'Kichi', en la "trinchera" con los manifestantes del metal.
'Kichi', en la "trinchera" con los manifestantes del metal. GERMÁN MESA

A nadie escapa que los tiempos que corren son tiempos de guerra en los que el componente bélico del ser humano es capaz de mostrarse en todo su maldito esplendor. Son tiempos en los que aquello que nos parecía estable y duradero se muestra frágil y fugaz con su demoledora carga de inseguridad y ausencia de certezas.

Y no son sólo los grandes conflictos bélicos como la invasión de Ucrania por parte de Rusia y sus consecuencias inmediatas y futuras las que nos provocan esas incertidumbres, otras batallas más locales y domesticas también son capaces de sembrar ese campo de minas en el que puede convertirse el sentimiento colectivo. Me refiero en este caso a las batallas políticas guerracivilistas que sufren partidos políticos necesarios para el sistema democrático o instituciones municipales que pierden la cara a los problemas en momentos en los que lo más importante debe ser el futuro de sus vecinos y vecinas.

Lo que pienso sobre el imperialismo agresor de Putin ya lo manifesté en esta misma columna la pasada semana, una guerra injustificada como todas, basada en un relato paranoico propio de un personaje como el Presidente ruso. Vaya desde aquí mi reconocimiento a la resistencia y la capacidad de sufrimiento del pueblo ucraniano haciendo frente de esa manera y con esos medios a la gran potencia invasora con el deseo de un alto el fuego que permita negociar la vuelta a la razón de ese caballo desbocado en el que se ha convertido el Presidente Putin.

Pero junto a esta , la gran guerra que tanto nos preocupa e inquieta, ocurren otras guerras menos cruentas pero igual de dañinas, en unos casos por la puerta que dejan abierta a la desafección de la ciudadanía para con la política que termina convirtiéndose en caldo de cultivo para quienes la democracia es sólo un pretexto con el que torpedear el propio sistema democrático desde sus posiciones de extrema derecha, y en otros casos por terminar certificando la incapacidad de las izquierdas por mantener alianzas creíbles y estables que podrían convertirse en el mejor dique de contención de los populismos de extrema derecha y de la derecha extrema.

Este último mes la guerra interna del Partido Popular ha alimentado hasta límites insospechados el crecimiento de las expectativas electorales de la ultraderecha en toda España con el consiguiente riesgo para el propio sistema democrático. Hay quienes piensan que el anuncio de Feijoo de presentar su candidatura a la Presidencia del Partido Popular ha acallado para siempre los tambores de guerra en el seno de la derecha española. No soy yo tan optimista como quienes eso piensan por cuanto para mí, a día de hoy, el anuncio de Feijoo es tan solo un corredor humanitario, pactado con nocturnidad y alevosía, para evacuar a Casado y los restos de su ejército maltrecho.  Y nada mejor que las continuas referencias de Díaz Ayuso al futuro del Partido Popular poniendo reiteradamente el parche antes de que salga el grano de Feijoo para justificar mi opinión sobre el tema.

Y la ciudad de Cádiz vuelve a ser, de manera reiterada y en poco tiempo, el escenario de los Juegos de Trono de la autodenominada izquierda verdadera. El antecedente más notable de la guerra interna, con acusaciones directas de electoralismo hacia el partido del Alcalde Kichi, fue sin lugar a dudas el escabroso tema de las terrazas de la Viña donde nadie quedó indemne tras la intervención monopolística  y sectaria de Kichi. Ahora vuelven los tambores de guerra entre Adelante Cádiz y Ganar Cádiz poniendo de manifiesto en esta antesala electoral que lo que importa a unos es Adelante y a otros Ganar, obviando que lo que realmente debería importarles es Cádiz. Ahora es el Presupuesto Municipal la piedra de toque de la tensión bélica interna del equipo de Gobierno donde Ganar acusa a Adelante de haberle sustraído su derecho a elaborar de manera conjunta las cuentas municipales para este año preelectoral, mientras Cádiz sigue en el corredor de la muerte y condenada a la indigencia.

Frente a todo este espectáculo el Partido Socialista, recuperado ya de la última crisis y con un animoso y animado Portavoz, Oscar Torres, juega a la lógica de lo posible, el apoyo al presupuesto si se contemplan sus aportaciones, y el Partido Popular se relame ante la posibilidad de recuperar el Gobierno de la ciudad, algo harto improbable en solitario. La extrema derecha huele la posibilidad de la representación municipal y sueña con un pacto futuro que les lleve a tocar poder.

Ante este panorama la izquierda gaditana gobernante debe guardar sus distintas ediciones de “el Príncipe” de Maquiavelo y retomar el pulso de la ciudad ampliando sus complicidades en el campo de la izquierda y llevando a revisión el vehículo del Gobierno Municipal  si de verdad quiere pasar la ITV.

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