremos olvidar el resto de nuestras vidas y que ha hecho que esta Navidad sea un ejercicio de simulación y ficción que sólo cabe interpretar como una muestra más del instinto de supervivencia del ser humano.

Vivir peligrosamente, de manera consciente o inconsciente, que de todo ha habido en esta viña del señor humana, puede que nos haga más fuerte en un futuro cercano pero nos ha hecho sentirnos débiles y frágiles en estos últimos meses  pero también nos ha llevado irremediablemente a relativizar las grandes cuestiones que ocupaban nuestras preocupaciones cotidianas cuando éramos completamente ajenos al poder devastador de esta enfermedad. Se han producido en este tiempo acontecimientos políticos y sociales que han terminado por perder todo su valor mediático o popular, y todo porque el sufrimiento colectivo derivado de los efectos del covid ha sido como una especie de niebla espesa que ha cegado nuestras mentes más allá del dolor propio o ajeno.

Y es ahora, cuando este año horrible está a punto de acabar sus días, cuando la esperanza se abre camino a pesar de los temores de la previsible tercera ola. El comienzo de la vacunación a los colectivos de riesgos nos hace ver la luz al final del túnel en el que llevamos atrapados casi un año y quizás por eso cuando en esta Nochevieja que llega en el momento de desearnos nos un feliz año nuevo estaremos haciendo algo más que repetir un rito inconsciente y reiterado de manera mecánica una y otra vez en nuestras vidas cuando la Navidad no era algo ficticio y simulado. Feliz año 2021 y que vuelva la vida.

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