Pablo Casado, en la tribuna del Congreso.
Pablo Casado, en la tribuna del Congreso.

La semana que acaba ha sido una semana negra para el concepto de igualdad entre hombres y mujeres más allá de los terribles casos de violencia de género con los que nos hemos acostumbrado a convivir como si formaran parte de la normalidad. Y ha sido el Congreso de Los Diputados, la sede de la soberanía popular, donde se han producido dos de los hechos más rechazables desde la perspectiva de la igualdad real entre hombres y mujeres.

Han sido dos ministras del Gobierno de España las víctimas de esos intentos rancios a los que nos tienen acostumbrados Vox y el Partido Popular por reencarnar los tiempos más difíciles en la vida de las mujeres de este país. Primero fue el diputado Movellán quien en una comparecencia en Comisión de la Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, le espeto aquello de que “las mujeres de Podemos  sólo están acostumbradas a subir agarradas a una coleta” en clara referencia al rasgo que más caracteriza al hasta ahora líder de Unidas Podemos.

El segundo de los hechos tuvo lugar en la sesión de control del pasado miércoles cuando el diputado de Vox, Coello de Portugal, que habrán hecho los portugueses para que este hombre lleve su nombre, interpelaba a la Vicepresidenta y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, con un “señora ministro", en una clara violación no sólo del más mínimo respeto a la condición de mujer de la ministra sino también a las más elementales reglas de la gramática castellana.

Y es que esa perversa competición entra la extrema derecha y la derecha extrema para ver quien dice el disparate más grueso y grosero nos está llevando en demasiadas ocasiones a vivir espectáculos bochornosos e indignos de una Cámara parlamentaria, unas veces en el Congreso de los Diputados y otras en el Senado de España. No es nada nueva la actitud de Vox a la hora de atacar los más esenciales derechos de los ciudadanos y ciudadanas en función de su condición religiosa, social, étnica o de género, como el caso que nos ocupa, y estamos acostumbrados a ese pensamiento, cuanto menos neolítico, dirigido a captar la fidelidad electoral del sector más reaccionario de la sociedad española.

Pero de vez en cuando también le vemos las orejas al lobo disfrazado de cordero de la derecha extrema, la que lidera Pablo Casado y simboliza a la perfección Díaz Ayuso, lanzándose a los brazos de esos mismos pecados sin el más mínimo pudor y no ha sido la intervención de Movellán el único caso, tan sólo el más reciente. Queda claro, que la paridad en el caso de Coello de Portugal y el mérito propio en el del diputado popular son valores despreciados a cada momento por una y otra formación política.

Y si de la derecha extrema y la extrema derecha no nos sorprenden tales planteamientos sí resulta sorprendente y quizás inconsciente el “quédate calladita” que le lanzó Kichi a la concejala del Partido Popular, Carmen Sánchez, en el pleno telemático llevado a efecto esta semana en el Ayuntamiento de Cádiz. Quizás la expresión utilizada por el alcalde gaditano no alcanza el nivel de descalificación de lo acontecido en el Congreso de los Diputados pero debiera haber tenido presente la vieja máxima, por cierto también machista, de que “la mujer del Cesar no sólo debe ser honesta sino también parecerlo”, porque el respeto a la igualdad de género no admite ningún tipo de relajación.

Visto lo visto, cada día comparto más aquella afirmación que oí de boca de Amparo Rubiales en una tertulia televisiva hace ya algún tiempo: “Detrás de un gran hombre siempre hay una mujer sorprendida”.

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