De joven a joven, Pablo

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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He leído someramente tu curriculum y tienes casi mi edad. Tienes 37 años, yo 36. Es lo único que tenemos en común, la edad, porque tú has tenido más suerte que yo. Tú naciste en una cuna privilegiada, yo en una familia sencilla de solemnidad. A ti tus padres, en octavo de EGB, te enviaron a Reino Unido por un año para aprender idiomas; yo no pude ir ni de viaje de fin de curso porque mi madre no tenía dinero para pagármelo. Tampoco vendí polvorones porque en el tiempo libre que tenía ayudaba a mi padre a trabajar en el campo, que con eso se ganaba mi familia la vida honradamente.

Tú tienes una madre profesora universitaria y un padre médico. Yo tengo una madre analfabeta y un padre que escribe y lee a duras penas. Por poco dinero que entrara en tu casa, entraban cada mes casi 6.000 euros. 12.000 cada vez que tocaba paga extra. Mi padre, que tenía un trabajito de conserje, ganaba 110.000 pesetas. Como ganaba tan poco para sacar a cinco hijos adelante, trabajaba también como un mulo en una huerta que tenía. Nunca fue de vacaciones. La primera vez que vieron el mar mis padres tenían 50 años largos. Toda la vida trabajando.

En tu casa entraban 6.000 euros al mes y en mi casa, mi madre, que vendía frutas y verduras en un mercado de abastos, había días que regresaba a casa, levantada desde las siete de la mañana, con 20 euros en el monedero, después de pasar un frío o un calor de justicia. De ahí había que pagar el autónomo. A ti cuando se te rompían las zapatillas seguro que te compraban unas nuevas rápidamente. De marca, por supuesto. A mí, mi madre me decía: “Esconde el roto como puedas, hijo, a ver si puedo juntar esta semana para comprarte unas nuevas”. Si la venta estaba mala, me quedaba sin zapatillas nuevas.

Estas cosas marcan la existencia, ¿sabes, Pablo? Con 24 años, a ti te pusieron un sueldo como líder de Nuevas Generaciones en la Comunidad de Madrid. Con esa edad, yo trabajaba de pescadero por la mañana, aguantando a muchos pijazos que piensan que los dependientes de un supermercado son sus criados, y por la tarde me iba a la facultad a estudiar Periodismo. Un año me saqué 18 asignaturas, pero de verdad, sin convalidaciones.

Tú estudiaste tu primera carrera, Derecho, en un una universidad privada, lo que me hace sospechar que no eras muy buen estudiante y no pudiste acceder a la pública. La universidad privada es el comodín de los ricos para esconder el suspenso en Selectividad. Los pobres vamos a la pública o nadie nos salva del fracaso. De la segunda carrera te licenciaste en la Universidad Rey Juan Carlos, la de Cristina Cifuentes. Permíteme que dude.

Luego he leído también que te marchaste un tiempito a Cuba, a conocer la realidad del régimen castrista. Yo no te hubiera mandado tan lejos para que conocieras mundos duros. Te hubiese mandado a mi barrio a conocer a mis hermanos, por ejemplo, albañiles y gente del campo, que abandonaron la escuela antes de llegar a octavo de EGB porque, no sé si lo sabes, hay muchas menos posibilidades de estudiar en la universidad si tus padres no tienen estudios superiores. Me dirás que yo lo conseguí, pero no es lo normal, Pablo. Lo normal es mi barrio.

En 2007 te eligieron diputado en la Asamblea de Madrid, con 26 años. En esa época yo seguía currando de pescadero, Pablo. A mucha honra, pero muchas veces lloraba de impotencia. Deseaba dedicarme a tiempo completo al estudio pero no podía. Y tampoco me dieron becas porque vivía solo y me dijeron que con lo que ganaba, 600 euros al mes, no podía vivir de manera independiente.

Era muy pobre para obtener beca, fue lo que vinieron a decirme; pero vivía, es la magia de los pobres, que multiplicamos el pan y los peces. Mi salario de pescadero era el pico de tus 4.000 eurazos como diputado madrileño. Ni yo ni mucha gente hemos tenido nunca 4.000 euros en la cuenta, Pablo. Imagina qué lejos estamos aunque tenemos casi la misma edad.

Luego te fuiste de jefe de gabinete con José María Aznar a la Fundación FAES, desde donde arengabas que los pobres somos muy caros, que hay que reducir el gasto en educación, en sanidad, en pensiones, en becas y en todo lo que permite que los hijos de los obreros podamos prosperar y, si no llegar tan lejos como tú, al menos poder mirarte de tú a tú y, llegado el caso, sentarnos en los mismos espacios donde tú lo haces para defender la solidaridad frente a tu odio contra la gente sencilla desde la soberbia de no saber qué es la vida.

No sé cuánto ganaste el tiempo que estuviste con Aznar en la Fundación FAES, pero yo, después de terminar mi carrera con mucho esfuerzo, emigré a Bélgica y pude conocer de cerca lo que ha significado la crisis para la gente de nuestra generación.

Regresé de Bélgica y te encontré de diputado en el Congreso llamando antiguos a los que quieren que se haga justicia con los desaparecidos de la dictadura en el segundo país del mundo con más criaturas tiradas en fosas comunes. Ahora han pasado los años y, a tus 37 años, ya eres el líder de tu partido: el más corrupto de Europa.

Dices que representas la España de las banderas en los balcones porque jamás podrás representar a la España de verdad, la que tiene por bandera el puchero que le pone a sus hijos encima de la mesa cada día, la que cuida, la que trabaja en empleos infames con sueldos de miseria, consecuencia de la reforma laboral que aprobaste desde tu escaño.

La España de verdad son los jóvenes emigrados en el extranjero, a quienes sus padres nunca le pudieron pagar un año en Reino Unido para aprender idiomas a todo confort y los que serían expulsados si cumples tu promesa de cerrar el Espacio Schengen y aislar a España de Europa.

Tú vas a representar a la España que es como tú, a los pijazos que no habéis conseguido nada por esfuerzo propio, que habéis heredado todo lo que tenéis y encima no queréis pagar impuesto de sucesiones, a quienes hasta las convalidaciones os las regalan en la universidad y tenéis el rostro tan duro que os atrevéis a mirar a la gente sencilla desde vuestra soberbia para culparlas de ser pobres porque no han emprendido lo suficiente. El problema no es haber tenido la suerte de nacer en una familia acomodada, Pablo, sino vivir con la empatía anulada y la soberbia unos cuantos decibelios por encima de lo humanamente recomendable.

 

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