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En el fondo no me sorprende. Aunque la lógica beba de una corriente llena de sadismo, es tan fácil de seguir y apreciar que ruboriza. La programación a la que estamos sometidos es tan eficaz que no respondemos a la naturaleza de nuestra especie. Decía Darwin que su teoría de la selección natural era precisa, pero que no podía justificar la selección de la mano humana, sino únicamente la de la naturaleza. Su teoría no respaldaba la eugenesia, por mucho que los Nazis y los fascistas se aferraran a ella como justificante supremo. La eliminación selectiva por parte del hombre de individuos con diferencias genéticas, decía Darwin, podría propiciar la excelencia genética, pero también dejaría al ser humano sin su humanidad… y entonces, ¿de qué nos sirve todo lo demás?

Es evidente que a demasiados seres humanos les importa bien poco su humanidad. Y con improbable criterio acabamos mandándolos a todos a puestos de dirección, de mando, de gobierno… Muy a menudo me pregunto cómo es posible que gente sin escrúpulos esté al mando de nuestras políticas. Las dudas desaparecen rápido, al comprobar que son infinidad los acólitos que apoyan fervientemente las decisiones y las palabras de sus representantes electos, aunque estas palabras, acuerdos y leyes sólo contribuyan a que una masacre sin precedentes siga adelante y se intensifique.

Yo soy de las que cree que está todo relacionado. No es que piense que hay una conspiración global, es que el que toma un extremo y tira de la cuerda se lleva el ovillo entero. También creo probable que sea en la educación donde está la solución, y no me refiero a los modales -de eso entienden mucho estos sádicos con corbata- sino a la libertad de expresión, la universalización de la cultura y a la apertura de mente generalizada, que muy probablemente desembocase en una inmensa capacidad para empatizar con otros, o al menos comprender su realidad, por poco que la compartamos, y no responder a ello con violencia.

Cuando era más pequeña y estudiaba Historia en el instituto, mi concepto de Europa estaba por las nubes: conquistadores, pensadores, inventores, artistas... Entre otras cosas porque las comparaciones son odiosas, sobre todo cuando a los otros continentes no se les da cabida en clase. Ninguna. Quiero decir, en mi colegio e instituto, la Historia que aprendimos fue la de España -sin llegar nunca a la Guerra Civil, por supuesto, ¿estamos locos?- y la de los países que, por circunstancias, se metiesen en nuestros asuntos: Francia, Alemania, Italia e Inglaterra, pero sin pasarnos. No es ya que seamos el ombligo del mundo, es que ni siquiera nuestro propio ombligo nos lo cuentan bien, y lo digo siendo consciente de que tuve excelentes profesores. No estamos educados para ver más allá de nuestras narices, ni intelectual ni económicamente -el consumismo es, principalmente, un acto egoísta, porque nuestro ego es lo primero-. Ya me dirán ustedes cómo estamos de capacitados para comprender qué ocurre en Turquía. Podemos llegar a entenderlo si nos lo explican, claro, el problema básico de nuestra educación es que, aun así, nos importará un soberano rábano.

Por eso digo que no me sorprende. Me revuelve las tripas, pero esto de que la grandilocuente Europa se ponga a jugar con los refugiados como si fueran cromos, en lugar de socorrerlos sin tantos complejos… No es más que selección antinatural. No me da la gana de que usted, con su vida, sus ideas, su educación, sus genes, su idioma, sus costumbres, su descendencia…, venga a aportar melanina a las pieles de Berlín. Así que no sólo no voy a ayudarle a salir de la zona de conflicto, ni voy a preocuparme de que la opinión pública esté al tanto de su situación, ni voy a ponérselo fácil a los ociosos voluntarios que quieran ayudarle a sobrevivir, sino que si se le ocurre aparecer por mis fronteras me tomaré la libertad de pasarme los Derechos Humanos por el arco del triunfo europeo y le mandaré a Turquía -mismo-, que está hecha un cristo con tanto conflicto pero que ahora es la puta de lujo de Europa y va a dejar que le den por donde sea con tal de cobrar y de entrar en la UE guste o no. Que por cierto, dicho sea de paso, no gusta. Turquía está bien para Eurovisión, pero es un país de tradición musulmana y eso para el Parlamento Europeo quita puntos, pero está feo decirlo.

El señor Juncker y compañía pueden seguir tranquilamente jugando al intercambio de cromos. Aquí no va a pasar nada que no puedan prever, porque para eso estamos programados. Todo tiene su lógica; su retorcida lógica.

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