Hay veces que uno se pregunta qué clase de retorcida broma gasta el destino a determinadas personas, a las que hace infelices por el simple hecho de ser… ¡inteligentes!
Es curioso. Cuando detectamos a un chico o chica que destaca desde muy pequeño en alguna disciplina deportiva, encontramos mil y una herramientas (en forma de fundaciones, clubes deportivos, comités olímpicos, etc…) dispuestos a fomentar y apoyar la fulgurante carrera del infante, a pesar de que ello no sea garantía de estrellato, ni mucho menos.
Ingentes cantidades de dinero se amontonan en la mesa de gestores, psicólogos infantiles, monitores… y padres hipnotizados por la esperanza de un futuro mejor, o del cumplimiento del sueño propio a través de las habilidades de sus hijos.
Sin embargo, en el caso de los superdotados intelectuales ocurre todo lo contrario. Además de soportar el rechazo de compañeros, burlas, desaires y el progresivo aislamiento en la sociedad, luchan contra el hastío, la desmotivación y el aburrimiento de enfrentarse académicamente a algo que no les resulta atractivo intelectualmente. Tal es así, que incluso algunos prefieren hacerse los tontos para no sufrir ese rechazo por parte de amigos y compañeros de clase.
¿Y qué tiene preparado para estos casos la misma sociedad que mima y protege a los superdotados deportivos? Absolutamente nada.
Los programas de apoyo a estos chicos, las grandes inversiones que debieran destinarse a futuros investigadores e inventores… brillan por su ausencia. En este país, ser inteligente es un problema, una traba, un estigma al que hay que combatir de la “mejor” manera posible: empujándolos al ostracismo, al olvido, al fracaso…
Una mente que piensa es una potencial bomba de relojería para un Sistema caduco, marchito, anquilosado y falto de voluntad dinamizadora. Una mente que piensa, no es consumista compulsiva, no se cree todo lo que le dicen por la caja tonta y mucho menos lo que le prometen desde el estrado de un Congreso, o en un mitin político.
Una mente que piensa no se conforma con un “porque sí”, o un “esto ha funcionado siempre así y no hay por qué cambiarlo”. Una mente que piensa, si es española, nos cuesta enormes cantidades de dinero en formación, que luego aprovecharán empresas americanas, alemanas, francesas o británicas llevándose a un genio a precio de saldo.
Una mente que piensa no tiene cabida en nuestra sociedad.
Por eso, pensarán nuestros “sabios”, aniquilemos la inteligencia. Mejor tener cuarenta millones de abnegados corderitos a mil personas capaces de darle la vuelta a nuestro país como un calcetín… aunque fuese para mejorarlo.
Y a la vista del panorama… a veces es mejor ser tonto que parecerlo.


