Gabriel Delgado, en una foto de archivo,
Gabriel Delgado, en una foto de archivo,

Ayer, con las primeras luces del día, recibí la terrible noticia de la muerte de Gabriel Delgado y de inmediato vinieron a mi mente los recuerdos más lejanos, aquellos años en lo que tuve la suerte de convivir con los llamados curas obreros en el Seminario de San Bartolomé cuando yo todavía era un proyecto de adolescente.

Sus entradas y salidas despertaron desde muy pronto mi curiosidad y la de otros muchos compañeros de estudios porque en aquellos primeros años su dedicación docente era escasa. Convivían con nosotros a diario pero poco más sabíamos de su labor pastoral y de su trabajo social. Pero no tardamos mucho en saber que aquellos hombres con los que tan a menudo coincidíamos en los pasillos y en ocasiones en el comedor eran los curas obreros, gente volcada en la defensa de los trabajadores en una provincia donde el conflicto laboral y sus consecuencias en forma de detenciones por la policía social eran el pan nuestro de cada día.

Poco a poco y a golpe de preguntas indiscretas para gente de nuestra edad fuimos conociendo sus nombres y en ocasiones algo más sobre sus postulados sociales y laborales. La cara siempre sonriente de Alfonso Castro era ya de por si un aliciente para querer conocer más sobre una labor pastoral muy distinta de la que nos hablaban algunos de nuestros profesores, sacerdotes y seglares. A pesar de nuestra edad nos preocupaban sus ausencias, la de Alfonso, la de Gabriel, la de Fajardo o Cejudo, en días en los que las sirenas de la policía sonaban reiteradamente por la ciudad y se nos prohibía la salida habitual de la tarde.

Pero aquellos primeros cursos pasaron con la rapidez que vuelan el final de la infancia y la llegada de la adolescencia y cada vez fuimos conociendo más y mejor a aquellos curas que habían hecho de la lucha obrera y social su magisterio eclesiástico. Era verdad que la presencia de Añoveros al frente de la diócesis de Cádiz ayudaba a propagar ese aire nuevo que se había instalado en la jerarquía eclesiástica y que hasta nosotros empezábamos a respirar con alegría. Valga aquí un pequeño inciso sobre esto en unos momentos en los que la rigidez de la disciplina para con el alumnado no cuadraba con los nuevos tiempos. Una de las tardes de salida un grupo de siete u ocho de nosotros aprovechamos para ver una película  cuya duración excedía nuestro tiempo de libertad. Volvimos y las puertas estaban cerradas a cal y canto así que recurrimos a una especie de puerta secreta a través de la Iglesia de los Jesuitas, pero allí estaba el responsable de disciplina esperándonos y la consecuencia fue la expulsión del grupo sin solución de continuidad. Al día siguiente no dieron un billete de autobús y cada uno para casa como casi precursores de la enseñanza telemática cuando aún no existía internet.

Pero veinticuatro horas más tarde, mucho me temo que inspirados por nuestros curas rojos, el alumnado completo se negó a entrar a clase haciendo una sentada en el famoso patio de cuchillo. Cuando la noticia llegó a Añoveros, imagino ahora por qué canales extraoficiales, fuimos readmitidos de manera exprés. Si ya sentíamos admiración por ellos a partir de ese momento nos convertimos en sus fans sin remisión.

En bachillerato superior Gabriel Delgado fue profesor de nuestro curso y puedo asegurar que no era ninguna perita en dulce, pero aprendimos a pensar más allá de los convencionalismos, a analizar la realidad social de manera crítica, a entender la vida como una oportunidad de servicio a los demás, en definitiva, aquello que veníamos observando que era su forma de vida y la de sus compañeros. Marcaron la vida de muchos de nosotros más allá del análisis interesado de los adeptos del régimen que se escandalizaban hablando de los seminarios como fabricas de rojos.

 Pero la vida pasa rápido y con bastante frecuencia te hace volver a encontrar algunos fantasmas del pasado, no sólo los malos, sino también los que te ayudaron a construir tu personalidad y generar en ti la conciencia social. Cuando llegué a tener responsabilidades políticas a nivel provincial Alfonso Castro y Gabriel Delgado se convirtieron en la voz de mi conciencia para que no olvidara que la lucha por los más desfavorecidos era lo que debía dar sentido a nuestro trabajo. Una veces con más posibilidades y otra con menos siempre intente devolver parte de la deuda que tenía con ellos: Cardijn, Tartessos, Tierra de Todos, fueron proyectos con los que siempre intentamos arrimar el hombro, aunque nunca fuese suficiente para lo que ellos necesitaban.

Hace pocos años se marcho, ligero de equipaje como siempre vivió, Alfonso Castro, y  ahora nos ha dejado Gabriel Delgado, el último mohicano de la Iglesia Roja en Cádiz, el único al que el obispo Zornoza no se atrevió a relevar, quizás porque el trabajo con los migrantes que Gabriel venía haciendo no era ningún botín agradable para la nueva jerarquía de la Iglesia gaditana. No te voy a desear que descanses en paz Gabriel porque lo del descanso nunca fue contigo y allí donde estés seguro que estas defendiendo y cuidando angelitos negros. Gracias amigo, siempre en el corazón y en la cabeza

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