Pablo Casado, en una visita a una granja.
Pablo Casado, en una visita a una granja.

Anda el pobre de Pablo Casado dando más volteretas que un saltimbanqui de circo de pueblo noqueado por los resultados de las elecciones catalanas que le han golpeado con tanta fuerza como los huesos de aceituna del señor de Murcia que se ha buscado como compañero en su particular remake de “Dos hombres y un destino”.

Para justificar el despropósito electoral que les ha llevado al borde del precipicio, como si de Thelma y Louise se tratara, han recurrido al viejo tópico de la conspiración judeomasónica encarnada en esta ocasión por el Gobierno de Sánchez, el CIS, la fiscalía y una retahíla interminable de otros despropósitos  que sólo tienen cabida en su nebulosa mental y en la boca de su fiel escudero, el altivo aceitunero murciano.

Todo vale con tal de no ponerse ante el espejo de la propia incompetencia y de los errores continuados que han venido marcando su carrera política al frente del Partido Popular. Y en un arrebato, sólo explicable por el aturdimiento mental del fracaso electoral, ha decidido abandonar la casa del padre en una muy particular interpretación del complejo de Edipo. Casado huele a calçot al horno aderezado con salsa romesco, la especialidad de la cocina catalana tradicional, y a efecto Illa que para el caso viene a ser como una borrachera de ratafía.

Tras su esperpéntico autodeshaucio, con el que sus asesores han intentado desviar la atención mediática del naufragio catalán y del debate del Comité Nacional de su partido, inicia Casado una nueva travesía del desierto que se está convirtiendo ya en su segunda residencia de tanto como lo frecuenta. Pero allí le acechan nuevos peligros en forma de barones territoriales, procesos judiciales relativos a la financiación ilegal del Partido Popular y grupos rebeldes de la extrema derecha de Abascal que han puesto precio a su cabeza política una vez que han olido sangre en las urnas catalanas. Y  mientras tanto Feijoo toma distancia desde su verde oasis  gallego a la espera de organizar su particular Reconquista emulando a su histórico vecino Don Pelayo.

Y mientras Casado se va de casa el otro Pablo, Iglesias, prende fuego a la que comparte con Sánchez que no es otra que la casa común de la izquierda ubicada en Moncloa. Si la campaña de las elecciones catalanas fue el momento de cuestionar, contra toda lógica, la normalidad democrática de nuestro país, ahora, tras las elecciones y visto el éxito de su órdago dialéctico llega el momento de la batalla permanente contra el Gobierno y desde el Gobierno con la inestimable colaboración de los comisarios políticos Echenique y Mayoral. 

Primero fue la ley Trans, el proyecto estrella de Irene Montero, que no ha encontrado la aquiescencia de la parte socialista del Gobierno que además manifiesta serias reticencias a su redacción actual. Poco después Echenique saca a bailar el Ingreso Mínimo Vital para confrontar con el sector socialista del Gobierno. A continuación la Ley de Igualdad de Trato recibe el veto de la parte morada del Gobierno mientras Echenique y Mayoral se afanan en convertir en héroe a un rapero agresivo y poco respetuoso con los derechos y libertades de los demás hasta el punto de llamar a manifestaciones que derivan en actos violentos cuya naturaleza están lejos de condenar. Ante tal cúmulo de hechos cabe recordar el dicho popular de: con amigos como tú no necesito enemigos.

Cuentan que desde hace días los gritos de Iván Redondo por los pasillos de Moncloa se oyen con total nitidez en las últimas estribaciones de la sierra madrileña y que Sánchez ha colocado en su despacho un cuadro enorme del santo Job al que de manera inconsciente se encomienda cada mañana antes de iniciar su jornada de trabajo.

 

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