En su Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce decía que “el conservador es el estadista enamorado de los males existentes, por oposición al liberal, que desea reemplazarlos por otros.” Es la sensación que a uno le queda tras el ruido que deja una campaña electoral. Esta última tan llena de ladridos y rebuznos como falta de ideas, nos deja un catálogo de necedades amargas que dan el bajo talente de nuestros políticos, a destacar quien considera la mendicidad como un problema estético para el turismo, o a quien nada mejor se le ocurre para reflotar al ahogado sector teatral que las naumaquias, batallas navales en estanques, que deben simbolizar el naufragio de nuestra cultura, y con ella el de una sociedad que sin la reflexión que la cultura proporciona premia a quienes los extorsionan, los roban y engañan, hasta parecer que en las urnas, se elige el pasado más que se decide el futuro, haciendo buena la conocida frase de Goethe, “El pobre pueblo ha encontrado en la democracia su tirano”
Como en los supermercados se ha ampliado la gama de productos votables, a la derecha y la izquierda se suman las alternativas de las derechas y de las izquierdas, como en la caseta de los espejos, todo parece un laberinto de reflejos deformes sin salida, y sí, astracanada y esperpento político desde los que propagar los intereses de una banca voraz e inhumana, o las marchitas utopía del siglo XIX. Políticos de todo pelaje que denuncian y prometen , playas hinchables y sociedades que parecen inspiradas más que en Marx en Disney, ninguna tesis, la misma sociedad de las partidas que no de los partidos, la voz crispada ocultando que no se tiene ninguna solución, que no hay nada nuevo que decir. Porque se piensa con ideas hechas, caducas, en descomposición.
Ante esa pléyade de candidatos y aspirantes a los carguitos que padecemos, al votante a quien se le insulta en su inteligencia, le recordaría una frase de Charles Péguy, quien dejó su vida a la boca de una trinchera: “Unos hombres se han sacrificado, unos hombres han muerto y todo un pueblo ha sufrido para que el último de los imbéciles tenga hoy el derecho a representar esta formalidad tramposa”. ¿Jornada de reflexión? Si en verdad esta lo fuera, este sería el principio no del cacareado cambio sino de una verdadera transformación.
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