Del "qué va a pasar" al "qué vais a hacer"

sanchez-diaz-politica-nacional-secretario_ediima20151223_0320_19.jpg
23 de septiembre de 2016 a las 23:19h

El militante de base se ha convertido en el instrumento más fiable para hacer volar por los aires la legitimidad de los órganos de dirección del propio partido que no hay que olvidar han sido elegidos por esos mismos militantes.

Todo lo que viene a continuación no es más que la opinión de un militante de base que es la condición de la que gozo en estos momentos dentro de mi partido y de la que disfruto a pleno pulmón. Y es que, en los momentos que vivimos dentro del Partido Socialista, ser militante de base es más importante que pertenecer a cualquiera de las direcciones incluida la propia dirección federal. El militante de base se ha convertido en el instrumento más fiable para hacer volar por los aires la legitimidad de los órganos de dirección del propio partido que no hay que olvidar han sido elegidos por esos mismos militantes. Tengo la impresión, compartida por bastantes compañeros y compañeras del partido, que hemos pasado a Podemos por la izquierda en lo que al papel asambleario de los círculos se refiere.

Y como todo militante que se precie no puedo escapar a esa dinámica convulsa que tiene en las redes sociales su tablero de juego diabólico. Hay días en los que intento escapar, siempre sin éxito, de ese ejercicio en el que se me reclama las veinticuatro horas del día empoderarme desde la militancia de base y asumir un papel activo en el mantenimiento de una hoja de ruta que yo mismo desconozco y dudo mucho que conozcan quienes me convocan a esa tarea revolucionaria. Al mismo tiempo, por día que pasa, es más cruenta esa lucha interior entre mi condición de militante de base reclutado forzosamente y mi otra condición, la de ciudadano corriente que convive con otros ciudadanos más allá  de la burbuja virtual y también de la mediática.

Y es en esa convivencia diaria con la gente de la calle, con la que te encuentras fuera de los escenarios de la política,  donde vengo observando que esto no pinta bien para nadie

Y es en esa convivencia diaria con la gente de la calle, con la que te encuentras fuera de los escenarios de la política,  donde vengo observando que esto no pinta bien para nadie y bastante mal para algunos entre los que podría estar mi propio Partido. Si después de las elecciones de diciembre la pregunta más reiterada por los militantes, simpatizantes y votantes socialistas era aquella de: “¿Y ahora qué va a pasar?”, ante la que siempre había una respuesta más o menos aceptable desde la ética política, e incluso aceptada por quien te interrogaba a fuerza de incertidumbre, esa que siempre genera la ruptura de los esquemas tradicionales en tiempos de mudanza, y que no era otra que aquella de: "Pedro lo está intentando con Ciudadanos… a pesar de Rajoy e Iglesias”.  Uno respiraba relativamente tranquilo pensando que había salido del mal trago con la dignidad que la ocasión requería y el inconsciente demandaba, y la otra persona parecía sentirse un poco más confortada en sus incertidumbres más profundas que, por cierto, distaban poco de las propias.

Pero aquello tuvo el final que todos conocemos, la imposibilidad de un gobierno distinto tuvo en Iglesias el mayor de sus valedores y emprendimos de nuevo y a regañadientes el camino de las urnas que terminó siendo un viaje a ninguna parte para disgusto de muchos y alegría infundada de Rajoy y su Partido. Pero algo había cambiado, pocos días después de las elecciones de Junio y con un nuevo sudoku por resolver, en esas conversaciones cotidianas la pregunta a la que me enfrentaba era bien distinta: “¿y ahora qué vais a hacer?”.  El cambio era sustancial, si a partir de diciembre la incertidumbre era la nota dominante, con un reparto de responsabilidades por igual entre todos los actores del drama electoral, ahora, tras las elecciones de Junio, nuestro propio electorado lanzaba sobre el partido, y sobre todo sobre sus dirigentes, la idea de la responsabilidad de lo que pudiera ocurrir.

Antes que responder a otros, en un pretendido ejercicio de honestidad, intenté responderme a mí mismo y sólo acerté a recordar el viejo dilema de la tragedia griega, aquel al que se enfrentara Antígona: hacer caso a la ley de los hombres y recibir el castigo de los dioses o por el contrario, hacer caso a la ley de los dioses y recibir el castigo de los hombres. Por desgracia para Antígona en aquellos tiempos no había militantes de base ni redes sociales. De haberlos habido habría podido eludir su responsabilidad ante los hombres aunque los dioses nunca la hubieran perdonado.