Cuando las corridas de toros era cosa de "moros"

La afición de los moriscos por correr los toros no pasaba desapercibida a los apologistas de su expulsión en el siglo XVII

Una suelta de toros en La Peza, Granada.
01 de diciembre de 2025 a las 13:50h

A principios del siglo XVII, cuando se planteaba la posibilidad de la expulsión de los moriscos, los apologistas de la expulsión la justificaban porque los moriscos eran, entre otras muchas cosas, “corredores de toros”.

El toro ha sido un tótem mediterráneo desde la prehistoria y ha estado muy vinculado al mundo ibérico, en general, y al tartésico en particular. El filósofo Platón ya describía lo que podía ser una corrida de toros en su relato de la Atlántida, y el toro ha pasado a la mitología tartésica. Diodoro de Sicilia contaba que los toros sagrados descendían de las vacas que Hércules arrebató a Gerión y que pastaban, junto a los toros rojos, en la isla de Eriteia, junto a Gadeira. 

Las diferentes culturas del sur peninsular han tenido el toro como animal sagrado relacionado con la fertilidad. El culto al toro en la península ha existido a lo largo del tiempo, ya que vemos su representación en pinturas neolíticas, en el periodo del Algar y en monedas turdetanas, ibéricas y romanas. Isidoro de Sevilla condenaba la práctica de algunos jóvenes de esperar a la embestida de bestias salvajes (posiblemente toros) poniendo en riesgo su vida simplemente por mostrar su valor. Por lo tanto, el toro ha sido una tradición que ha pervivido a lo largo de la historia en la península ibérica. Esa tradición la siguió y la acrecentó el pueblo andalusí.

Según Ibn al-Jatib, en la Granada nazarí se hacían corridas de toros y luchas de fieras salvajes. En su Ihata cuenta cómo las “vacas salvajes” (como le llamaba a los toros) eran atacadas primero por perros alanos, y luego eran lidiadas por el hombre, que solía montar a caballo empleando el rejón. Incluso, de algunas poesías de Ibn al-Jatib y de su discípulo Ibn Zamrak, se ve como el mismísimo rey granadino Muhammad V era aficionado a los toros, atreviéndose a matarlos. 

El gusto por la fiesta taurina de los nazaritas lo podemos deducir también de las pinturas de la Alhambra donde se ven representados los toros. El novelista Ginés Pérez de Hita (1544-1619), en sus “Guerras civiles de Granada”, hace una descripción pintoresca y romanceada sobre corridas de toros que se celebraban en la plaza de Bib-Rambla: Estando toda la corte /de Abdalá, rey de Granada, /haciendo una recia fiesta, /habiendo hecho la zambra, /por respecto de unas bodas /de gran nombradía y fama, /por la cual se corren toros /en la plaza de Bibarrambla.

El mismo Pérez de Hita, al relatar los juegos moriscos de la localidad de Purchena (Almería), decía que en ellos no estaban los juegos más característicos de la época como eran los juegos de cañas y los toros por “no tener orden de correr toros ni tener cavallos y aderezos para juego de cañas”.

Y es que las corridas de toros estuvieron muy vinculadas a los juegos de cañas. Seguramente que ya se daría esa vinculación en la Granada nazarí, donde era uno de los grandes entretenimientos de la Corte, junto a los toros y las comedias; pero los testimonios que tenemos son de la Granada cristiana y morisca pues era habitual que al finalizar los “combates” de las cañas, se soltara un toro para ser rejoneado por algunos caballeros. 

La sociedad cristiana asumió este juego dentro del sistema de transferencias culturales que se producen entre sociedades que se interrelacionan. Cualquier acontecimiento como bodas, nacimientos o visitas de ilustres personajes a una ciudad, eran motivo para la celebración lúdica del juego de las cañas. Una curiosidad que vemos en las descripciones que hacen de este juego los textos cristianos es que los participantes, o parte de ellos, van vestidos de “moro”, con ricos atuendos, y que los jugadores cabalgaban a la jineta, estilo que emulaba la consumada destreza ecuestre de los andalusíes.

La corte de los Austrias fue muy aficionada a este juego. Durante el siglo XVI se reglamentó hasta el mínimo detalle su desarrollo, pero con la desaparición de la Casa de los Austrias al frente de la monarquía española fue decayendo hasta casi desaparecer en el siglo XIX, debido a la poca afición de los Borbones por el juego y por los toros. A pesar de ello han pervivido hasta mediados del siglo XX asociados a las corridas de toros, anunciándose en los carteles como “Fiestas de Toros y Cañas”.

La afición de los moriscos por correr los toros no pasaba desapercibida a los apologistas de su expulsión en el siglo XVII que no dudaban en buscar “argumentos” para justificar la expulsión alegando, como hacía Pedro Aznar Cardona que los moriscos: “Vanagloriábanse de baylones, jugadores de pelota y de la estornija, tiradores de bola y del canto, y corredores de toros, y de otros hechos semejantes de gañanes”. Así que podemos decir que ponerse delante de los toros y correr a los toros (de donde vienen las corridas) como se sigue haciendo en algunas localidades como La Peza (Granada) desde, al menos 1632, era cosa de “moros”.