Pruebas en un cribado de coronavirus.
Pruebas en un cribado de coronavirus. MANU GARCÍA

A raíz de los momentos tan difíciles que vivimos en mi pueblo, con un incremento importante del número de positivos por Covid-19, decidí hace ya algo más de una semana autoconfinarme atendiendo a las 63 razones que figuran en mi DNI y las cuatro o cinco más que constan en mi historial clínico. Y decidí también no atender el llamamiento del consejero Aguirre para hacerlo a partir de las ocho de la tarde, por lo que lo pongo en marcha cada día a las siete de la mañana, que es la hora en la que suelo despertarme.

Como los días así se hacen eternos, y no hay serie de Netflix capaz de hacerlos soportables, uno agradece cualquier llamada, sea de la familia, los amigos y hasta del comercial de Orange para que te cambias de compañía. Y fue así cómo hace un par de días recibí la de un amigo con el que compartí hace unos años la tarea política, aunque él se retiró bastante antes que yo. Estaba el hombre preocupado, como el común de los mortales, por la situación en la que estamos inmersos a causa de esta tercera ola del virus. En un momento de nuestra charla decidió cortar por lo sano y ni corto ni perezoso me lanzó esta pregunta: “Paco, tú que has sido alcalde y profesor, ¿cómo interpretas que un buen número de alcaldes y alcaldesas pidan cada día cribados masivos en sus municipios y convoquen consejos escolares para pedir que se ponga fin a las clases presenciales en los centros educativos?

La verdad es que viniendo de él no me sorprendía la pregunta pero no por eso tardé algunos minutos en reaccionar, tiempo en el que vino a mi mente aquella respuesta del jornalero que en tiempos de la Republica rechazó los dos duros que le ofrecía el cacique para comprar su voto con un rotundo: ¡En mi hambre mando yo! Así que en un pretendido ejercicio de rapidez mental decidí contestarle con la misma contundencia del jornalero con un remake lapidario, en mi miedo mando yo, que por desgracia para mí no resultó ser tan convincente como esperaba. De ahí que ante su insistencia procedí a explicarle  las motivaciones de mí, para él, enigmática respuesta.

Yo, como tú bien sabes, he sido alcalde y profesor, pero ni en mis peores pesadillas siendo alcalde tuve nunca que enfrentarme a una situación tan terrible como la actual donde el miedo, no sólo el propio de cada uno sino también el colectivo, se ha apoderado irracionalmente de cada instante de nuestro día a día hasta el punto de hacernos tomar decisiones en las que nos cuesta reconocernos. Los alcaldes y alcaldesas tienen su propio miedo biológico a la enfermedad, como cada uno de nosotros, pero también sienten ahora más que nunca el miedo político acrecentado por la influencia que sobre ellos ejercen las redes sociales, esa gota malaya que cada día y a cada decisión les pone al borde de un ataque de nervios.

De ahí que se agarren al cribado masivo como un clavo ardiendo ante la imposibilidad de medidas propias capaces de combatir el virus cuando ya se ha apoderado de las calles de nuestros pueblos y ciudades. Para mí el cribado masivo es una especie de evasión o victoria de la clase política en un claro ejercicio de impotencia. Por eso reafirmo mi convicción de que en mi miedo mando yo y no quiero que se convierta en coartada moral para nadie. En mi miedo mando yo porque el cribado masivo si no se lleva a cabo cada día en los centros de salud, en las urgencias hospitalarias, en los centros de mayores y ahora también en los centros escolares no resulta efectivo y tan sólo consigue aliviar nuestros miedos con una falsa sensación de seguridad. Esto se basa en lo que se ha dado en llamar el coste de oportunidad, aquello que uno deja de hacer para poner el esfuerzo en otra cosa. O lo que es lo mismo, gastar en cribados lo que habría que gastar en Atención Primaria y salud pública para luchar contra la enfermedad.

Y es mi miedo, lo confieso, el que me ha llevado a confirmar que en la inmensa mayoría de esos cribados, que se han llevado a cabo de manera aleatoria y tan sólo guiados por el azar, los resultados han ayudado poco a la hora de cortar la cadena de transmisión del virus por distintas razones además del carácter aleatorio. No ayuda a mi miedo que las estadísticas confirmen que en ocasiones ni tan siquiera el 50% de las personas citadas han comparecido para la prueba. Tampoco acaba con mis temores el escasísimo número de casos positivos detectados en esos cribados que en el caso de la Comunidad de Madrid no llegó de media ni al 1%. Tampoco me tranquiliza que el procedimiento utilizado sea el test de antígenos cuya fiabilidad, fuera de los presuntos contactos estrechos y personas con síntomas, ha sido puesta en tela de juicio por la comunidad científico-sanitaria.

No obstante, dejé claro a mi amigo que entiendo que los alcaldes y alcaldesas, en su terrible soledad para decidir, hagan este tipo de peticiones, y que si me citan para el cribado allí estaré a la hora y en el sitio que me digan porque se lo debo a la gente de mi pueblo con la que convivo, y que independientemente del resultado que arroje mi prueba, en mi miedo seguiré mandando yo. Del otro tema del que hablamos mi amigo y yo, las convocatorias de los consejos escolares telemáticos para tratar sobre el mantenimiento o no de las clases presenciales, mejor lo cuento el próximo día.

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