Cuando no existía el 8 de marzo

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“No podemos consentir que una niña de nuestro colegio monte en bici, eso es cosa de niños, así que si no se lo prohíbe a su hija tendremos que expulsarla del centro”, le decía un poco exaltada la superiora del Asilo San José a la madre de Charito, una niña de ocho años a quien su padre había arreglado una bici rota de uno de los hijos del señorito con el que trabajaba de chófer.

“No veo qué tiene de malo montar en bici, ella se lo pasa muy bien con sus hermanos y sus amigas; así que si usted no lo acepta, la cambio de colegio”, respondió  la madre de Charito a la superiora. Y dicho y hecho.

Esa niña, que ya traía el carácter de herencia, dispuesta y alegre, era Rosario López Rojas, nacida el 23 de Diciembre de 1928. Siendo la mayor de nueve hermanos, no sólo tuvo que cuidar de todos ellos y hacer las tareas del hogar, sino que, a pesar de ser buena estudiante, a los 10 años —en 1938, en plena Guerra Civil—, se vio obligada a dejar esos estudios a los que tanto apego tenía para ayudar a la familia. También se truncó su incipiente carrera como bailarina de ballet español y de música de castañuelas —que, por cierto, sigue tocando muy bien—. Hasta un sobrino de la directora de la compañía del María Guerrero de Madrid se la quiso llevar con 15 años a dicha compañía, después de ganar juntos varios concursos de baile.

Sus sueños se desvanecieron cuando empezó a trabajar en la propia mercería familiar en la Plaza Justicia, más tarde con el famoso guitarrista Rafael del Águila en su tienda de novelas por entregas (Torresoto) y luego en la archiconocida mercería de Ciudad Jerez, en calle Algarve. Ahora creemos que los niños y niñas que trabajan son sólo los de los países subdesarrollados, pero antes, durante y después de la guerra, era corriente que muchos trabajaran por salarios de miseria y sin asegurar, para ayudar a subsistir a sus familias.

Se casó a los 22 años con Ricardo Galdón Cazorla, practicante y estudiante de medicina, y en aquellos tiempos oscuros de la posquerra la mujer que se casaba tenía que dejar de trabajar para dedicarse exclusivamente a su familia.

Pero el marido de Rosario murió en 1961 de un infarto de miocardio, dejándola viuda a los 32 años, con cinco hijos y embarazada del sexto. Sólo le había dejado al morir 1.000 pesetas que tenía ahorradas porque, aunque muy trabajador, no cobraba a la gente sin recursos. Y, como también ocurría entonces, resultó que no las podía sacar de la cartilla porque las mujeres no tenían derecho a ello sin el permiso marital. Así que tuvo que recurrir a un familiar empleado del banco para que intercediera y poder recibir su “pequeña herencia”.

Rosario no se arredró y enseguida se puso a trabajar con gran tesón y valentía, haciéndose cargo de la representación que su marido acababa de conseguir de las papillas Anfimón y Plasfimón (de los laboratorios Ulta). Se convirtió así en una de las primeras representantes de medicina y agente comercial colegiada de Andalucía y de España. En ello puso todo su empeño recorriendo durante 15 años Jerez y muchos otros pueblos de la provincia. Fue muy duro porque en aquellos tiempos una mujer tenía que trabajar el doble para ganar la mitad de lo que ganaba un hombre. No había día de la Mujer Trabajadora —instituido por la República en 1936 pero suprimido después hasta el final de la Dictadura—, ni se hablaba de brecha salarial ni de igualdad de género.

Una idea de la mentalidad de esos años puede darla la siguiente anécdota: la primera vez que la recibió el médico de Prado del Rey, como la vio embarazada, le dijo: “Échese en la camilla para verla mejor, por favor”. Y ella le  contestó: “No, si yo vengo a enseñarle los productos que represento”. El médico se quedó pasmado, porque era algo absolutamente inusual.

Al principio Rosario se desplazaba en autobús, pero era complicado porque entonces el transporte público era muy deficiente y decidió comprarse un coche. Un doctor jerezano muy humano, la avaló para que el banco le diera un préstamo. Y se compró el Seat 600. Otra cosa en la que fue pionera, porque era muy raro en los años 60 ver a una mujer de la clase obrera —e incluso de clases acomodadas— conduciendo un coche.

Cuando el laboratorio Ulta de Zaragoza cerró por quiebra, se dio cuenta de que la habían estafado porque durante esos 15 años como empleada le habían quitado cada mes un tanto por ciento para la seguridad social y sin embargo, cuando fue al paro, resulta que no la habían asegurado. Se quedó sin nada después de 50 años de trabajo, desde los 10 hasta los 60, pero no pudo reclamar porque entonces no había leyes que la ampararan. Sólo le quedó la escueta pensión de viudedad.

Gran luchadora y emprendedora, fue también la primera presidenta de una APA de Jerez, —entonces se llamaba así a las asociaciones de padres de alumnos— concretamente, la del colegio de Federico Mayo, cuyo director era don Francisco Javier Azúar, con quien organizó, desde 1965 hasta 1975, aproximadamente, diferentes eventos y actividades, algo totalmente innovador en el Jerez de la época.

Desde 1971 fue encargada de una empresa de limpieza llamada Ascua de Oro, propiedad de don Francisco Muñoz, el cual confió plenamente en su capacidad organizativa para desempeñar el cargo, reservado entonces sólo al sexo masculino. Y ya en los 80 hasta su jubilación en los 90, fue vendedora de varios productos, entre ellos de las baterías de cocina alemanas AMC, ganando varios premios a nivel nacional por la cantidad de baterías vendidas.

En resumen: Rosario ha sido una mujer de gran entereza y voluntad, sumamente responsable y honesta, que tuvo que lidiar con muchos hombres, tanto compañeros de profesión como médicos, pero en todo caso hombres que no la trataban de igual a igual y ni siquiera se solidarizaban con ella por su condición de viuda con familia numerosa.

Sin embargo, tuvo también compañeros fabulosos, que la apoyaron y respetaron, y fue muy amiga de algunas de las pocas mujeres trabajadoras del momento como la farmacéutica doña Piedad y su auxiliar Maria Luz, en la barriada de La Vid; de Noni Santos, dueña de un bazar; de la doctora doña Josefa de los Reyes, con la cual pasaba consulta y que la apreciaba muchísimo. Fue esta médica la que la avaló para entrar en el Club Nazaret, cuando este club elitista empezó a dar entrada a familias con poco poder adquisitivo si iban recomendadas por personas de más status y prestigio social. Y así sus hijos e hijas, por los que tanto hizo y que eran la razón de su lucha, pudieron hacer deporte y natación, algo que ella consideraba era importante para los dos sexos.

Y otras amigas, como enfermeras, maestras, vendedoras… todas mujeres modernas y pioneras en la lucha por la igualdad de derechos entre  trabajadores y trabajadoras, personas que han aportado mucho a Jerez. Y en la intrahistoria de nuestra ciudad una de las más valiosas, sin duda, es “nuestra pequeña gran Charito”. Mujeres como ella son las que han abierto el camino a las siguientes generaciones, porque, aunque todavía falte mucho para la igualdad, ellas pusieron la primera piedra en tiempos muy difíciles y  merecen nuestra gratitud y nuestro reconocimiento.

Rosaura Galdón López, Profesora de Baile, y Leonor De Bock Cano, Marea Violeta .

Fuentes:

Testimonios orales de la familia Galdón López

http://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/dia-internacional-mujer-trabajadora/20150304154837113265.html

https://www.burbuja.info/inmobiliaria/historia/485935-restricciones-impuestas-falange-y-franquistas-a-mujeres

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