No suelo traer aquí crónicas, lo mío son más bien artículos de reflexión. Sin embargo, lo que viví hace apenas unos días merece ser contado. Porque jamás imaginé que aquella locura literaria que fragüamos hace tres años, entre cafés, lecturas compartidas y planes que parecían demasiado grandes para nosotros, se hiciera realidad arropados por más de cien personas. Jamás pensé que en el salón de actos del palacio de Villapanés tendrían que sacar sillas de más, porque las habituales ya no alcanzaban para acomodar a todos los que se acercaron a celebrar con nosotros el nacimiento oficial de la Sociedad Literaria Sherlock Holmes.
Todo empezó como empiezan los proyectos literarios de verdad: con un pequeño grupo de entusiastas que compartíamos una pasión común. En nuestro caso, no solo era la obra de Arthur Conan Doyle, sino también la literatura victoriana, las narraciones de misterio y el afán de crear un espacio cultural abierto a todos. Durante estos años hablamos de fundar algo que uniese esas inquietudes: una asociación que no se limitara a leer y comentar libros, sino que fuese un faro de actividades culturales, formativas y de integración social en Jerez. Soñábamos con conferencias, tertulias, representaciones teatrales, rutas literarias. Soñábamos, sobre todo, con que la literatura sirviera de puente para unir a personas distintas en torno a un mismo fuego imaginario. Y aunque soñar es gratis, dar el paso de llevar la fantasía al terreno real requiere valor, constancia y, en cierto modo, una pizca de inconsciencia.
El día de la presentación se convirtió en esa prueba definitiva. A media tarde, mientras ajustábamos los últimos detalles de la mesa, los carteles y los libros que nos acompañarían, la duda se me clavaba como un alfiler en la garganta: ¿y si vienen cuatro gatos? ¿Y si al final resulta que todo este esfuerzo solo nos importaba a nosotros? Pero, apenas unos minutos después de abrir las puertas, las dudas comenzaron a disiparse. La gente llegaba en oleadas, algunos conocidos, otros completamente nuevos. Rostros jóvenes mezclados con veteranos de las letras. Profesores, lectores apasionados, curiosos atraídos por el magnetismo del detective de Baker Street. Pronto las sillas habituales quedaron ocupadas y, en un gesto que aún me emociona, el personal de Cultura tuvo que traer más. Ver cómo se multiplicaban los asientos y aún así no bastaban fue la mejor constatación de que la semilla que habíamos plantado había echado raíces más hondas de lo que jamás sospechamos.
La presentación fue una fiesta de la palabra compartida. Desde el inicio, la energía en el salón de actos era la de una comunidad que se reconoce. Hablamos de la génesis de la sociedad, de los objetivos que nos marcamos, de las actividades que ya tenemos en marcha y de las que soñamos con realizar. Hubo quien recordó cómo la literatura de Conan Doyle marcó su infancia. Hubo quien habló de lo mucho que necesitamos espacios culturales en tiempos donde el ruido digital amenaza con ahogar la lectura pausada.
La sociedad literaria nació de la admiración por Sherlock Holmes, pero su alcance va más allá. Queremos que sea un refugio para cualquier amante de la literatura, un laboratorio de ideas donde se crucen géneros y épocas, y un lugar en el que los libros no se encierren en vitrinas, sino que salten a la vida cotidiana.
Celebrar todo esto en el palacio de Villapanés añadió un simbolismo imposible de ignorar. Entre los muros centenarios, bajo los techos que guardan ecos de pasados fastos y silencios nobles, nuestro proyecto adquirió una densidad histórica. Era como si el edificio nos recordara que la literatura no surge en el vacío, sino que se inserta en un tejido de memorias, de generaciones y de espacios que han sido testigos de tantos otros intentos de crear belleza y pensamiento. Mientras hablábamos desde la mesa, no pude evitar pensar en cómo ese salón había albergado otros actos culturales, cómo había visto pasar la vida social y política de Jerez, y cómo ahora acogía una sociedad que, modestamente, quería dejar su propia huella.
Porque la Sociedad Literaria Sherlock Holmes no se limita a rendir homenaje a un personaje inmortal. Queremos abrir talleres de escritura, organizar encuentros con autores, acercar la literatura a quienes no siempre tienen fácil acceso a ella. Creemos que leer puede ser una herramienta de transformación social, una manera de tender puentes entre generaciones y de ofrecer alternativas de ocio enriquecedor.
El entusiasmo de quienes se acercaron a la presentación fue una prueba palpable de que la cultura aún convoca, aún emociona, aún tiene un lugar privilegiado en nuestras vidas. Entre el murmullo de la sala, los aplausos y las felicitaciones posteriores, lo que más me conmovió fue la mirada de quienes se acercaban a decirnos que necesitaban algo así, que estaban deseando participar, aportar, crecer con nosotros.
Esta crónica no pretende ser un autobombo ni un recuento frío de lo que sucedió. Quiero dejar constancia de que, a veces, los sueños literarios también se cumplen. Que detrás de cada silla extra que se trajo al salón de actos había una persona real, con su propio amor por los libros, dispuesta a apoyar un proyecto que hasta hace poco solo existía en conversaciones informales.
Escribir estas líneas me devuelve la certeza de que la literatura no está muerta, ni mucho menos. Late en las páginas, pero sobre todo late en los espacios donde nos reunimos para hablar de ella, para imaginar nuevas formas de hacerla vivir. Late en las sociedades literarias que, como la nuestra, nacen de la pasión de unos pocos y terminan por reunir a muchos.
El reto ahora es estar a la altura. Las expectativas son altas, y el entusiasmo de los socios y simpatizantes nos impulsa a seguir adelante con responsabilidad y creatividad. Habrá tropiezos, sin duda, pero la base está construida: una comunidad viva, vibrante y convencida de que la literatura sigue siendo una de las formas más hermosas de encontrarnos.
