Crónica desde dentro de un tren 'tirado' en mitad de Andalucía: Renfe mató a Manolete

Cuando un empleado del tren avisaba por teléfono que por suerte había "cuatro garrafas grandes de agua", se oyeron resoplidos porque nos vimos siendo noticia

28 de septiembre de 2025 a las 20:37h
El interior del tren, parado en Alcolea, Córdoba.
El interior del tren, parado en Alcolea, Córdoba.

Incumple este texto dos teóricas reglas muy periodísticas. La primera, que el periodista esté dentro de la noticia. Y es imposible no estar dentro, más que me gustaría no estarlo. La segunda, el mal del columnista que pretende dibujar la realidad en base a cosas que le pasan. Como que la anécdota de uno explique el contexto, como cuando a la familia de Cuéntame le pasaban todas las cosas que le pasaban a España. Pero qué le hacemos.

Este es el Alvia (Talgo) que hace la ruta diaria Barcelona-Cádiz sin pasar por Madrid  (el tren catalán, antes conocido como el Torre Oro), sino por Valencia, Albacete, Alcázar de San JuanEspeluy... 

Por esas cosas a las que llamamos prejuicios -muchos son malos, pero no todos-, compré agua de sobra y frutos secos de 'por si acaso'. El tren había llegado a Estación del Norte en Valencia en su hora procedente de Barcelona, sin retrasos. Ya al montarme en mi vagón 18, como no funcionaba el aire, nos cambian a Preferente, al vagón 11 -con más espacio-. El revisor nos dice amablemente que hay una incidencia, que es el único coche con ese problema, y amablemente, con su acento catalán, nos va reasignando a todos los afectados. Por una tablet va bloqueando los asientos para que nos los vendan y no nos levanten en el resto del viaje. Lo hace disculpándose por las molestias. A sus alrededor de 60 años, es bastante bonachón y a uno le dan ganas de consolarle por tener que reasignarnos, porque parece que le jode de verdad que pasen estas cosas.

Todo continúa acumulando algunos retrasos por la Mancha sin más incidencia que el hecho de que el baño está más sucio a cada rato -lo que pasa en todos los larga distancia-.

Pero es a eso de las 18:55 horas, al paso por el intercambiador de Alcolea, a unos minutos de Córdoba capital, cuando llega la incidencia. Uno ahí se ríe porque lo que todos teníamos en mente, que nos podía tocar una incidencia, se va cumpliendo.

La zona del intercambiador de Alcolea.
La zona del intercambiador de Alcolea.

Se le llama incidencia y no avería cuando oímos a un funcionario de Renfe llamar por teléfono. Y cómo le dice a los diez minutos de estar parados que por fin alguien le coge el teléfono. Unos minutos después, también oímos: "He llamado aquí porque es el teléfono que me han dado". Por eso, es descorazonador que esa misma sensación de "aquí no es", o "por qué llama a este departamento" (cuando en realidad no has llamado sino que te han pasado), la tienen también dentro de la propia empresa. "No te preocupes, sí, sí", dice por teléfono. "Tenemos cuatro garrafas grandes de agua". Un resoplido suena cerca. Esto va para rato y ya está confirmado.

Tardará el servicio en restablecerse hora y media. Pero en ese tramo pasan varias cosas. Por ejemplo, una mujer de unos 40, que se ha subido en la Mancha, nada más irse por segunda vez la luz en un intento de arrancar el tren le ofrece a un matrimonio septuagenario extranjero (pelo gris él, pelo gris ella) un abanico. Lo dice con apuro y preocupación, como consciente de la vulnerabilidad ante el escenario en que nos encontramos. Como cuando aplaudíamos en los balcones en 2020, con la mejor intención. Lo que no sabe es que a los 20 minutos de salir de Valencia el matrimonio se había pimplado una botellita de tinto con casera blanca en vasos de plástico sin hielos y van mejor que en brazos. Unos minutos antes les había explicado a ambos en un buen inglés que el frenazo no era normal y que seguramente nos quedaba un rato.

En el ambigú, el vagón cafetería, es donde uno puede seguir escuchando cosas. Un chico de unos 20 años se acerca a uno de los dos trabajadores de Renfe a preguntar. "Sabemos lo mismo que han dicho por megafonía". El chico busca un cierto entendimiento con los trabajadores. "Ya estaréis acostumbrados", dice como bromeando. La respuesta es la cara contenida y seria de una catedrática de derecho mercantil a la que le ha hecho un ruido el coche yendo a trabajar. No habla, claro, porque a lo mejor no llega para cenar. Pero mantiene fuerte el fuerte, y todo lo que diga podrá ser usado en su contra en alguna red social. 

El tren tiene de todo. Hay chavales que empiezan la universidad y van con maletones desde Ciudad Real hacia Sevilla, Córdoba o Cádiz. Están también los del verano joven, la ayuda para viajar que ha dado el Gobierno. Hay turistas, aunque esto no tiene nada que ver con agosto. El único pasajero en silla de ruedas lleva una biblia, así que estamos encomendados. 

Y antes de que vuelva a echar a andar rondan varias reflexiones. La primera, no se sabe ni se entiende bien qué está pasando. Lo ha intentado explicar el Gobierno. El ministro Óscar Puente dijo que hay periodos de valle en algunos servicios públicos: cuando se instala un tren y cuando va acabando su vida útil, está llamado a estropearse. Además, son muchos más trenes que nunca, y que por eso dijo que es la mejor época del tren que ha tenido España. Parece obvio que la apertura a empresas privadas ha hecho más compleja la gestión del servicio. Pero igualmente no podemos tener claro que realmente el Ministerio haya tratado de adultos a los ciudadanos para explicar qué ocurre.

Otra segunda reflexión es la sensación de privilegio. Ni estamos ya a 40 grados (ni a 30, porque es el último fin de semana de septiembre), ni nos ha tocado una incidencia de las de toda la noche, ni estamos en unas horas extremadamente sensibles -el estropicio que nos haría a todos llegar tarde un día entre semana sería seguramente mucho mayor-. Otra reflexión más: al final ha ocurrido lo que sabíamos que podía ocurrir y en general lo teníamos internamente asumido. Hay comentarios de cabreo, pero poco más. 

Y por último, la idea de que la verdadera mala suerte, a estas alturas, sería quedarse a unos minutos de la incidencia completa. Quiero no ser el pupas. Por un mensaje de whatsapp me dicen que llegaré 87 minutos tarde. Es a partir de los 90 minutos cuando te lo reintegran al completo. Ya puesto, bájale el pie, chófer. Lo que tardan dos semáforos en rojo me van a costar un dinero. Y el Betis ya lo voy a coger empezado. A Cádiz capital llegará rondando las 12 de la noche, parece.

Visto lo visto, uno entiende que personas con enfermedades crónicas, mayores, niños, no sean usuarios potenciales del tren. Piensas en que podrías haberte visto en estas en el mes de junio con un bebé o con tus padres mayores. Y te dices que a la próxima mejor coger el coche aunque sea para cruzarse España. No sé si se está haciendo lo posible por salvar el tren.

Hace no mucho, un funcionario del tren me dijo en conversación laboral que ya solo les faltaba hacerles responsables de haber "matado a Manolete y a JFK", que le caían críticas que no les correspondían. Yo ya lo pongo en duda. Manolete murió por Linares, que tiene tren. Y JFK iba en coche. Y a lo mejor de haber ido en tren a Dallas, el presidente americano seguiría entre nosotros. No sé. 

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