Cada verano, los incendios forestales en España dejan tras de sí un paisaje devastado: miles de hectáreas calcinadas, pueblos amenazados y un país que se acostumbra al desastre. Un dato sorprende: el 70% del suelo forestal es de propiedad privada. Esta realidad obliga a repensar la relación entre propiedad, comunidad y fuego.
La herencia de la tierra: del comunal a lo privado
El mosaico de la propiedad forestal en España nace de una larga historia: la desamortización del siglo XIX expulsó a los pueblos de la gestión comunal; en muchos lugares sobrevivió el monte vecinal en mano común, pero como excepción; hoy predomina la propiedad privada, dispersa y, en demasiados casos, abandonada.
El fuego como síntoma cultural
El fuego no es solo accidente natural: es la metáfora ardiente del abandono del campo. Durante siglos, la cultura campesina supo domesticarlo mediante quemas controladas y cuidados colectivos. Hoy, la despoblación rural y el abandono del monte lo han convertido en enemigo.
Interludio poético I: El bosque como memoria
El bosque no pertenece a nadie porque pertenece a todos los tiempos. Quien pisa la tierra cree poseerla, pero el monte lo sobrevive: estaba antes, estará después.
El fuego lo recuerda con violencia: quema títulos, escrituras y lindes, y devuelve el suelo a su verdad desnuda: un bien común escrito en llamas.
Hacia una cultura del fuego
Superar esta fractura requiere un cambio de mentalidad y de leyes. No basta con apagar incendios: hay que prevenirlos colectivamente.
1. Responsabilidad compartida
- Propietarios obligados a planes mínimos de prevención.
- Estado y comunidades autónomas cofinanciando la gestión forestal.
2. Recuperar lo comunal
- Impulsar juntas vecinales y consorcios forestales para gestionar colectivamente fincas abandonadas.
- Reforzar la implicación de las comunidades locales.
3. Reaprender el fuego
- Usarlo como herramienta preventiva bajo control técnico y comunitario.
- Educar sobre su papel histórico en la cultura campesina.
4. Reforma jurídica
- Limitar el derecho absoluto de propiedad cuando daña la seguridad ambiental.
- Expropiación temporal o cesión obligatoria en fincas de riesgo extremo.
Interludio poético II: El fuego como juez
El fuego no distingue entre lo mío y lo tuyo.
Es juez antiguo, ciego y rápido:
arrastra vallas, consume escrituras,
y muestra lo que olvidamos:
que el bosque es vínculo, no frontera.
Cada árbol caído es una deuda colectiva,
cada ceniza, una memoria compartida.
Conclusión
España necesita avanzar hacia una cultura del fuego: entender el monte no como patrimonio aislado, sino como organismo vivo que nos compromete a todos. El bosque no puede ser abandonado en nombre de un derecho de propiedad que, en la práctica, quema también lo común.
Repolitizar el bosque significa devolverlo a su condición de asunto colectivo: un lugar donde se cruzan historia, comunidad y futuro.
