Desembocadura del Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda.
Desembocadura del Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda.

La semana nos ha sorprendido con dos noticias que dan mucho que pensar sobre el poder municipal en manos de partidos independientes que hacen del localismo nacionalista el mejor instrumento para ocultar las carencias de la propia gestión. Esta semana hemos sabido que el alcalde de Chipiona ha encargado un estudio, al parecer totalmente gratuito, para fundamentar el debate sobre el hecho de que el río Guadalquivir, que lleva toda su vida desembocando en Sanlúcar, cambie ahora de opinión y lo haga en Chipiona, olvidando lo que ya decía Jorge Manrique de que “ nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir, allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir”,  sentencia esta que yo tomaría como seria advertencia.

La otra noticia, la publicación en el BOP del inicio del expediente para consultar a la población de La Línea sobre su deseo de autogobierno, incide en el mismo sentido populista de esos localismos que subsisten de exacerbar el nacionalismo. La idea de independizar a la ciudad de La Línea de Andalucía, mediante su conversión en Ciudad Autónoma, bebe de las mismas fuentes, el agravio comparativo, del que ya lo hicieron hace algunas décadas otros político localistas que promovieron la iniciativa de convertir al Campo de Gibraltar en la Novena provincia andaluza.

Estamos sin lugar a dudas ante dos cuestiones que van a poner en tensión la política provincial y quién sabe si también la autonómica y la nacional. Un somero repaso de la historia mundial nos revela que todas las guerras, que en el mundo han sido, han tenido motivaciones territoriales y económicas o religiosas e ideológicas. Y la iniciada por Franco, el alcalde linense, podría explicarse desde el punto de vista de la dura situación social y económica del municipio que históricamente ha percibido un desinterés, cierto o no, de las distintas administraciones para con su territorio y población.

Pero igual que aquella reivindicación de la Novena provincia murió de éxito de la mano de la finalización de la A-381, la autovía que une Jerez con el Campo de Gibraltar, o la descentralización de las administraciones autonómica y nacional, con la creación de las respectivas subdelegaciones, y también, cómo no, la puesta en marcha de los juzgados de la Audiencia Provincial en el Campo de Gibraltar y el refuerzo de las infraestructuras sanitarias que culminaron con el nuevo Hospital de la Línea, ahora es el momento, más allá de comisiones tripartitas somnolientas, de llevar a cabo el impulso definitivo de una ciudad que en verdad tiene características muy singulares cuyo conocimiento es generalizado, y dudo mucho que el camino sea el del autogobierno más allá del efecto llamada de la cuestión soberanista de Cataluña. Franco debería saber que con las cosas de comer no se juega y centrarse en aquello para lo que mayoritariamente fue elegido que no es otra cosa que trabajar en la solución de los problemas de su ciudad.

Y si lo de La Línea pudiera tener esa motivación económica, resulta más difícil entender lo de Aparcero, más allá del ruido que se ha formado y de lo que  era consciente antes del anuncio según él mismo ha afirmado. Si la desembocadura del Guadalquivir generara las plusvalías económicas del Canal de Suez o Panamá podría entenderse la cuestión, pero sembrar la semilla de la discordia haciendo que el Guadalquivir tome el Camino de la Reyerta no es lo más adecuado en los tiempos que corren en los que la colaboración entre pueblos vecinos es un bien preciado y deseable. Más le valiera reforzar el trabajo de María Naval en la gestión del deslinde Rota-Chipiona en Costa Ballena que si resulta de vital importancia de cara al futuro económico del municipio y sus habitantes.

De ambas situaciones cabe interpretar que cuando el populismo localista agota sus reservas el nacionalismo se convierte en el único argumento que siempre lleva a la creación de un enemigo exterior, Andalucía en el caso de Franco y Sanlúcar en el de Aparcero, mientras la ciudadanía de ambas poblaciones asiste atónita a ese nuevo paso en el descredito de la clase política, más ocupada de ellos mismos que de sus vecinos que piensan más en lo que les van a costar los nuevos libros de texto que recojan la nueva configuración de Andalucía y la desembocadura del Guadalquivir. Que Dios nos coja confesados.

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