De historias, veranos raros y Frankenstein

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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Un ejercicio estupendo para hacer con los niños, ahora que están de vacaciones, es jugar a construir y contar historias.

Un ejercicio estupendo para hacer con los niños, ahora que están de vacaciones, es jugar a construir y contar historias. Sólo hace falta una reunión de amigos y que el ambiente acompañe, dar unas reglas o la libertad para que se las salten y dejar que la cosa vaya fluyendo. Que se oigan historias basadas en hechos reales, historias hiladas alrededor de unos personajes comunes, historias con finales abiertos (¿conocéis los Cuentos para jugar de Rodari?), historias disparatadas o imposibles, historias dibujadas o esas historias que apasionan a algunos o hacen levantarse y salir corriendo a otros, las historias de miedo. Esas que no te dejan dormir y que son perfectas para contar alrededor del fuego en invierno o en una noche larga de verano, una de esas noches en las que el insomnio colectivo está permitido porque estamos de vacaciones.

Hay veranos distintos. Veranos que ni siquiera lo fueron. Veranos propicios para contar historias. Veranos en los que una reunión de amigos y unas circunstancias especiales dan para mucho. Junio de 1816. Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, cerca de Ginebra. Lord Byron, su médico personal John Polidori, Percy Shelley, Mary Wollstonecraft Godwin (Mary Shelley a partir de su matrimonio con Percy) y Claire Clairmont (hermanastra de Mary) pasan unos días en esta villa suiza en lo que tenían que haber sido unas cálidas vacaciones estivales. Pero aquel verano de 1816 no existió.

El verano que no fue, como se conoce a aquel atípico verano de hace 200 años, fue un verano de anomalías climáticas. La  catastrófica erupción del volcán Tambora en Indonesia en abril de 1815 tuvo repercusión en el clima mundial. A un invierno crudo, con espectaculares ocasos (los que plasmó Turner en sus cuadros)  debidos a los altos niveles de cenizas que cubrieron todo el planeta, le siguió una primavera y un verano devastador, donde las bajas temperaturas, las lluvias e incluso la nieve,  acabaron con las cosechas. Un terrorífico verano al que nadie encontraba entonces explicación. Como en esas veces en que la realidad supera a la ficción, aquel no verano de 1816 era un escenario tenebroso que podía haber salido de una novela romántica del XIX.

El frío, los fuertes vientos y la lluvia, hicieron que aquel mes de junio los habitantes de Villa Diodati (Byron y los amigos que acudieron a visitarle), tuvieran que pasar mucho tiempo dentro de la casa. “Lo truenos estallaban de forma aterradora sobre nuestras cabezas”, escribió Mary Shelley refiriéndose a aquellos días. Hastiados por el mal tiempo, no es difícil imaginar que el encierro creara incluso tensiones entre ellos que mitigaron gracias a una ocurrencia de Byron: Que cada uno escribiera una historia de terror.

Gracias al reto que lord Byron planteó a los Shelley y a John Polidori y en este ambiente propicio de aquellos días de junio sin verano, nacerán dos relatos imprescindibles en la historia de la literatura de terror y ciencia ficción: Frankenstein o el moderno Prometeo y El vampiro. Este último fue escrito por Polidori a partir de un fragmento de Lord Byron basado en las historias de vampiros que había escuchado en los Balcanes. Con esta novela Polidori inició el género del vampiro romántico que serviría de inspiración a Bram Stoker para su célebre Drácula.

La gestación de Frankenstein fue más compleja, pero en aquellas noches en villa Diodati está el germen de la novela de terror gótico protagonizada por una figura inmortal de la literatura y el cine. Las conversaciones del grupo de amigos sobre experiencias sobrenaturales y alrededor de las investigaciones que en ese momento llevaban a cabo Luigi Galvani y Erasmus Darwin en torno al poder de la electricidad para revivir cuerpos inertes, seguramente ayudaron a Mary Shelley a dar forma a su personaje.

Ando dándole vueltas a cómo acercar a los niños a Frankesntein sin que salgan corriendo. Sin perder la esencia del de Shelley, no puedo evitar mis recuerdos asociados a personajes inspirados en él pero más tiernos y divertidos, como el padre de la familia Monster, el jovencito Frankesntein o el monstruoso Kiko Veneno que encontraba el amor en la Bola de Cristal. A lo mejor es una oportunidad de acercar a los niños a sus propios miedos, como le pasaba a Ana en el Espíritu de la Colmena de Erice, cuando descubría a Frankenstein en una película.

Y ando dándole vueltas también a la historia de aquella reunión de amigos ingleses a los que les gustaba viajar por Europa, reunidos en aquel verano raro, más gris, más frío e incierto… ¿verano de 1816?

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