Consideramos la Cultura asociada a elementos como las Artes, las fiestas populares o el conocimiento de la Historia. Mucho más inusual es considerarla en relación a la sexualidad: hablar de Cultura sexual produce siempre alguna suerte de nerviosismo asociado al tabú del sexo, aun cuando cada vez se revela más claro que la Cultura sexual es fundamental para evitar enfermedades y contratiempos, cuando no dramas, y para abrazar el refinamiento de unos placeres que otras culturas, por ejemplo en la India, han sabido conocer y disfrutar. Ello sin contar con que una buena divulgación de la Cultura sexual neutralizaría gran parte, si no toda la violencia de género que sufrimos.
La Cultura política, que uniré a la Cultura conversatoria, es otra poco considerada cuando no despreciada. Venimos, y no queda tan lejos de dónde, de una Cultura política del desprecio a la Cultura política: el franquismo. No olvidemos que el dictador decía algo así como “Usted haga como yo y no se meta en política”. Un frase para la épica de lo anticientífico en materia de Ciencia Política. Se ve que el general había escuchado poco sobre Aristóteles.
A estos pensamientos me conducía lo leído hoy sobre lo dicho por Pablo Casado: “No sé si estamos en el centro, en el mediopensionista, en la derecha o en el centroderecha. Me da igual”. Afirmación que podría continuar con un ustedes nos votan a nosotros, que somos los de siempre, y ya tal, que pa’ eso nos conocemos de toda la vida. Me preocupa, verdaderamente, en qué estima se tiene la Cultura política cuando se sale ante el público y se afirman cosas tales. Más aún me preocupa que esas afirmaciones suelen partir de un presupuesto de conocimiento de la sociedad desde el que se afirmaría que se puede decir cualquier cosa, que todo vale.
A través de esas afirmaciones del Sr. Casado se insiste en la Cultura política de raíz franquista de usted me hace caso a mí y no se meta en ná, que la política es agua tapá. Una Cultura política practicada por una cantidad de vecinos que de este modo no llegan a alcanzar, en mi opinión, el empoderamiento suficiente para ganar lo que deberíamos aspirar a poseer tod@s: el grado de ciudadanía.
El final del franquismo, con la muerte del dictador, no vino sucedido por programas, ni siquiera en la LOGSE, tanto tiempo después, de Educación para la Cultura Política que en otras sociedades, la alemana, tienen una importancia central. El tímido intento de Educación para la Ciudadanía fue desactivado por ese PP que hoy representa, precisamente, el Sr. Casado, donde parece dar igual dónde uno se sitúa políticamente. Algo que, pese a desesperados intentos electorales, tiene una gran importancia para poder identificar conceptos con contenidos. Incluso en este presente nuestro de verdades líquidas.
La impartición de la Cultura Política, o de la Educación para la Ciudadanía, se produce en los periódicos, sobre todo, a través de artículos que humildemente dudo lleguen a todas las personas o a un gran número de ellas. Así España, que es un país de cofradías, y pertenencias a un club de fútbol, nos resulta maravillosamente explicada por una inolvidable y épica chirigota de El Selu: “Los enteraos”. Cada quien compra su periódico, previa definición personal de que ese es el que dice la verdad [que yo quiero escuchar], y a la realidad se la mete a martillazos en el molde de la realidad deseada.
El caso de Catalunya, con toda su complejidad, es el último y el que más a mano nos queda para comprender cómo en España no es todavía muy hondo el respeto al concepto de Derecho y Ley, al margen de lo que a cada quien gustaría o no gustara. Las explicaciones del Prof. Pérez Royo no pueden sustituir, a pesar de su tesón y su brillantez pedagógica, todo un programa escolar a través del cual todos los estudiantes accedan a unos conocimientos básicos que les permitan seguir al mismo Prof. Pérez Royo y comprender, con él, que una cosa es lo que pueda gustar o no y otra muy distinta el respeto que los rivales políticos merecen para tenernos respeto a nosotros mismos. Pongo al Prof. Pérez Royo, pero hay muchos otros que trufan la prensa española con divulgación de magnífica calidad de la fallida enseñanza para la Cultura Política española.
El conocimiento raquítico de nuestra Constitución permite que solo unos partidos, tres, se alcen contra los otros con el santo y la limosna de la Constitución y la Transición, negando al que no sea de su cuerda cualquier papel de dignidad en la escena política democrática legítima de España. Todo articulado mediante una anti Cultura conversatoria basada en una idea peregrina de lo que podrían ser los clubes de debate, pensados para practicar una oratoria de concurso y no para aplicar la política. Pensemos en Platón y su Gorgias o de la retórica.
