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Podemos matar al mensajero, pero el mensaje es claro y rotundo, y esto no parará hasta que haya urnas y referéndum.

Pasan los días y la deriva del órdago independentista catalán crece, amenazando con fagocitar la vida pública al completo de nuestro país, que tiene otros muchos problemas de los que preocuparse. Es éste un monstruo que hemos alimentado a base de opiniones sesgadas, de actitudes políticas viscerales y sobre todo de cabezonería a espuertas por parte de unos y otros. Y digo bien, de unos y otros. Porque, si de verdad queremos dar solución a este desaguisado, es conveniente recordar que estamos donde estamos porque son dos los que deben tener voluntad de arreglar las cosas, y ninguno quiere.

Unos, porque quieren aferrarse a las instituciones que han malversado durante años llevándoselo calentito a Andorra. Otros, porque mientras la “amenaza independentista” esté en portada de periódicos e informativos, nos olvidamos de sus millonarias corruptelas y del paseíllo por los juzgados de alcaldes, presidentes autonómicos, senadores… y hasta presidentes de la nación.

Es un negocio redondo para ambos, que sacan réditos en sus horas bajas en un ejercicio de irresponsabilidad política, porque abocan a todo un país no a debatir (que sería lo sano y deseable), sino a sacar del baúl de nuestras vergüenzas el patriotismo rancio y casposo de otros tiempos felizmente olvidados (o quizás no).

A los Puigdemont, Junqueras and Company se les paga por negociar, debatir, y dar soluciones… pero por idéntico motivo tienen un sueldo parlamentario los Rajoy, Cospedal, o Sáenz de Santamaría. Y no están haciendo bien su trabajo. Al contrario, endosan a la judicatura un marrón de padre y muy señor mío que no han pedido, y que debiera haber visto soluciones en una mesa de Moncloa o de Sant Jaume.

El problema catalán existe desde hace siglos, basta con hacer memoria histórica. No es nuevo. Siempre se ha llegado a acuerdos tácitos con los de la senyera que garantizaban una estabilidad territorial ahora en riesgo. Mirar a otro lado y pensar que metiendo en el talego a los dirigentes independentistas se acabará por convencer a millones de ciudadanos catalanes, es la suprema imbecilidad. El efecto, lo estamos comprobando, es el contrario… estamos creando mártires de una causa que podría ser desactivada en los foros políticos y negociadores adecuados. Pero claro, para eso necesitamos políticos con mayúsculas, con alto nivel de miras y con capacidad de mediación.

Los de ahora, sestean en el prado viéndolas venir, esperando que las soluciones caigan del cielo o las traigan otros. Eso de remangarse, no está hecho para ellos. Mientras tanto, se radicalizan las posturas y, lo que es peor, los que antes navegaban en la neutralidad ahora empiezan a preguntarse si no se estará mejor solos que mal acompañados.

No les quepa duda. Podemos matar al mensajero, pero el mensaje es claro y rotundo, y esto no parará hasta que haya urnas y referéndum. A esto nos ha llevado la huida hacia delante de unos, y la desidia e irresponsabilidad de otros. Al tiempo.

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